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Informacion Del Curso De Problematica Universitaria


Enviado por   •  21 de Febrero de 2014  •  2.025 Palabras (9 Páginas)  •  267 Visitas

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Diario La Nación, 12 de abril, 1998

Mayo 68 / mayo 98

Tríptico revolucionario

¿Qué quedó de los ideales agitados en las revueltas estudiantiles europeas de hace treinta años, que luego se extendieron a países como la Argentina? Beatriz Sarlo hace un balance de tres momentos revolucionarios de aquellos tiempos y, en carácter de anticipo se publica un fragmento de Une envie de politique (Editorial La Découverte/Le Monde), un libro de conversaciones de Daniel Cohn Bendit, el líder carismático del 68 (hoy diputado del Parlamento Europeo), con Lucas Delattre y Guy Herzlich.

DEL Mayo francés tengo recuerdos tan intensos como contradictorios. Las fotos de la insurrección parisina se sobreimprimen con las fotos del Cordobazo, que sucede en la Argentina exactamente un año después. En ambos recuerdos, la gente es muy joven y está en la actitud de arrojar algo a la policía o a un edificio cercano. Las fotos tienen mucho humo y las imágenes están algo borrosas, porque se trata siempre de personas en movimiento, gesticulando, saltando o corriendo.

Por supuesto, las consignas del Mayo francés han alcanzado una clasicidad incomparable. Traducidas a todas las lenguas, mantienen hasta hoy su potencia sugestiva como condensación poética del deseo revolucionario, y tienen un aire de familia con el rechazo absoluto que luego formará parte de otras tribus de la cultura juvenil. "No sé lo que quiero, pero lo quiero ya": esa frase ocupa el ojo de un torbellino. Como "pidamos lo imposible", podría decirse que no pertenece a nadie.

En el Mayo francés había una estética revolucionaria que me parecía más atractiva que la de las movilizaciones tercermundistas. El Mayo francés fue el pop art, el arte conceptual, el happening, la instalación, los graffiti, el collage, la historieta: todas las formas del vanguardismo internacional sesentista. Incluso había tenido su film premonitorio: La chinoise, de Jean-Luc Godard, de 1967, donde un hombre de Les Temps Modernes, la revista de Sartre, era interrogado (casi diría hostilizado) por una estudiante de una célula maoísta afincada precisamente en Nanterre. El film de Godard presenta motivos que anuncian los del Mayo francés: el maoísmo, el oriente campesino y revolucionario, el juvenilismo, el sentido de absoluto, la violencia, el doctrinarismo.

Los estudiantes franceses del 68 ocuparon el lugar de un proletariado europeo adormecido por el bienestar. Tal era el argumento. Todo el mundo discutía esa cita donde Marcuse indicaba que, en el capitalismo avanzado, las clases trabajadoras habían perdido su potencial revolucionario. Los estudiantes franceses superaron el cerco de la alienación trazado por Marcuse, porque su movimiento atrapó también a los obreros franceses. La vanguardia cultural estudiantil se había convertido en vanguardia política.

En mayo de 1968, también creí que los estudiantes franceses ensayaban un acto insurreccional que sólo se cumpliría definitivamente en América. Ellos habían tomado la delantera, pero de este lado del Atlántico se preparaba la verdadera, definitiva, lucha revolucionaria. Y América incluía a los Estados Unidos en un arco que iba de los hippies al movimiento negro, representante del Tercer Mundo dentro del Primero.

La idea de que había reservas insurreccionales en los más grandes países capitalistas (el Mayo de Francia fue un mayo europeo: turinés, romano, berlinés y también un mayo californiano), chocaba sin que yo tuviera demasiada conciencia teórica, con otra idea: la de que la revolución iba a avanzar de la periferia hacia el centro, traída por los condenados de la tierra, como Franz Fanon llamaba a los campesinos. Y en la Argentina urbana, la clase obrera parecía capaz de destituir a sus dirigentes y avanzar en el camino de una radicalización juvenil que, por fin, garantizaba la vieja consigna de "obreros y estudiantes, unidos y adelante".

No terminan acá las imágenes sobreimpresas. La Revolución Cultural china también proponía sus instantáneas de jóvenes revolucionarios que, con el brazo tenso, sostenían un libro de consignas: el Libro rojo, de Mao. La Revolución Cultural china era juvenil tanto como lo era la insurrección francesa. Muchos creíamos que un puñado de viejos dirigentes revolucionarios, comunicados directamente con las masas de jóvenes, habían recuperado el Partido Comunista chino para dirigir la lucha de clases, impidiendo que siguiera el camino de la nomenklatura soviética, corrupta y reformista.

