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Carlos Pizarro, una sublime epopeya nacional


Enviado por   •  8 de Noviembre de 2015  •  Biografías  •  1.943 Palabras (8 Páginas)  •  109 Visitas

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Laura Daniela López Chaparro

Estudiante de Derecho

Carlos Pizarro, una sublime epopeya nacional

Es pues, el momento de hablar en voz alta, más aún en el contexto de un país que aspira a conseguir una paz estable y duradera. Es el momento de abonar la historia de una nación adolorida y profundamente fracturada, donde luego de cincuenta años de guerra, comienza a tornarse fundamental dejar la indiferencia que manifiesta la agonía de la sociedad colombiana y  retomar la esperanza que le ha sido constantemente arrebatada a un país, a través de la arbitraria eliminación de sus fugaces protagonistas, encarnados en líderes que van desde Gaitán, Jaramillo, Galán y Pizarro,  quienes hoy día solo se podrían describir como sueños asesinados en primavera.

Entre todos ellos, es necesario recordar a dos especialmente, pues este año se cumplen 25 años de los homicidios de Bernardo Jaramillo Ossa y de Carlos Pizarro Leongómez, candidatos presidenciales a los que un sector del país asesinó, como parte de un genocidio planeado contra los colombianos considerados de izquierda que, por atreverse a pensar diferente y por representar una creciente fuerza de unión y transformación social, se volvieron una amenaza para ese mínimo sector, intolerante e inhumano, de Colombia. Ese día fue particularmente gris, recuerda María José su hija[1], ya que el 26 de Abril de 1990, cumplido un mes de asesinado Jaramillo Ossa [22 de Marzo de 1990], el país volvía a amanecer vestido de negro, pues en un avión rumbo a Barranquilla se repetía la triste historia que, se pudo sentir con gran resignación en unos pilotos completamente pasmados, pues no sabían que hacer después de semejante noticia que las azafatas corrieron con desespero a contarles, gritando por doquier ¡Capitán lo mataron! … ¡mataron al comandante! ¡Retroceda…que mataron a Carlos Pizarro en el avión!

Lo triste era que se sabía que lo iban a matar, decían algunos colombianos en su entierro. No se sabía cuándo y mucho menos donde, pero lo cierto es que Carlos sabia, los días previos a su muerte,  que el haber sembrado esperanzas en la agonía colombiana, le iba a costar hasta su propia vida.  Y es que Pizarro era un caso bien particular, pues además de contagiar al pueblo por ser carismático y buen mozo, a él lo acabó matando la particular manera  en la que se pensaba el país, pues era un romántico, un poeta, que sin lugar a dudas pecó por atreverse a imaginar a Colombia de esa manera: sublime, ávida de bienestar colectivo, alegre y llena de vida, democracia y paz. En pocas palabras como “Una estirpe destinada a ser feliz”[2].  Carlos fue capaz de creer en una epopeya a la colombiana, en una nación madura y en primavera que, 25 años después, no hemos sido capaces de alcanzar.

Dicha epopeya no solo fue el fundamento de la ideología de Carlos, sino que además fue el hilo conductor de su vida, una vida polémica, llena de contrastes, en la que se pone de manifiesto lo bárbaro y lo hermoso que puede llegar a tener un ser humano. Su vida transcurrió entre la oligarquía y la subversión, entre la tristeza y la alegría, en pocas palabras, entre la guerra y la paz, porque Pizarro, desde las palabras de su madre, “se convierte en hombre de violencia y termina abatiéndose como adalid de paz”.[3]

Para nadie es un secreto que Carlos no nació en el seno del pueblo, pues fue hijo de un almirante de marina que proclamaba la ideología conservadora a mucho honor, y de una mujer de apellido notable en aquellas épocas de principios de los años cincuenta [1951], Margot Leongómez de Pizarro.  En aquellos años acababa de comenzar el denominado periodo de “La violencia”, que tanto marcó a Carlos y a su generación, periodo en el cual comenzó a surgir un proceso de confrontaciones e intolerancias, las cuales inicialmente se manifestaron en la lucha por el poder del bipartidismo, liberal y conservador, y después se materializaron en las protestas de las expresiones guerrilleras como respuesta al mismo.

Sin embargo, contrario a lo que se cree, Carlos no creció ajeno al conflicto colombiano, pues la primera etapa de su vida trascurrió entre el apoyo a las fundaciones de beneficencia y educación que creó su madre para los niños necesitados de Cali y los profundos debates, sobre la realidad del país y sobre lo que sucedía al interior de las fuerzas armadas,  que entablaba con su padre y sus hermanos en la intimidad familiar, diálogos que cierra, a manera de epílogo, en la carta que Carlos le envía a su padre desde la cárcel La Picota, tras haber caído preso con el M-19 en 1980, diciendo: “Papá, tu  ejemplo me enseñó que todo hombre vale por sus propias condiciones humanas, por su inteligencia, por su honestidad, por la rectitud de su carácter, por su solidaridad (…) es por eso que hoy, tu hijo se rebela contra la injusticia social porque nos enseñaste el culto a la igualdad y a combatir la miseria. Hoy, tu hijo se rebela contra la lacerante realidad de una libertad asesinada porque no nos enseñaste el idioma de la cobardía. Porque como demócrata y patriota, nos inculcaste el odio a muerte a los tiranos. Hoy, tu hijo, se rebela contra la actual dependencia y servidumbre nacional porque no nos indicaste el camino del oprobio y si nos señalaste el futuro de grandeza que aguarda a nuestra patria. Hoy, tu hijo, se rebela contra la creciente concentración de la riqueza nacional, contra la acumulación de los poderes del Estado en el ejecutivo y contra toda forma de monopolio en la actividad social porque no tiene la contextura ideológica para soportar ninguna dictadura, ninguna oligarquía, ningún privilegio de casta o de fortuna”[4].

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