Criminales Alimentarios

El pasado 16 de octubre se conmemoró el Día Mundial de la Alimentación, bajo el lema “Seguridad Alimentaria Mundial: los retos del cambio climático y la bioenergía”. El Día coincide con la fecha de fundación de la organización de la Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) en 1945.

La seguridad alimentaria es un concepto que hace referencia tanto a la disponibilidad como al acceso a los alimentos en cantidad y calidad suficientes. La FAO estipula que existe seguridad alimentaria si “todas las personas tienen en todo momento acceso físico y económico a suficientes alimentos innocuos y nutritivos para satisfacer sus necesidades alimentarias”. Es decir alimentos que aseguren un aporte nutricional acorde a las necesidades y que los mismos no sean nocivos para la salud, ya sea por las condiciones de salubridad e higiene, como por las características de su producción, por ejemplo el uso de agroquímicos, pesticidas, y fertilizantes tóxicos para la salud humana.

El objetivo de esta conmemoración es la concientización de las poblaciones y los países sobre el problema alimentario mundial y fortalecer la solidaridad en la lucha contra el hambre, la desnutrición y la pobreza.

Sin embargo para hablar del problema alimentario mundial necesitamos hablar del problema alimentario local, que es el que está a nuestro alcance y del cuál no podemos o no debemos esquivar la responsabilidad.

El hambre no esta sólo en el África, ni está sólo en esos niños con cuerpos raquíticos y vientres hinchados (que aquí también los hay); está muy cerca de nosotros con sus múltiples rostros. Está en el alto porcentaje de niños anémicos, en la gran cantidad de niños con desnutrición crónica, está en la prematurez y en el bajo peso al nacer de los bebes de madres mal alimentadas, en la inexplicable tasa de mortalidad infantil que mantiene nuestro país, en el escaso crecimiento y desarrollo de tantos niños, en el bajo nivel y desarrollo intelectual con el posterior pobre rendimiento escolar; y también está en los gordos mal nutridos alimentados a pan y fideos fenómenos de nuestro tiempo, entre tantas formas más.

Si hay una propiedad destacable que ha tenido y tiene nuestro país, es la capacidad de producir alimentos a gran escala. Extensas tierras fértiles, ideales tanto para la agricultura como para la ganadería, variedad climática que permite una gran diversidad de cultivos, costas marítimas de punta a punta para garantizar la pesca y un sistema de producción gigantesco, que hace que la Argentina sobresalga en el mercado internacional, con la cantidad y calidad de muchos de sus productos: carnes, lácteos, los mas variados cereales y legumbres, frutas y verduras.

Sin embargo a pesar de esta exuberante riqueza en este rubro, se da en la Argentina de hoy, y de hace un tiempo a esta parte, una situación por demás paradójica: la creciente mala nutrición de amplios sectores de la sociedad.

Es entonces que en la pródiga Argentina de los verdes campos, estamos asistiendo vergonzosamente a la condena del futuro de toda una generación que correrá en desventaja, si tenemos en cuenta que hay nutrientes que son indispensables en ciertas etapas de la vida y que si no se reciben adecuadamente condicionan no sólo el normal crecimiento sino también las capacidades intelectuales por un deficiente desarrollo neurológico.

Es indudable que esta realidad, pone en evidencia de manera contundente y dolorosa, una de las grandes contradicciones irresueltas de nuestra Nación.

Alimentos para el mundo pero no para nosotros

En primer lugar, este país es un enorme productor de alimentos, pero focaliza

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