Ésa era una de las versiones corrientes y yo no tenía demasiados motivos para dudar de ella, ya que me ofrecía varias ventajas: la revolución llegaba, si venía de China, también desde el Tercer Mundo; era una insurrección donde las luchas de poder inclinaban la balanza del lado de los jóvenes guardias rojos, y, finalmente, Mao parecía un dirigente más afín al gran misterio argentino de aquellos años: Perón. Sin embargo, en una trampa irónica, con Perón entraba en escena el adversario de los estudiantes franceses, Charles de Gaulle, al que Perón decía admirar, olvidando que sus simpatías no habían sido tan intensas cuando De Gaulle era, durante la Segunda Guerra Mundial, el líder de la Francia libre que no aceptaba el colaboracionismo de los nazis.

Otra capa de sentidos venía del lado de la Revolución Cubana y, sobre todo, de lo que comenzaba a ser el "guevarismo". El Mayo argentino tuvo lugar en 1969, un año después del francés; un año antes, en 1967, había muerto el Che comandando un movimiento guerrillero. Estas dos fechas enmarcan al Mayo francés y lo convierten en el volante de un tríptico formado por la revolución campesina y juvenil iniciada en Cuba, la revolución estudiantil de Francia, la insurrección obrera y estudiantil del Cordobazo. Las tres fechas quedan unidas imaginariamente por la juventud de sus protagonistas.

Como en los sueños o en los mitos, en la Argentina de fines de los 60 los jóvenes del peronismo radicalizado o de la "nueva izquierda" disponíamos de estas imágenes culturalmente afines y políticamente contradictorias. Es lo que se llama un clima de época. Ese final de la década del 60 fue un tiempo de síntesis arrolladoras.

Por Beatriz Sarlo

Para La Nacion - Buenos Aires, 1998

Ley Sáenz Peña: voto universal, secreto y obligatorio

Un día como hoy pero de 1912 se promulgó lo que se conoce como la Ley Sáenz Peña o Ley 8.871 a la ley General de Elecciones sancionada por el Congreso de la Nación Argentina, que estableció el voto secreto y obligatorio a través de la confección de un padrón electoral, pero seguía siendo exclusivo para nativos argentinos y naturalizados masculinos y mayores de 18 años. Debe su nombre al hecho de haber sido sancionada durante la presidencia de Roque Sáenz Peña.

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El voto popular y secreto permitió que accediera al poder en 1916 el candidato por la Unión Cívica Radical, Hipólito Yrigoyen.

El 10 de febrero de 1912 el Congreso Nacional sancionó la ley 8.871, que empezaría a conocerse como la "Ley Sáenz Peña", que estableció el voto secreto, obligatorio y universal.

Si bien la ley no era tan universal, porque seguía siendo exclusiva para nativos argentinos y naturalizados masculinos y mayores a 18 años, vino a poner fin al fraude y al soborno que perpetuaba en el poder al régimen oligárquico que comenzó en 1880.

Por su parte, las mujeres debieron esperar 39 años hasta la sanción de la Ley 14.032, de junio de 1951 de la mano de Eva Perón, que con el sufragio femenino comenzó a equilibrar la balanza.

Antes de la ley Saénz Peña, los días de elecciones, los gobernantes de turno hacían valer las libretas de los muertos, compraban votos, quemaban urnas y falsificaban padrones.

"Puede decirse que todos los gobernantes de lo que la historia oficial llama `presidencias históricas`, es decir, las de (Bartolomé) Mitre, (Domingo) Sarmiento y (Nicolás) Avellaneda; y las subsiguientes hasta 1916, son ilegítimas de origen, porque todos los presidentes de aquel período llegaron al gobierno gracias al más crudo fraude electoral", evalúa el historiador Felipe Pigna, en `Los mitos de la historia argentina III`.

La primera aplicación de la ley Sáenz Peña fue en abril de 1912 en Santa Fe y Buenos Aires, y luego permitió que accediera al poder en 1916 el candidato por la Unión Cívica Radical, Hipólito Yrigoyen.

