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A Propósito De Martin Wuttke: O La Noche Sacra En Que Artaud Se Hizo Presente


Enviado por   •  2 de Junio de 2014  •  1.555 Palabras (7 Páginas)  •  196 Visitas

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A propósito de

Martin Wuttke:

O la noche sacra en que Artaud se hizo presente

Una de las características de nuestro enero teatral tiene que ver exclusivamente con la proliferación de salas, imágenes, textos, actores, espectadores. Proliferación exagerada, que se torna interesante en algunos aspectos, brumosa y agobiadora en otros... sobrepasadora en muchos.

De hecho, nuestro último enero nos legó una serie de festivales, encuentros municipales, muestras abiertas, estrenos esperados, espectáculos callejeros, reestrenos inesperados. Convirtiéndose todo en un amasijo multiforme en donde todo tenía cabida, desde los más comercial hasta lo más experimental, desde lo regular a lo bueno, desde lo insoportable a lo sorprendente.

Sería barato argumentar que lo anterior le hace mal al teatro. No le hace mal, simplemente le está haciendo un favor muy a largo plazo. Ya llegará el momento de la canalización precisa que nos permita delimitar nuestro enero en una dirección más acertada, menos vociferante, menos desparramada.

Por lo pronto: disgregación total y vómito de imágenes.

Por lo lejano: belleza y síntesis absoluta.

Tal vez para muchos, la proliferación es un acto propicio a la hora de la diversidad y las estadísticas; pues metiendo todo al colador, al parecer da gusto quedarse con algunas pocas cosas bastante buenas, y las menos... realmente sorprendentes.

Para mí no es necesaria esa vuelta demasiada larga. Lo interesante debería llegar al espectador por una vía más rápida y acertada. Porqué tener que cumplir el rol de espectador en una serie de espectáculos despreciables, con el fin último de ver uno bueno metido en medio de todo eso.

Lo malo, lo poco trabajado, lo poco arriesgado, debería ser castigado por el olvido inmediato. “No hay sala”. Que baste con eso.

Por contraparte a este desparramo teatral, la última versión de Teatro a Mil nos dejó la presentación del espectáculo “Artaud recuerda a Hitler y el Romanische Café” de la Cía. Berliner Ensemble, puesta en escena unipersonal dirigida por Paul Pampler e interpretada por Martín Wuttke.

La reciente venida de este carismático actor caló hondo en nuestro medio teatral. Ya venía precedido por el rotulo “uno de los mejores de Europa”. Yo, espectador, estaba casi obligado a verlo, quedar extasiado por este célebre actor que venía directamente a los teatros que yo frecuentaba. Ya unas amigas me lo habían advertido, lo habían visto actuar en Alemania en el espectáculo “La Resistible Ascensión de Arturo Ui”.

- ¡Simplemente genial! - me habían dicho.

No obstante estas presiones producidas por la expectación no alcanzaron ni a pisar tobillo a lo que significó estar frente a su entrega solitaria.

Resultado: teatro absoluto. Argumentación escénica hecha carne, hecha desvarío y representación, acción recurrente a la hora de las evaluaciones internas acerca de lo que le pasa a uno al ver a otro “convertido” en escena. Descarnado gusto, casi matemático, por la forma exhibida y por la manera en que la catarsis cruza la cuarta pared/vidrio y cae en medio del pecho del espectador.

Martín Wuttke logra sacralizar ese momento cotidiano y logra transgredir el rol del espectador, invitándolo a un viaje catártico, fiel necesidad iniciática inherente al acto mágico y teatral. “La piel del mundo tiene sed” susurra en un alemán toscamente agradable. Y puesto que la piel del espectador chileno tiene más sed aún, y más hambre aún, y más deseos aún. Nos atuvimos con expectación al sacrificio mortal y efímero de verlo ahí, trasvestido en otro alma en pena, llamado Antonín Artaud; una mezcla vociferante de niño engreído y anciano desgarrado. Desaparecieron roldanas y telones, el teatro Antonio Varas fue suprimido en su grandeza y todo se redujo a una caja rectangular puesta en medio del escenario, una caja pequeña, significativamente quirúrgica, evocativamente radioteatral, blanca, sellada por paredes, y enfrentada a nosotros por un vidrio que nos mantenía por el revez de una soledad misteriosa que envolvía, allá tan dentro, el cuerpo del pequeño actor alemán.

Nunca existió un gran enfrentamiento actor /espectador, puesto que siempre, el vidrio permitió la separación y se produjo un distanciamiento Bretchtiano en una de sus facultades más interesantes. Martín Wuttke no tenía contacto directo con nosotros, no nos podía ver, pues las luces producían su propio reflejo transformando para él dicho vidrio en un espejo. Posaba los ojos en nosotros, pero lo hacía de la misma manera que alguien pone los ojos en una cámara fotográfica. No nos podía escuchar, pues el sellado hermético de la caja no le permitía oír nada más que sólo el ruido que él producía. No había contacto. La circunstancia había procreado una mirada vouyerista en el espectador,

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