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Una Mujer Audaz


Enviado por   •  10 de Junio de 2014  •  1.392 Palabras (6 Páginas)  •  224 Visitas

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Mar de Historias

Sht, sht, tranquila...

Cristina Pacheco

V

engo por el pantalón de Mauro, dijo Lucila. Pase. Nada más me falta darle una planchadita. No tardo. Siéntese. No, gracias, prefiero estar parada. Le insistí, jaló una silla y la puso junto a la ventana. Le noté los ojos hinchados. ¿Qué le pasa? Nada. Estoy bien. No le creí: Conmigo puede hablar. Sacó su pañuelo y me di cuenta de que le temblaban las manos. ¿Tiene miedo? No. Sólo un poquito de frío. Le ofrecí un café, bajo advertencia de que era soluble. Me sonrió. Vi su boca desdentada. Le pregunté qué había pasado con su dentadura. Inclinó la cabeza y se puso a alisarse la falda, meciéndose de adelante hacia atrás y repitiendo una frase que me costó trabajo entender: Me voy a portar bien.

Esa respuesta me pareció normal en una niña que se disculpa una falta y no en una mujer de 77 años que tiene una hija, un yerno y nietos ya grandes. Tomé el banco de la cocina y fui a sentarme junto a Lucila. Quise tomarle la mano, pero ella la ocultó bajo su suéter y me miró asustada: ¿Me tiene miedo? Hice la pregunta sin imaginarme la reacción de Lucila: salió de mi departamento y bajó las escaleras. ¿No se lleva el pantalón?

Creí que no me había escuchado porque siguió caminando hacia la puerta. Desde el barandal la vi forcejear con el candado. Fui por mi llavero, bajé a toda prisa, abrí el candado y retiré la cadena. Los usamos por seguridad. Este rumbo se ha vuelto muy inseguro. Van cuatro veces que se meten los ladrones al edificio. Son siempre los mismos. Ya los conocemos; los policías también pero no hacen nada por detenerlos. Mi hermana dice que son sus cómplices.

II

Abrí la puerta en el momento en que Regina estaba a punto de tocar el timbre. Lucila iba a decir algo pero su nieta no le dio oportunidad de hablar: Abuela, hace una hora que viniste a recoger los pantalones de Mauro. ¿No sabes que me preocupo cuando te tardas? Fue mi culpa. No los había planchado, dije. Regina miró extrañada a su abuela: ¿Y los pantalones? Ahorita voy por ellos. Si quieres vete yendo, yo te alcanzo... Regina hizo un gesto de impaciencia: No. Te espero, porque si no quién sabe qué tonterías hagas.

En cuanto nos quedamos solas Regina se acercó a mí: ¡Hijo, mi abuela me pega cada susto...! Antier otra vez se fue a la iglesia sin avisarme. La regañé y desde entonces no ha dejado de llorar. No quiero más escenitas. Le haré caso a Mauro: voy a encerrarla en su cuarto y cuando nos vayamos al trabajo también le echaré llave a la puerta. Si alguien toca, que mi abuela se asome por la ventana. Espero que no se vaya a caer, pero es capaz... Las personas de su edad son tan difíciles de cuidar como un niño. De veras, Sarita, es algo terrible.

Lucila reapareció con los pantalones. Regina se los arrebató con un movimiento brusco que hizo retroceder a su abuela y levantar el brazo para protegerse la cara: No me pegues. Regina dio un paso adelante: ¿Cuándo te he pegado? A ver, dime, ¿cuándo? No respondes porque no sabes qué decir. Te has vuelto levanta falsos y por eso no me gusta que hables con nadie.

Lucila estaba tan asustada que apenas le salieron las palabras: Pregúntale a Sarita y verás que no le dije nada malo de ustedes. Regina soltó una carcajada: Sólo eso me faltaba, después de que te tenemos viviendo con nosotros y te damos todo lo que necesitas. ¿Por qué lloras? ¿Tienes alguna queja? Si es así, desahógate, no quiero que luego me pongas tu cara de mártir y me hagas sentir culpable porque te cuido, por eso, ¡porque te cuido! Otra en mi lugar, ¿sabes lo que habría hecho contigo? Refundirte en un asilo y punto, a otra cosa mariposa.

Lucila se cubrió la cara con la mano. Sus gemidos aumentaron el disgusto de Regina: ¿Ves cómo te pones? En cuanto te digo algo, chillas, por eso mejor no te hablo. A ti no te importa, ya lo sé. Lo único

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