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MELODÍA QUE NO SE VA


Enviado por   •  29 de Marzo de 2015  •  1.313 Palabras (6 Páginas)  •  188 Visitas

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MELODÍA QUE NO SE VA

Es poco más de medio día en la Ciudad de México. A pesar de estar nublado se siente calor, no tanto pero si lo suficiente como para arrepentirse de llevar un suéter extra. El clima es tan cambiante últimamente que ya no se sabe si llevar paraguas o gorra.

El día es uno de esos días que invitan a transitar, a descubrirse a uno mismo. Se siente una nostalgia en el aire que invade los pulmones de todo aquel que camina por las calles del DF. No, no es el smog.

Ella camina rumbo al camión que la ha de llevar al metro General Anaya para después ir al centro. Zócalo es su destino. Es viernes y quiere despejarse un poco. El hambre la atosiga y opta por un licuado para el camino. El camión va bastante aprisa, lo bastante como para llegar en poco más de media hora al metro. El trayecto es el mismo de todos los días, no ve nada nuevo así que prefiere dormir un poco.

Ya en el metro, ve la larga fila que hay para los boletos, no le importa puesto que no lleva prisa. A los demás parece sí importarles.

− ¿Por qué ponerse nerviosos? ¿Por qué no pudieron salir más temprano de sus casas y evitarse preocuparse porque se les haga tarde? – piensa.

Al entrar al metro siente un aire tibio que le recuerda a la casa de su abuela. Sube las escaleras mientras todos se arremolinan para usar las eléctricas.

Una dos, tres, cuatro estaciones. Olvidó el libro que leería en el trayecto. El aire cálido que sintió al entrar se ha tornado en un calor infernal que la sofoca a ella y a todos en el vagón.

Finalmente llega a Zócalo. Un mar de gente se amontona para las salidas. Escoge salir por plaza de la constitución. No sabe a dónde ir así que opta por caminar un poco sin rumbo.

Los bicitaxis le parecen curiosos y se promete subirse a uno algún día.

Camina rumbo a Madero, esperando que algo atrape su atención.

Los ruidos de la ciudad la abruman un poco y siente la necesidad de oír algo más. Más que el murmullo de la multitud caminando en ambos sentidos, el ruido de los autos a lo lejos, silbándose entre sí, mentándosela unos a otros. Más que los promotores intentando venderle sus productos. Más que el chavo de los tatuajes ofreciéndole hacerse un piercing o dibujarse la piel. “¿Amiga, no quieres hacerte una perfo, un tatuaje?”

Camina poco a poco mirando a su alrededor, como si fuera la primera vez que pasa por ahí. El materialismo de las personas la fastidia. Una chica con bolsas de Liverpool y hablando desde su i-phone mientras ve feo al vagabundo que se queda observando el edificio de El Centro Joyero la perturba. Más gente. Un señor con el helado de Kentuky que debió comprar unas calles atrás se le queda mirando mientras camina y se pierde entre la multitud.

Una melodía conocida llama su atención. Al ritmo de las mañanitas el ambiente cambia. Es un organillero que con su cilindro ambienta el andar de Avenida Madero. Esta justo al lado del palacio de Hierro, en contra esquina del museo del Estanquillo.

El contexto se transforma. Ya no solo son personas caminando. Son cientos de mundos compartiendo un mismo camino. El semblante de las personas parece cambiar, de estresadas y apuradas a un sentimiento de más tranquilidad y serenidad.

Es increíble lo que puede hacer la melodía que sale de esas cajas de música llamadas cilindros, que a los niños les resultan tan curiosas y no pueden evitar sorprenderse cuando las ven y las oyen. No les quitan la vista de encima hasta que los padres terminan por jalarlos y continuar su camino.

“¿No gusta cooperar pa´ la música?” oye decir al organillero que da vuelta a la manivela del cilindro.

Unos metros más adelante está su compañero, diciendo

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