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Transporte Urbano En Lima Metropolitana


Enviado por   •  13 de Noviembre de 2013  •  1.865 Palabras (8 Páginas)  •  409 Visitas

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Una ciudad al servicio de los autos

La actual gestión edil ha decidido llevar adelante la reclamada reforma del transporte y hasta el momento ha implementado algunas medidas alentadoras. Pero más allá de las buenas ideas, creemos que ha llegado la hora de discutir ¿Qué tipo de ciudad queremos y al servicio de quién debe estar destinada la mayor parte de la obra pública?

El transporte es el segundo problema que más preocupa a los limeños (49,7% según la última encuesta de Lima Cómo Vamos), pero también a los londinenses. La diferencia entre estas preocupaciones ciudadanas se encuentra en el tipo de demandas que los habitantes de cada ciudad hacen a sus autoridades. Mientras que en Londres se lucha por mayor seguridad para los ciclistas y mejores inversiones para el transporte público, en Lima se reclaman más puentes peatonales y by-passes. Pero ¿qué tienen de malo los puentes peatonales? ¿Acaso no sirven para proteger a los peatones de ser atropellados? Hasta que la respuesta a estas preguntas no sea comprendida por autoridades, funcionarios y ciudadanos, el transporte en Lima seguirá tan caótico como antes, aunque los esfuerzos por hacer reformas continúen.

El mito de los puentes peatonales

En nuestro país, un puente peatonal es sinónimo de obra. Los vecinos los piden cuando llaman a programas de radio; se organizan y hacen marchas para exigir la colocación de un puente en zonas cercanas a sus viviendas. Los candidatos en campaña política prometen más puentes peatonales. Conductores y peatones aplauden la medida.

Sin embargo, el puente peatonal en zona urbana (no me refiero a los que están colocados en las carreteras de alta velocidad: en estas vías no deberían existir emplazamientos urbanos) simboliza la renuncia de los peatones a su pleno derecho. Derecho a una ciudad segura, a la movilidad, a desplazarse por la ciudad según su voluntad o su necesidad. En suma, al pedir un puente peatonal, lo que un ciudadano está haciendo es renunciando a su libertad. Pedir un puente es negarse a sí mismo. ¿Paradójico, verdad?

La idea —generalizada— de que el puente peatonal es útil porque los peatones son imprudentes y tienen poca cultura ciudadana es una falacia que tiene su origen en el diseño de la ciudad. Esto quedó en evidencia luego de la campaña que promovía las multas a los peatones —y que se legalizó vía el decreto supremo 040-2010-MTC—. Luego de que el primer día se impusieran más de 900 multas, los indignados peatones empezaron a pedir lo que desde hace tiempo se les ha negado: calles seguras y de calidad. El mismo medio promotor de la campaña, El Comercio, tuvo que reconocer que la ciudad no ofrece adecuadas condiciones a los peatones y que su diseño está hecho pensando en el auto (editorial “Más allá de la sanción a los peatones”, 16 de noviembre del 2010). La conclusión era evidente: no se pueden exigir deberes —ni, menos, imponer sanciones— si antes no se otorgan mínimos derechos.

Los puentes peatonales son el ejemplo perfecto de cómo Lima prioriza al auto por encima de la persona. Al fin y al cabo, el puente peatonal no se coloca para que los peatones crucen más seguros, sino para que los autos transiten con mayor facilidad; se protege la fluidez del tránsito vehicular, no la comodidad del caminante.

Quizá el caso más emblemático de esta paradoja sea el puente peatonal ubicado en la avenida Brasil, frente al Hospital del Niño. Bastan cinco minutos de observación para llegar a la conclusión de que este puente es el mayor ícono de la insensatez en que está fundado nuestro sistema de movilidad, pues frente a un hospital que congrega a centenares de pacientes y familiares diarios, personas con movilidad reducida, este puente les dice en voz alta: “tú importas menos que ese carro”; “muévete o muere”. Porque, como es muy complicado subir el puente, madres y padres con los coches de sus hijos optan por cruzar por abajo y arriesgar sus vidas; personas enyesadas o con muletas prefieren lanzarse a este delirante juego sinsentido; ancianos y personas en sillas de ruedas deben ser asistidos para cruzar la avenida Brasil por la pista.

El mensaje que la ciudad —sus autoridades— está enviando es evidente: quien camina, quien no puede movilizarse en un vehículo, tiene menos derechos que alguien que sí lo hace. Ese puente es un monumento a la desigualdad y debe ser retirado y reemplazado por un cruce a nivel que priorice a los peatones sobre los autos privados. La respuesta que muchos darán a esta medida es la siguiente: “Pero entorpeceremos el tráfico y demoraremos a los autos”. Ante esa oposición, tengo dos comentarios:

1. Si hay que elegir entre brindar mejores condiciones a los peatones y mayor circulación para los autos, sin dudarlo hay que elegir la primera opción. Esto es apostar por la movilidad.

2. Además, la instalación de un crucero a nivel o mayores facilidades para peatones no necesariamente va a entorpecer la fluidez de los vehículos. Al contrario: en la mayoría de los casos una adecuada gestión vial mejora también el tiempo de viaje de aquéllos que usan auto.

Una verdadera reforma del transporte debe enfrentarse a la supremacía del auto privado. Tarea difícil en una ciudad en la que los principales líderes de opinión y decisores de políticas públicas se mueven en auto privado para transportarse. Sin embargo, lo que se olvida es cómo se mueven las personas realmente. Según la encuesta 2012 de Lima Cómo Vamos, en el caso de los viajes para trabajo y estudios, solamente un 8,8% se moviliza en auto privado y un 2,1% en taxi. El resto se mueve en transporte público colectivo (75,6%) o camina (9,2%). Las cifras son claras, no engañan.

Solamente un 8,8% se moviliza en auto privado y un 2,1% en taxi. El resto se mueve en transporte público colectivo (75,6%) o camina (9,2%). Las cifras son claras.

Diseñando una ciudad

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