ClubEnsayos.com - Ensayos de Calidad, Tareas y Monografias
Buscar

Of Money, David Hume


Enviado por   •  2 de Septiembre de 2013  •  5.146 Palabras (21 Páginas)  •  315 Visitas

Página 1 de 21

DISCURSO TERCERO

SOBRE EL DINERO

El dinero, hablando con propiedad, no es una mercancía, y sí solo un instrumento para el negocio; por unánime consentimiento han convenido los hombres en que sirva para facilitar el cambio de un género por otro. No es propiamente la rueda que hace andar al comercio, sino el unto viejo que se da a la rueda, para que voltee con más viveza y facilidad. Si consideramos a cada reino en sí mismo, es evidente que la mayor o menor cantidad de dinero no es de gran consecuencia, puesto que el precio de las cosas se proporciona siempre a la cantidad de dinero, de tal manera que en el reinado de ENRIQUE VII, se hacía tanto con un escudo como hoy con una libra esterlina. Solo el estado es a quien trae cuenta la abundancia de dinero, ya en las guerras, ya en las negociaciones con las potencias extranjeras. Esta es la razón porque todos los estados ricos y comerciantes desde Cartago hasta la Inglaterra y la Holanda inclusivamente, se han valido de las tropas mercenarias que les suministraban sus vecinos indigentes. Si se hubieran servido de sus súbditos naturales, hubieran hallado menos ventajas en la superioridad de sus riquezas y de la cantidad de oro y plata que poseían; puesto que la paga de un hombre que sirve al público debe proporcionarse siempre con la opulencia pública. Nuestro pequeño ejército de veinte mil hombres nos cuesta tanto como un ejército tres veces más numeroso a la Francia. La armada Inglesa en la última guerra necesitaba tanto dinero para mantenerse, cuanto exigieron en tiempo de los Emperadores todas las Legiones Romanas que subyugaron el mundo entero. [1]

La cantidad de pueblo y de industria son dos cosas ventajosas en toda, especie de caso, tanto para dentro como para fuera, para el particular y para el público; pero el dinero tiene un uso muy limitado, y su demasiada abundancia puede perjudicar a una Nación en su comercio con los extranjeros.

Parece que hay en los negocios de este mundo un concurso dichoso de causas, que oponen obstáculos al acrecentamiento excesivo del comercio y de las riquezas, e impiden que se concentren en una sola Nación. Una vez que un pueblo se haya adelantado a otro en el comercio, es muy difícil a este último reconquistar el terreno que ha perdido; porque el primero siempre tiene la ventaja de la industria y la habilidad, y porque sus mercaderes estando mejor surtidos de mercaderías pueden venderlas con mucha menor ganancia; pero esta ventaja también se contrapesa con el bajo precio de la mano de obra en todo país que no tiene un comercio muy extendido, ni una abundancia considerable de oro y plata. Esta es también la razón porque las manufacturas van mudando poco a poco de lugar, abandonando las regiones y provincias que han enriquecido, y se refugian a otras a donde las atrae la baratura de los géneros. En general puede decirse que el precio subido de las cosas que proviene de la abundancia de dinero es una desventaja que ordinariamente acompaña a un comercio sólidamente establecido, y que le fija límites en todos los países, poniendo a una Nación más pobre en estado de dar más barato el género que una Nación rica, en las ventas al extranjero.

Estas consideraciones me hacen dudar mucho de la utilidad de los Bancos y de los billetes de crédito, que se tienen por tan ventajosos en todas las Naciones. Bajo muchos respectos es inconveniente el que los géneros y la mano de obra se encarezcan con el aumento del comercio y la abundancia de la plata; pero es un inconveniente inevitable, y es el efecto natural de la opulencia y de la prosperidad, que son el objeto de todos nuestros deseos. Además se halla bien compensado con las ventajas que sacamos de poseer este precioso metal, y con la influencia que da a la Nación en las guerras y en las negociaciones extranjeras. Parece que no puede haber razón alguna que obligue a aumentar este inconveniente con una especie de moneda falsa, que los extranjeros no recibirán, y que será reducida a cero al primer desorden que haya en el Estado. Es bien cierto, lo confieso, que en todos los Estados ricos hay gentes que teniendo gruesas sumas en especie, preferirán el papel (mediante la seguridad conveniente), por ser más fácil de transportar y de guardar. Sino hay banco público, los banqueros particulares no omitirán valerse de esta coyuntura, como los plateros lo practicaban antes en Londres, y como lo hacen actualmente los banqueros en Dublín. Esta es la razón por que vale más, según mi dictamen, el que una sociedad pública goce del beneficio de los billetes de crédito, que siempre tendrán curso en todo Reino opulento. Pero el aumentar artificiosamente esta especie de crédito nunca puede convenir a los intereses de alguna Nación comerciante. Por el contrario es necesario creer que de ahí resulta un perjuicio, porque aumenta las especies más de lo que requiere su proporción natural con la mano de obra y con los géneros, y sube por este medio el precio de estas dos cosas al mercader y al manufacturero. Convengamos no obstante en que no habría cosa más útil que un banco que guardase como en depósito toda la plata que recibiese, sin aumentar jamás las especies circulantes, haciendo entrar en el comercio una parte de su tesoro, como se practica ordinariamente. Con este medio un banco público cortaría de raíz todos los fraudes de los banqueros particulares y cambiadores.

Es cierto que los salarios de los directores, tenedores de libros y cajeros de este banco cargarían enteramente sobre el estado, puesto que adoptándose nuestro supuesto no se cometerían en él fraudes, ni por consiguiente resultarían utilidades para ellos; pero la ventaja que la Nación sacaría del bajo precio de la mano de obra y la destrucción de los billetes de crédito, serian una indemnización suficiente. Omito ahora decir el que un acopio de plata que se tendría siempre, digámoslo así, en la mano, facilitaría grandes recursos en las necesidades urgentes del estado y en las calamidades públicas, y podría reemplazarse poco a poco en tiempo de paz y de prosperidad.

Pero en otra parte hablaremos más a la larga de los billetes de crédito, y entre tanto concluiremos este ensayo sobre el dinero con dos observaciones que propondremos y explicaremos, y que acaso servirán para que se ocupen las especulaciones de nuestros políticos; porque siempre son estos señores los sujetos a quienes me dirijo aquí, y a quienes llamo en mi auxilio: no acomodándose con mi humor el que además de estar expuesto al ridículo afecto por lo común al carácter de filósofo en este siglo, me motejen también de proyectista.

I. ANACHARSIS EL ESCITA, que nunca había visto dinero en su país, decía burlándose, que le parecía que el oro y la plata no servían a los

...

Descargar como (para miembros actualizados)  txt (29.4 Kb)  
Leer 20 páginas más »
Disponible sólo en Clubensayos.com