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Carteville


Enviado por   •  12 de Junio de 2015  •  1.644 Palabras (7 Páginas)  •  244 Visitas

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Todos le dijeron al al señor Hiram B. Otis, embajador de Estados Unidos de Norteamérica, que cometía un gran disparate cuando adquirió el castillo de Canterville, porque el lugar estaba embrujado. Hasta el mismísimo Lord Canterville, como hombre de gran honradez, se creyó en el deber de comunicárselo cuando pactaron las condiciones de venta. -Nosotros mismos no hemos vuelto a vivir allí -expuso Lord Canterville- desde que a mi anciana tía, la duquesa viuda de Bolton, le dio un ataque, del que no logró recobrarse nunca, a causa del terror que le produjo sentir sobre sus hombros dos manos esqueléticas, cuando estaba vistiéndose para la cena. Me creo también obligado a decirle, señor Otis, que el fantasma ha sido visto por varias personas de la familia, aun en vida, como asimismo por el párroco de la localidad, T )3( OSCAR WILDE EL FANTASMA DE CANTERVILLE Y EL CRIMEN DE LORD ARTHUR SAVILE © Pehuén Editores, 2001. el Rdo. P. Augusto Dampier, profesor asociado del King’s College de Cambridge. Después del lamentable incidente ocurrido a la duquesa, ninguno de los criados quiso continuar a nuestro servicio, y Lady Canterville muchas noches apenas si logró conciliar el sueño, debido a los ruidos misteriosos que provenían de la galería y la biblioteca. -Milord -respondió el embajador-, me quedo con el mobiliario y con el fantasma por lo que valgan. Procedo de un país moderno, donde tenemos todo lo que se puede adquirir con dinero y, dada la diligencia de nuestros bravos compatriotas en divertirse por todo el Viejo Mundo y en robarles a ustedes su mejores cantantes y actrices, sospecho que, si hubiera habido algún fantasma en Europa, ya lo tendríamos en Norteamérica, en un museo o en una barraca de feria. -Temo que el fantasma exista -dijo, sonriendo, Lord Cantervilleaunque haya podido resistir hasta ahora a las ofertas de los audaces empresarios norteamericanos. Ha dado pruebas sobradas de su existencia desde hace tres siglos, desde 1584 exactamente; y cada vez que alguna persona de la familia va a morir no deja de aparecer. -Si vamos a eso, lo mismo hace el médico de la familia, Lord Canterville. Pero, los fantasmas, amigo mío, no existen, y supongo que la Naturaleza no habrá hecho una excepción en favor de la aristocracia inglesa. -Se ve que ustedes los norteamericanos son muy aficionados a la Naturaleza -contestó Lord Canterville, no alcanzando a comprender exactamente la última observación del señor Otis-; pero tanto mejor si no le importa a usted tener un fantasma en casa. Yo, por mi parte, se lo he advertido. Le ruego que no lo olvide. Pocas semanas después se legalizó la venta, y al finalizar la temporada el embajador y su familia se trasladaron al castillo de Canterville. La señora Otis, que de soltera, como Lucrecia R. Tappan (de West 53 Street), había sido una de las bellezas más celebradas de Nueva York, era a la sazón una hermosa señora, de edad madura, con unos ojos magníficos y un perfil soberbio. Muchas damas norteamericanas, cuando abandonan su país natal, adoptan una enfermedad crónica, imaginando que ello es una forma del refinamiento europeo. La señora Otis nunca había caído en este error. Poseía una espléndida constitución y una vitalidad realmente extraordinaria; como que, en muchos sentidos, era absolutamente inglesa y un ejemplo vivo de que, en realidad, hoy día nada nos separa de los Estados Unidos, como no sea el idioma, naturalmente. Su hijo mayor, bautizado con el nombre de Washington por sus padres, en un rapto de patriotismo, que el interesado lamentara toda su vida, era un muchacho rubio y bien parecido, que, dirigiendo el cotillón en el casino de Newport, durante tres años consecutivos, había hecho méritos bastantes para ingresar en la Diplomacia norteamericana, sin contar que aun en el mismo Londres era conocido como un excelente bailarín. Las gardenias y la nobleza eran su única debilidad, por lo demás, extremadamente razonable. Virginia E. Otis era una muchachita de quince años, esbelta y graciosa como un ciervo y con una dulce expresión de candor al par que de franqueza en sus grandes ojos azules. Era, además, una amazona sorprendente, y en una ocasión había corrido sobre su poney en competencia con el viejo Lord Bilton y, después de dar dos veces la vuelta al parque, le había ganado, llegando ante la estatua de Aquiles con un cuerpo y medio de ventaja, lo que provocó tan gran entusiasmo en el joven duque de Cheshire, que se le declaró en el acto; razón por la cual sus tutores le enviaron a Eton aquella misma noche, hecho un mar de lágrimas. Después de Virginia, venían los gemelos, a quienes habitualmente les llamaban «las estrellas y las barras»(*) porque estaban siempre dando motivos para que les zurraran. Eran dos niños encantadores y, exceptuando al digno embajador, los únicos republicanos sinceros de la familia. Como el castillo de Canterville está a siete millas de Ascot, la * Nombre familiar

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