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LUCER IRIGARAY Y EL PROBLEMA DEL GÉNERO


Enviado por   •  27 de Noviembre de 2014  •  1.275 Palabras (6 Páginas)  •  284 Visitas

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Plantear preguntas nuevas y cambiar la forma de viejas preguntas alterando el presente orden es siempre un gesto revolucionario. Luce Irigaray denuncia que las sociedades contemporáneas están consolidadas sobre una lógica falocéntrica cuya consecuencia fundamental es la subordinación estratégica de las mujeres. Irigaray utiliza una perspectiva posmoderna para desafiar la hegemonía del falocentrismo en filosofía, lingüística y psicoanálisis.

Podemos entender el falocentrismo como un orden simbólico que centra en el falo (pene) la diferencia sexual entre hombres y mujeres. La división simbólica del trabajo entre los sexos, que el término género contribuye a explicar, es el sistema establecido por el falogocentrismo. En este sistema, lo masculino y lo femenino están en una posición estructuralmente asimétrica: los hombres, como los referentes empíricos de lo masculino, llevan el falo, es decir, la visión de la virilidad abstracta.

Una de las formas más sutiles de transmitir esta discriminación es a través de la lengua, ya que ésta no es más que el reflejo de los valores, del pensamiento, de la sociedad que la crea y utiliza. Nada de lo que decimos en cada momento de nuestra vida es neutro: todas las palabras tienen una lectura de género. Así, la lengua no sólo refleja sino que también transmite y refuerza los estereotipos y roles considerados adecuados para mujeres y hombres en una sociedad. Pensemos en lo que intentan transmitir frases cotidianas como “vieja, el último”, “lo que valga una mujer, en sus hijos se ha de ver”, “si no me pega, no me quiere”, o “mujer que sabe latín, ni tiene marido ni tiene buen fin”.

Las expresiones lenguaje de género, lenguaje no sexista o lenguaje inclusivo se emplean en diversas disciplinas que investigan los efectos del sexismo y del androcentrismo, así como por aquellas personas para las que es conveniente o útil hacer un uso no sexista del lenguaje. El estudio del lenguaje sexista es paralelo al del lenguaje de género y cae dentro del ámbito de la filosofía, la sociología del lenguaje, la antropología lingüística y la etnografía de la comunicación.

Las investigaciones sobre las relaciones entre lenguaje, pensamiento y realidad, han puesto de manifiesto la infravaloración y degradación de la mujer en el lenguaje. En concreto, se ha constatado que el genérico gramatical masculino, género no marcado o no excluyente, en realidad lo que expresa es la subordinación de la mujer a través del lenguaje. En consecuencia, la investigación se dirige a hacer un uso inclusivo del lenguaje, en lugar del masculino no excluyente. Estas investigaciones proponen medidas que son objeto de polémica discusión en entornos académicos, en particular en torno a las conclusiones de la RAE. Las instituciones públicas, en su caso, deciden la adopción de las medidas políticas que estiman necesarias.

La mejor forma de expresar nuestra concepción del mundo y de reflejar cómo es nuestra sociedad, es a través del uso del lenguaje. Éste puede ser un instrumento de cambio, de transferencia de conocimiento y cultura, pero también puede ser una de las expresiones más importantes de desigualdad, ya que manifiesta por medio de la palabra la forma de pensar de la sociedad y cómo en ésta se invisibiliza toda forma femenina.

El uso del lenguaje sexista de ninguna manera puede ser intrascendente, ya que mientras se siga utilizando no podremos conformar una sociedad igualitaria.

Irigaray critica la indiferencia sexual, es decir, la existencia de un solo sexo, el masculino; definiéndose lo femenino en torno al modelo de los hombres, en otras palabras, lo masculino que monopoliza el valor, opera como patrón en torno al cual definirse, siendo él el sujeto y ella la alteridad. Al respecto Simone de Beauvior explica: “la humanidad masculina y el homrre define a la mujer, no en sí, sino en relación con él; la mujer no tiene consideraciones de ser autónomo” (Beauvior, 1949). De tal modo que la subjetividad y alteridad se presentan en relación a una jerarquía, es decir, ser alteridad (se rmujer) es estar en una posición de subordinación. Para Freud no hay dos sexos que se puedan articular; ni en la relación sexual, ni en los procesos imaginarios y simbólicos que regulan el funcionamiento social y cultral, antes bien, en palabras

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