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Trotsky Y La Democracia Soviética Más Allá De La Democracia Liberal Y El Totalitarismo


Enviado por   •  6 de Agosto de 2011  •  9.829 Palabras (40 Páginas)  •  777 Visitas

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Trotsky y la democracia soviética

Más allá de la democracia liberal y el totalitarismo

Claudia Cinatti , Emilio Albamonte

Miércoles 1ro de septiembre de 2004

La actualidad de la revolución y la dialéctica entre “libertad y liberación”

El horizonte de la teoría política contemporánea está dominado por la falsa antinomia entre “democracia” y “totalitarismo”. Esta simplificación vulgar pretende ignorar más de un siglo y medio de historia de la clase obrera, reduciendo toda la experiencia revolucionaria al stalinismo en sus distintas variantes.

Las teorías de la “democracia” en auge luego de la caída de los regímenes stalinistas, retoman el fundamento liberal de la autonomización absoluta de la política con respecto a toda determinación social, introduciendo nuevamente un antagonismo insalvable entre la democracia política y la emancipación económica.

En su libro Sobre la revolución, reflexionando sobre las diferencias entre las revoluciones americana y francesa del siglo XVIII, H. Arendt expresaba teóricamente esta dicotomía planteando que había una distancia entre la “libertad” (política) y la “liberación” (es decir la emancipación social) y que no necesariamente la última llevaba a la primera1.

Esta brecha surgía de la introducción de la “cuestión social” en la revolución, es decir, de la transformación de la pobreza en una “fuerza política actuante” y de la necesidad de resolver las privaciones surgidas en la esfera de la economía a través de instrumentos políticos. Para H. Arendt, aunque esta irrupción de la “cuestión social” -de las “necesidades perentorias del pueblo”- fue el sello distintivo de la revolución francesa de 1789 y sobre todo del terror jacobino, en realidad fue Marx quien transformó definitivamente “lo social en lo político”2 y “de esta forma, el objetivo de la revolución cesó de ser la liberación de los hombres de sus semejantes, y mucho menos la fundación de la libertad, para convertirse en la liberación del proceso vital de la sociedad de las cadenas de la escasez, a fin de que pudiera crecer en una corriente de abundancia. El objetivo de la revolución era ahora la abundancia, no la libertad”3.

Justamente lo que queda por fuera del horizonte liberal de H. Arendt es que la “abundancia” es la condición sine qua non de la libertad y que la contradicción no está entre la emancipación social de los explotados y su autodeterminación política, sino en las relaciones de producción capitalistas que condenan a la existencia humana al reino de la necesidad y que, por lo tanto, la explotación asalariada es la negación misma de la liberación y de la libertad.

En esto reside el aspecto más conservador de la teoría política de H. Arendt, en la que convive una idea de democracia política como forma de autogobierno y de poder constituyente -desde la polis griega a los consejos obreros revolucionarios de 1917 en Rusia, 1919 en Italia o 1956 en Hungría-, junto con la aceptación concreta del capitalismo y la idealización de la democracia norteamericana, por la vía de remitirla a la revolución que le dio origen.

Pero mientras que en los estrechos marcos liberales del pensamiento de H. Arendt la revolución, a su modo, ocupaba un lugar central en la reflexión porque era una realidad actuante4, ésta ha desaparecido de las nuevas teorías políticas. Como dice Z. Bauman, mostrando el cinismo que caracteriza a los ideólogos de nuestro tiempo, este retorno del liberalismo, más allá de sus ornamentos teóricos, “se reduce al simple credo de ‘no hay alternativa’”5.

Esta separación radical de la esfera política con respecto a lo social, esta elevación al plano teórico de la ruptura fenomenal de la dialéctica entre “libertad y liberación” que implicó la degeneración stalinista de la URSS y se profundizó en las revoluciones de postguerra, resulta en la desaparición de la revolución social del imaginario político posmoderno, ya que desde su óptica la revolución negarían la libertad a favor de una siempre dudosa liberación.

El arco de teorías “antitotalitarias” abarca desde los “postmarxistas” como E. Laclau, partidarios de la “democracia plural”, que como veremos no hacen más que recrear vulgarmente el reformismo de la II Internacional combinado con dosis de liberalismo y psicoanálisis; ideólogos del “contrapoder”, como J. Holloway que han sacado la conclusión de que si el Estado obrero ruso se burocratizó es mejor nunca más proponerse tomar el poder político6; hasta T. Negri, un “comunista inmanente” entusiasta de las condiciones actuales, que niega la organización política, la transición y el Estado obrero, porque considera que lo político ya sido definitivamente reabsorbido en lo social7.

La operación ideológica se completa con el “retorno” (a los griegos, a Locke, a Kant, a Spinoza, a Bernstein...) a una suerte de “premarxismo” adaptado a condiciones “posmodernas”, y de una exaltación de tendencias unilaterales sin dialéctica posible, lo que sólo lleva a mistificar situaciones episódicas, transformándolas en realidades efectivas.

El “olvido” de Trotsky por parte de estos nuevos ideólogos, incluso de muchos que provienen de las filas del trotskismo8 es funcional a construir una caricatura de marxismo cerrado y determinista para “demostrar” que contiene en germen al totalitarismo, identificando burdamente marxismo con stalinismo. Evitan así enfrentar las contradicciones que surgen de la organización social capitalista, contentándose con elaboraciones abstractas, o rescatando viejas fórmulas ya superadas por la historia.

Frente a tanta miseria teórica y estratégica el pensamiento de León Trotsky constituye una herencia invaluable para poner nuevamente en escena la perspectiva de la revolución proletaria, y para refutar a aquellos que afirman que a priori -ya sea por razones “ontológicas” o por la dinámica humana inevitable que se desarrolla en la organización política- la toma del poder y el intento de construir una nueva sociedad basada en órganos de poder obrero, desembocan necesariamente en regímenes totalitarios.

Justamente es Trotsky quien más ha reflexionado sobre estos problemas, sintetizando la experiencia de la revolución de Octubre y la lucha contra su degeneración, anticipando incluso el concepto de totalitarismo para definir el régimen stalinista (al que señaló como “gemelo del nazismo”), mucho antes que nuestros liberales pudieran articular una explicación coherente. Y sobre todo quien ha combatido a muerte al stalinismo, recuperando

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