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Infancias


Enviado por   •  13 de Agosto de 2014  •  404 Palabras (2 Páginas)  •  183 Visitas

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Mis tareas de disector, y la mediana atención consagrada a las últimas asignaturas de la carrera, dejábanme horas de asueto, que yo empleaba en satisfacer mis aficiones pictóricas y otros entretenimientos. Precisamente por aquellos años (1871 a 73) surgieron en mí tres nuevas manías: la literaria, la gimnástica y la filosófica.

Digamos algo de estas enfermedades de crecimiento. Grafomanía. — Fue un ejemplo típico de contagio. Reinaba en España, durante la época revolucionaria, cierta peste lírica, agravada con la persistente inoculación del romanticismo francés. Con ocasión de cualquier acontecimiento político, brotaban en los diarios himnos y odas a granel. Los prosistas escribían en estilo señoril, noble y altisonante (recuérdese al pobre Bécquer, a Donoso Cortés, Quadrado y Castelar) y los poetas componían estrofas con cadencias y sonoridades musicales. En la novela, nuestro ídolo era Víctor Hugo; en el género lírico, Espronceda o Zorrilla, y en la oratoria, Castelar. Débiles ante la avasalladora sugestión del medio, muchos jóvenes fuimos gravemente atacados de la enfermedad a la moda. Según era de temer, los temperamentos sentimentales como el mío sufrieron mayor estrago que las cabezas frías y utilitarias.

Caí, pues, en la tentación de hacer versos, componer leyendas y hasta novelas. Transcurridos algunos años, sobrevino al fin la convalecencia, y con ella el amargo desengaño. Si no estoy trascordado, de entre mis condiscípulos poetas, sólo Joaquín Jimeno continuó escribiendo, hasta convertirse en director de un diario político.1

 Pero Jimeno, que llegó a ser después profesor de la Facultad de Medicina y político hábil y prestigioso (pertenecía al partido posibilista), disponía de preparación excelente en Gramática y Humanidades, y de exquisito paladar literario, de que yo, por desgracia, carecía.

¿Para qué hablar de mis versos? Eran imitación servil de Lista, Arriaza, Bécquer, Zorrilla y Espronceda, sobre todo de este último, cuyos cantos al Pirata, a Teresa, el Cosaco, etc., considerábamos los jóvenes como el supremo esfuerzo de la lírica.

Aparte la música cautivadora del verso y la pompa y la riqueza del lenguaje, lo que más nos seducía en la poesía del vate extremeño era su espíritu de audaz rebeldía, tan semejante a la de Lord Byron, conforme hizo notar, con sangrienta intención, el conde de Toreno. Gracias a los buenos oficios del amigo Jimeno, ciertos periódicos locales publicaron bondadosamente algunos de mis versos, plagados, según advertí después, de ripios y lugares comunes. Recuerdo que de todos mis ensayos, el que más éxito alcanzó entre mis condiscípulos fue cierta oda humorística escrita con ocasión de ruidosa huelga estudiantil.2

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