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PROBLEMAS DEL SIGLO XXI


Enviado por   •  25 de Noviembre de 2013  •  8.861 Palabras (36 Páginas)  •  588 Visitas

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PROBLEMAS ÉTICOS MÁS ACUCIANTES DEL SIGLO XXI

• LA IGUALDAD ENTRE EL HOMBRE Y LA MUJER.

• EL MATRIMONIO

• LA CULTURA DE LA VIDA: EL CONTROL DE LA NATALIDAD, EL ABORTO, LA EUTANASIA

• EL TERRORISMO

• LA “GUERRA JUSTA”, LA GUERRA PREVENTIVA Y LA GUERRA SELECTIVA.

1. LA IGUALDAD ENTRE EL HOMBRE Y LA MUJER.

La igualdad de derechos entre el hombre y la mujer es una cuestión clara en la teoría pero todavía hoy en el siglo XXI y en la totalidad del planeta hay que recorrer algún camino para lograr una equiparación verdadera en la práctica. En algunos países la desigualdad es sumamente grave y en otros todavía se pueden señalar injusticias. La sexualidad en el hombre y en la mujer es diferente e ignorarlo puede ser objeto de errores graves en la convivencia. Suele decirse que el hombre es "sexual" y la mujer "sensual" destacando de este modo que entre varones y féminas existen diferencias importantes en este terreno como en otros. Los gustos de unos y otras raramente coinciden. Varones y hembras se atraen mutuamente pero no de la misma manera. El respeto a la diferencia entre hombres y mujeres es lo mínimo que se puede pedir. Serían admisibles las diferencias funcionales pero no otras. Se entiende por diferencias funcionales las derivadas de la forma de ser de cada sexo. Si el hombre tiene mayor capacidad física se entiende que algunos trabajos en los que se requiere una mayor fuerza estén mayormente desarrollados por varones. Y asimismo, si se admite que el sexo femenino es morfológicamente acogedor, se debe admitir que ciertas profesiones de ese mismo carácter estén también mayoritariamente desarrolladas por mujeres. Como se admite que en este terreno puede haber excepciones no debe considerarse que este modo de hacer sea discriminatorio. Siempre será comprensible que ciertos trabajos de tipo social como los de enfermería y cuidados paliativos estén ocupados en su mayor parte por mujeres. Y en el otro extremo, trabajos físicos como los derivados de la construcción o la industria ocurra al contrario. Pero siempre se admitirán excepciones. Por tanto, no estamos ante discriminaciones ni segregaciones sino ante meras diferencias funcionales.

Ser hombre o ser mujer no nos hace más o menos personas. Los derechos de las personas no tienen sexo. Así pues no deben consentirse privilegios por ninguno de los dos lados. La igualdad de oportunidades ha de ser verdadera. Los salarios, por ejemplo, han de ser iguales a igualdad de trabajos. Otra cosa diferente es que un empresario contrate a quién piense que puede rendir más según sus propios criterios, sean hombres o mujeres.

Y la peor discriminación es la violencia física o psíquica que se produce entre hombres y mujeres. Nunca se debe justificar ningún tipo de violencia ni física ni psíquica. La física suele ser más propia de varones y, en cambio, la psíquica la suelen emplear mayormente las mujeres, aunque pueden volverse las tornas. Para evitar esos problemas hay que encontrar modos de comunicación emocional y racional.

2.- EL MATRIMONIO.

El matrimonio es una institución natural imprescindible para la cohesión de la sociedad que se ve amenazada en nuestros días por muy diferentes vientos. Mirando únicamente por el bien común de la sociedad e incluso el bien particular de los individuos, el matrimonio se ha visto siempre como la mejor de las opciones posibles para encauzar la sexualidad humana. Una sexualidad sin límites se ha juzgado históricamente como muy peligrosa y, la mayor parte de las veces en perjuicio de la mujer y los posibles hijos. Las sociedades tradicionales siempre condenaron el rapto, la promiscuidad, la homosexualidad o los intercambios de pareja continuos porque no generaban más que problemas en el conjunto de la sociedad y en los mismos individuos.

La atracción física y psicológica de los sexos parecía requerir un modo de asegurar la estabilidad y continuidad de la especie mediante un contrato natural permanente. Tradicionalmente se ha querido proteger la procreación y la educación de los hijos mediante una formalidad que asegurase una mayor estabilidad a la pareja. A ese contrato se le ha llamado siempre “matrimonio”. Pero un error en el concepto de libertad individual entendida como la posibilidad de actuación sin referencias y sin limitación alguna, han elevado a categoría de hecho, y de derecho en algunos países, el llamado matrimonio homosexual y admitido asimismo otras formas de relación humana. Admitir el hecho de las tendencias homosexuales de algunas personas es algo muy diferente de elevar y consagrar esa tendencia y otorgarle rango de matrimonio civil. Asimismo conviene añadir que de las tendencias a los actos existe un trecho que no se debe olvidar. Por todo lo expuesto, la relación homosexual analizada desde un punto de vista simplemente sociológico, no debería ser equiparada nunca al matrimonio hombre - mujer. Es claramente una relación diferente e infecunda y debería buscarse otro nombre para designarla y un reconocimiento legal - social distinto.

La legalidad es un plano distinto del plano de la moralidad. Esto significa en la práctica que, aunque algunas cuestiones sean legales, es perfectamente posible que moralmente sean inaceptables. Tal sería el caso del reconocimiento como matrimonio de las uniones homosexuales, y su pretendido derecho a la paternidad. Parecido ocurre con las legislaciones del aborto y de la eutanasia. Legislaciones llamadas progresistas han reconocido esos derechos, y sin embargo, con ellas el hombre no progresa, sino que vuelve en realidad a tiempos pasados y se atenta a la dignidad de la persona humana. Desde tiempos inmemoriales han existido esas realidades negativas del aborto, la eutanasia y las corrupciones sexuales de toda índole.

El matrimonio, antes de llegar a ser un sacramento instituido por Jesucristo como lo entiende la Iglesia Católica, es un contrato meramente natural, civil y público; una alianza entre un hombre y una mujer que deciden hacer de sus dos vidas una sola, y además lo ponen en conocimiento de toda la sociedad. Por lo tanto, el compromiso adquirido ante todos tiene carácter público y, por eso mismo, los estados le otorgan, o deberían otorgar, beneficios públicos. Es un error típico del individualismo pensar que el contrato matrimonial afecta únicamente a los contrayentes. Toda la sociedad se beneficia o perjudica por la existencia de muchos o pocos matrimonios, de matrimonios con muchos o pocos hijos

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