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Gabriel Garcia Marquez


Enviado por   •  19 de Noviembre de 2012  •  4.959 Palabras (20 Páginas)  •  425 Visitas

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Informe García Márquez

Fuente: Revista Eñe, Clarín, 19/05/07

www.elortiba.org

Gabo, el boom y el realismo mágico

La irrupción de García Márquez en el campo de la literatura latinoamericana y su participación central del fenómeno comercial conocido como boom produjeron no pocos equívocos

alrededor de esa vaga categoría inventada por los alemanes, conocida como realismo mágico. Un examen de esa situación y sus razones.

JORGE LAFFORGUE. Crítico e investigador

cultura@clarin.com

En los inicios de aquellos muy mentados años sesenta un joven imberbe hizo temblar los cimientos de nuestras letras con el relato de las violentas apuestas que desvelaban a los cadetes

de un internado militar limeño; mientras que, duran te ese mismo 1963, un eximio hacedor de

cuentos cruzó sus dos ciudades, la nativa y la de adopción, en un ajedrez cuyos movimientos

respondían a las reverberaciones de una Maga ciertamente mágica. Cuatro años después de

ambas publicaciones (La ciudad y los perros y Rayuela) el epicentro de ese anunciado terremoto tuvo lugar en una localidad del litoral colombiano, asediada por insolaciones tropicales y

legendarios protocolos que certificaban los avatares de la prolife rante familia Buendía. La

hirviente lava del volcán Macondo llegó hasta las barrosas aguas del Plata; y, rápidamente, se

expandiría por el mundo entero.

La movida y el vértice

Ese sismo de la literatura continental se conoció por el tan apaleado como explosivo nombre

de boom (de la narrativa latinoamericana). Y si el Modernismo, a comienzos del siglo pasado, y

las vanguardias, en los años veinte, fueron los pivotes sobre los que giró la rueda de nuestra

literatura, el boom completó ese proceso de puesta en camino. Este transitar por los surcos de

la modernidad tiene nombres: en los inicios estuvo el colombiano José Asunción Silva, junto a

Martí y Darío; poco tiempo después profundizaron la huella Vallejo y Neruda, Borges y Carpentier, a los que, hacia mediados del siglo XX, se sumarán Arguedas, Rulfo, Roa Bastos, Onetti,

Paz, Parra, Cortázar y una pléyade de jóvenes escritores que ratificarán la solidez, diversidad y

contundencia de la literatura que se estaba produciendo en los países de América latina, sin

pausa y con vértigo.

El centro de ese movimiento vertiginoso fue Cien años de soledad, novela de un colombiano

entonces bastante desconocido, que el fino olfato del editor Paco Porrúa hizo que estallara

entre nosotros, en predios sudamericanos de San Telmo, calle Humberto I al 500.Los aplausos muy pronto sobrepasaron a los abucheos, aunque hubo unos y otros en abundancia. Sin embargo, un público lector ávido, junto con algunos críticos alertas, no tardaron en

desplazar comentarios adversos, señalamientos anacrónicos o simples malhumores y despistes. Y Cien años de soledad se impuso como un hito y un símbolo poco frecuente en el campo

cultural de nuestro continente.

¿Qué había pasado? Texto y circunstancias permiten explicar el fenómeno. Recordemos estas

últimas. Ante todo, el momento político-económico que, con signos positivos, alimentaba optimismos diversos. Tanto el triunfo de la Revolución Cubana como la presencia en el continente de gobiernos medianamente progresistas permitían albergar esperanzas, que una situación favorable de la economía capitalista no entorpecía. En el ámbito literario tal situación se

correspondía con el renacer de la industria editorial española, la ampliación del público lector

en nuestra lengua, la aparición de revistas especializadas o de circulación masiva, una profusión de concursos, jornadas y congresos dedicados a examinar el auge de esta producción,

entre otros elementos de similar índole. Claro que ningún estallido, ni siquiera un esmirriado

relumbrón, hubiese sido posible sin aquel fértil abono del medio siglo transcurrido, que fue la

savia nutriente de los nuevos textos de los sesenta. Para entonces Cortázar había publicado

tres grandes libros de cuentos: Bestiario, Final del juego y Las armas secretas; Carlos Fuentes,

una de sus mejores novelas, La región más transparente, y hasta el muy joven Vargas Llosa

había ganado un premio en España con Los jefes. De donde los escritores que serían las figuras

mayores del boom tenían ya sólidos avales literarios cuando en los dorados sesenta fueron

catapultados a una fama sin precedentes. Y esas generales de la ley corrían también para Garc-

ía Márquez, en cuyo haber se contaban excelentes notas periodísticas y dos novelas publicadas

en Bogotá: La hojarasca y El coronel no tiene quien le escriba, texto breve, metálico e impiadoso.

Lecturas y gruñidos

En dos frentes de conflicto debió entonces batallar García Márquez: el general, en tanto conspicuo integrante del boom; y el particular, por el profundo impacto que produjo su texto mayor.

Con respecto al primero, cabe recordar que aquellos nuevos grandes escritores formaron un

grupo de autorreconocimiento -y autoelogio- mutuo, que no en vano fue tildado de clan, secta, logia, mafia o ilustre mesa redonda. Lo cierto es que la tríada formada por Cortázar, Vargas

Llosa y Gabo funcionó a menudo como un círculo cerrado, o al menos tal fue una percepción

harto generalizada. Algo más que un chiste repetía por aquellos años que el boom se limitaba

a cuatro sillas: la principal era ocupada sin discusión por nuestro compatriota, otras dos pertenecían al peruano y al colombiano, mientras que la cuarta no tenía un dueño vitalicio, y la

compartían por momentos el mexicano Carlos Fuentes o el chileno José Donoso; incluso algunos se atrevían a apuntar el nombre de los cubanos Guillermo Cabrera Infante y José Lezama

Lima.

En 1966 Los nuestros de Luis Harss -amplio y personalísimo fresco de la literatura latinoamericana, que intercalaba reportajes a las figuras que el autor consideraba más representativas de la modernidad- actuó como pórtico a esa nueva producción continental. Luego, los dos textos

críticos más significativos de esta movida resultaron La contemplación y la fiesta (1968), de

Julio Ortega, y La nueva novela hispanoamericana (1969), de Fuentes; a los que cabe sumar los

trabajos sobre el boom, de los ensayistas uruguayos Emir Rodríguez Monegal y Angel Rama, así

como la muy personal historia de Donoso.

Del otro lado, los rechazos estuvieron teñidos con frecuencia por el resentimiento liso y llano;

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