La primera ley electoral había sido sancionada en 1821 en la provincia de Buenos Aires durante el gobierno de Martín Rodríguez, por el impulso de su ministro de gobierno, Bernardino Rivadavia, y establecía el "sufragio universal masculino y voluntario para todos los hombres libres de la provincia" y limitaba exclusivamente la posibilidad de ser electo para cualquier cargo a quienes fueran propietarios.

Sin embargo, esta ley tuvo un alcance limitado, porque la mayoría de la población ni siquiera se enteraba de que se desarrollaban comicios.

La Constitución Nacional de 1853 dejó un importante vacío jurídico sobre el sistema electoral, que fue parcialmente cubierto por la ley 140 de 1857: el voto era masculino y cantado, lo que podía provocarle "inconvenientes" al votante si no sufragaba por lo que imponía el caudillo de su zona.

Por aquella época el país se dividía en 15 distritos electorales, en los que cada votante lo hacía por una lista completa, es decir que contenía los candidatos para todos los cargos.

La lista más votada obtenía todas las bancas o puestos ejecutivos en disputa y la oposición se quedaba prácticamente sin representación política.

Hacia 1900, nuevos partidos, como la Unión Cívica Radical y el Partido Socialista, atraían a los sectores sociales que no estaban representados en las instituciones políticas del Estado, que estaban controladas por la clase gobernante conservadora y liberal.

Para evitar conflictos sociales, un sector del gobernante Partido Autonomista Nacional (PAN), que podría llamarse "modernista" y en el que se encontraba Roque Sáenz Peña, comenzó a considerar la introducción de reformas graduales en el sistema electoral.

El primer paso en ese sentido se da con la reforma “uninominal” en el sistema de elección de diputados.

El Partido Socialista de Juan B. Justo, que desde su creación en 1896 siempre participó de las elecciones, logró gracias a este nuevo sistema que en 1904 fuera electo el primer diputado socialista de América: Alfredo Palacios.

El nuevo sistema duró poco, ya que en 1905, con Manuel Quintana como presidente, se volvió a la lista completa, en la que cada elector votaba por todos los candidatos de su distrito.

Dos meses después de esto se suprimió el voto cantado, que pasó a ser por escrito, pero nunca secreto.

El 12 de junio de 1910, el Colegio Electoral consagró la fórmula Roque Sáenz Peña-Victorino de la Plaza, y el presidente electo, que se encontraba en Europa, emprendió su regreso al país.

A poco de llegar tuvo dos entrevistas claves: una con el presidente saliente Figueroa Alcorta y la otra con el jefe de la oposición, Hipólito Yrigoyen, quien le reclamó "comicios honorables garantidos, sobre la base de la reforma electoral".

El 12 de octubre de 1910 Saénz Peña asumió el nuevo gobierno y envió al parlamento el proyecto de "Ley de Sufragio" que establecía la confección de un nuevo padrón basado en los listados de enrolamiento militar, y el voto secreto y obligatorio para todos los ciudadanos varones mayores de 18 años.

La aprobación de esta ley fue un avance hacia la democracia participativa en la Argentina y la posibilidad de expresión de las fuerzas políticas opositoras.

Luego de más de cien años, la Argentina encaró un nuevo régimen electoral impulsado por el gobierno nacional, que estableció las internas abiertas, simultáneas y obligatorias para la elección de candidatos que luego participarán en los comicios generales.

Además de instaurar un sistema de elecciones internas, la ley prohíbe el aporte financiero de empresas en las campañas y la propaganda privada en los medios audiovisuales, y fija restricciones para la difusión de encuestas de intención de voto, entre otras cosas.

Establece, asimismo, que para participar en los comicios generales los candidatos deberán superar el 1,5 por ciento de los votos emitidos en las elecciones primarias.

Entre otros cambios importantes, la ley establece que para conservar su personería los partidos políticos deberán mantener en forma permanente el número mínimo de afiliados.

Al presentar el proyecto ante el Congreso, Roque Sáenz Peña también afirmó: "En este momento decisivo y único vamos jugando el presente y el porvenir de las instituciones. Hemos llegado a una etapa en que el camino se bifurca con rumbos definitivos. O habremos de declararnos incapaces de perfeccionar el régimen democrático que radica todo entero en el sufragio o hacemos otra Argentina, resolviendo el problema de nuestros días, a despecho de intereses transitorios que hoy significarían la arbitrariedad sin término ni futura solución".

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