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Cartografía del miedo; punto de encuentro entre el terror y lo cotidiano


Enviado por   •  14 de Octubre de 2018  •  Ensayos  •  2.607 Palabras (11 Páginas)  •  149 Visitas

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Cartografía del miedo; punto de encuentro entre el terror y lo cotidiano

Por: Joyce S. Hernández

    Vas caminando por la calle tranquilamente, cuando, sin previo aviso, tu corazón comienza a latir rápido; las palmas de tus manos comienzan a sudar al tiempo que se tornan tan frías como las de un muerto recién colocado en el sepulcro. Te sientes pequeño en un enorme mundo, abandonado a una suerte de desesperanza que comienza a quitarte el aliento, impidiendo que respires con normalidad. Todo tu entorno da vueltas, empiezas a sentirte mareado y la falta de oxígeno se hace acompañar de una presión en el pecho que te hace detenerte en seco. En tu mente comienza a surgir una idea, idea que pronto se vuelve convicción; no cabe duda: estás muriendo.

    Esta es una de las mil maneras en que el miedo se ve manifestado. Los síntomas anteriormente descritos responden a un tipo de crisis de ansiedad, conocido como Ataque de Pánico, y sin embargo, no es ni el más letal ni el de menor incidencia entre la raza humana.

¿Qué es el miedo?

    El miedo, en palabras de H. P. Lovecraft, es una de las emociones más antiguas y poderosas de la humanidad. El mayor de todos los miedos, aunque muchos digan que tienen el suyo propio, es siempre, pese a lo que aseguren los psicólogos o desmienta la sociedad contemporánea, el miedo a lo desconocido, miedo heredado, por cierto, de nuestros padres desde la época de las cavernas. Nadie sabe con certeza qué es lo que nos depara la vida, el destino, algún dios o la casualidad misma a la vuelta de la esquina.

    Su principal característica es esa sensación desagradable que nos hace creer que nos encontramos en peligro, que corremos algún riesgo, sea este real o imaginario, y que nos insta a ponernos a salvo de inmediato.

    El miedo se cierne también sobre nosotros jugando tretas inteligentes. A veces sentimos miedo no solo de lo que nos pasa en el presente, de lo que está sucediéndonos en el instante mismo en que comienza la oleada de pánico, sino que también, para variar, se vale de nuestros recuerdos, de aquellos cadáveres que deberían estar reposando en alguna parte de nuestro inconsciente, o peor aún, generando imágenes confusas sobre nuestro futuro, un futuro que ni siquiera está en estado embrionario, para torturarnos, para robarnos el sueño, quitarnos el hambre o aumentar nuestro apetito de manera desmedida, provocando que no solo crezcan nuestros temores, sino también nuestra barriga. Así de bribona es la susodicha emoción.

El miedo en la historia

    ¿Cuándo comenzamos a tener miedo? Se sabe de sobra que los animales no tienen miedo. A veces se les atribuye esta emoción confundiéndola con el instinto de conservación, pero al no poseer el raciocinio del que está provisto la humanidad, simplemente no pueden temer. En la era Paleolítica, los primeros hombres hicieron acto de presencia en este planeta; se supone que su cerebro, al ser de dimensiones un poco más pequeñas, carecía de ciertos procesos mentales, pero no por ello se limitaban a dejarse guiar por sus meras necesidades básicas (recordando un poco a Maslow), por lo tanto, ellos pudieron haber tenido miedo ante la imponente majestuosidad de los icebergs, de las montañas, de los mamuts o hasta de los perritos salvajes aún sin domesticar.

    Posteriormente, con el refinamiento de los modales de los neandertales, y con el cambio de imagen que tuvo lugar al mismo tiempo que su expansión por el mundo antiguo, haciéndose reconocer con distintos apelativos, tanto egipcios, mesopotámicos, como chinos, griegos y romanos, siguieron temiendo a mil y un cosas. Quizá sea ese el motivo por el cual nutrieron su mitología y los panteones con una amplia gama de dioses, dioses de todos los colores, tamaños y para todos los usos. Creían que con ello iban a librarse de lo que les generaba temor, que ellos los salvarían de todo mal, e irónicamente, terminaron temiéndoles a sus protectores por igual.

    Pasó el tiempo, y el auge de la ciencia y tecnología del viejo mundo occidental se vio ensombrecido y truncado por una era en la cual el miedo fue pilar fundamental para su concreción: La Edad Media. Allí todo el mundo tenía miedo de todo, y los gobernantes hicieron buen uso de tan buena táctica para poner a todo el pueblo de rodillas. Les impusieron una religión paradójica: el fin último del hombre era amar a su prójimo, amar a todos los seres y perdonar, pero si no lo hacías, te pudrías en el infierno por pecador; vaya ironía. De hecho, muchos de los temores que se tienen en la actualidad vienen de la represión y el yugo que se ejerció sobre la gente durante el medievo.

    En cuanto se re-encendieron las luces en el escenario, la ilustración también vino a implantar un miedo en la psique, principalmente, en la de los europeos: el miedo a la ignorancia. Se quiso desterrar por completo la sombra de la duda, de la incerteza y del desconocimiento. Grandes hombres como Descartes o Diderot aportaron una vastedad de herramientas para que la gente comenzara a cuestionarlo todo y a cultivarse en distintos ámbitos, pero con el efecto secundario de temer que el tiempo no fuera suficiente para aprender lo realmente necesario para librarse del infame oscurantismo.

El miedo presente en la obra de dos escritores

    Ambos fueron estadounidenses, ambos unos genios del horror, capaces de hacerle sentir al lector los escalofríos que sus propios personajes estaban sintiendo a lo largo de la historia, llegando a colarse en las pesadillas de su público que, desde ese momento, nunca serían iguales, sino mucho, mucho peores.

    El primero de ellos, Edgar Allan Poe, uno de los maestros universales del relato corto, supo manejar el horror en sus historias con gran elegancia, con matices tan sombríos como se supone que sería el purgatorio. Su narrativa está muy bien cuidada, dotada de una distinción sin igual. Él utiliza temas como la muerte, de una manera excepcional; dota a los espectros de un aura espeluznante, más vengativos que los peores seres humanos; trae del más allá las sombras de algunos que en vida no terminaron sus asuntos, o no quisieron concluirlos; las percepciones de sus protagonistas o entes involucrados  se confunden con la realidad de quien los lee, calando los huesos como si de verdad se estuviera en ese espacio lúgubre, sepulcral y donde el sol o las mañanas parecen no existir. Muchos de sus cuentos se encuentran entre los mejores de la historia, y no es para menos, ya que esa maestría literaria sirvió y ha servido de referente para numerosos autores, de nacionalidades, épocas y géneros diversos; fueron una inspiración para muchos. La manera  en que narra las emociones más siniestras, los estados de la mente que muchos niegan con el afán de mostrar una “humanidad normal”, pero que carcomen poco a poco la psique por haber sido reprimidos (tal como diagnosticaría Freud), es realmente magnífica.

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