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Las Ruinas Circulares


Enviado por   •  17 de Junio de 2015  •  2.477 Palabras (10 Páginas)  •  366 Visitas

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Las ruinas circulares

La historia transcurre en un antiguo templo circular. Donde un hombre Tiene un solo propósito crear un ser humano a través del sueño, que lo lleva a la realidad. Este Elige un alumno y después de darle varias lecciones, se impresiona de la capacidad del joven .este tenia la necesidad de crear a su hijo y tenia varios sueños; Después de un descanso y de observar varios ritos de purificación y adoración a los dioses, el hombre se duerme y sueña con un corazón. Pasa un gran tiempo y el hombre crea a su hijo, pero no hablaba y no se incorporaba; solo soñaba. El hombre le ruega ayuda al dios del Fuego para darle vida. El joven se despierta como un hombre de carne y hueso y es enviado a otro templo. Solo el soñador y el dios del Fuego saben que el hijo es una creación, Al pasar el tiempo, el soñador escucha de otros hombres que hay un hombre en otro templo que puede caminar por el fuego sin daño. El hombre sabe que este es su hijo y se preocupa de la posibilidad que él se entere que no es un ser humano, sino una proyección de otro. Pero el hombre se da cuenta que no solo su hijo era un sueño sino que el también lo era de otro hombre.

Análisis:

Personajes: -el soñador: personaje principal que sueña a un muchacho que lo lleva a la realidad

Dios del fuego: ayuda al soñador a llevar a su hijo a la realidad de carne y hueso.

El soñado; es el alumno e hijo del soñador

Narrador el narrador que posee es omnisciente ya que sabe todo lo que pasa el protagonista y no se hace parte de la historia además esta en tercera persona gramatical

Tipo de mundo:

Fantástico ya que posee elementos sobrenaturales que escapan de la realidad ya que la historia se basa en un sueño y dentro de la historia hay hechos que lo demuestran como cuando el hijo del soñador camina sobre el fuego

Reseña:

Un cuento fantástico que lleva a la persona a pensar a algo mas profundo de la vida, es una historia de carácter filosófico como toda gran historia de Borges que te envuelve en un mudo irreal y a la vez de intrigas de lo que pasara. Posee un suspenso y una interrogante al saber que todo era producto de otro sueño , como todo cuento posee una complejidad que no es imposible de leer.

Comentario personal:

El cuento en si, tiene complejidad, pero tiene una temática llamativa. Posee muy pocos personajes que en realidad te facilcita mejor la historia y así se puede entender mejor.

Es entretenido y sale de lo superficial lo cual a pesar de lo extenso resulta ser un cuento interesante y recomendable al leerlo.

Nadie lo vio desembarcar en la unánime noche, nadie vio la canoa de bambú sumiéndose en el fango sagrado, pero a los pocos días nadie ignoraba que el hombre taciturno venía del Sur y que su patria era una de las infinitas aldeas que están aguas arriba, en el flanco violento de la montaña, donde el idioma zend no está contaminado de griego y donde es infrecuente la lepra. Lo cierto es que el hombre gris besó el fango, repechó la ribera sin apartar (probablemente, sin sentir) las cortaderas que le dilaceraban las carnes y se arrastró, mareado y ensangrentado, hasta el recinto circular que corona un tigre o caballo de piedra, que tuvo alguna vez el color del fuego y ahora el de la ceniza. Ese redondel es un templo que devoraron los incendios antiguos, que la selva palúdica ha profanado y cuyo dios no recibe honor de los hombres. El forastero se tendió bajo el pedestal. Lo despertó el sol alto. Comprobó sin asombro que las heridas habían cicatrizado; cerró los ojos pálidos y durmió, no por flaqueza de la carne sino por determinación de la voluntad. Sabía que ese templo era el lugar que requería su invencible propósito; sabía que los árboles incesantes no habían logrado estrangular, río abajo, las ruinas de otro templo propicio, también de dioses incendiados y muertos; sabía que su inmediata obligación era el sueño. Hacia la medianoche lo despertó el grito inconsolable de un pájaro. Rastros de pies descalzos, unos higos y un cántaro le advirtieron que los hombres de la región habían espiado con respeto su sueño y solicitaban su amparo o temían su magia. Sintió el frío del miedo y buscó en la muralla dilapidada un nicho sepulcral y se tapó con hojas desconocidas.

El propósito que lo guiaba no era imposible, aunque sí sobrenatural. Quería soñar un hombre: quería soñarlo con integridad minuciosa e imponerlo a la realidad. Ese proyecto mágico había agotado el espacio entero de su alma; si alguien le hubiera preguntado su propio nombre o cualquier rasgo de su vida anterior, no habría acertado a responder. Le convenía el templo inhabitado y despedazado, porque era un mínimo de mundo visible; la cercanía de los leñadores también, porque éstos se encargaban de subvenir a sus necesidades frugales. El arroz y las frutas de su tributo eran pábulo suficiente para su cuerpo, consagrado a la única tarea de dormir y soñar.

Al principio, los sueños eran caóticos; poco después, fueron de naturaleza dialéctica. El forastero se soñaba en el centro de un anfiteatro circular que era de algún modo el templo incendiado: nubes de alumnos taciturnos fatigaban las gradas; las caras de los últimos pendían a muchos siglos de distancia y a una altura estelar, pero eran del todo precisas. El hombre les dictaba lecciones de anatomía, de cosmografía, de magia: los rostros escuchaban con ansiedad y procuraban responder con entendimiento, como si adivinaran la importancia de aquel examen, que redimiría a uno de ellos de su condición de vana apariencia y lo interpolaría en el mundo real. El hombre, en el sueño y en la vigilia, consideraba las respuestas de sus fantasmas, no se dejaba embaucar por los impostores, adivinaba en ciertas perplejidades una inteligencia creciente. Buscaba un alma que mereciera participar en el universo.

A las nueve o diez noches comprendió con alguna amargura que nada podía esperar de aquellos alumnos que aceptaban con pasividad su doctrina y sí de aquellos que arriesgaban, a veces, una contradicción razonable. Los primeros, aunque dignos de amor y de buen afecto, no podían ascender a individuos; los últimos preexistían un poco más. Una tarde (ahora también las tardes eran tributarias del sueño, ahora no velaba sino un par de horas en el amanecer) licenció para

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