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Crepusculo


Enviado por   •  16 de Julio de 2013  •  467 Palabras (2 Páginas)  •  250 Visitas

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El bamboleo de su caminar no ayudaba. Me sostenía con cuidado lejos de su cuerpo,

soportando todo mi peso sólo con los brazos, sin que eso pareciera afectarle.

— ¿De modo que te desmayas al ver sangre? —preguntó. Aquello parecía divertirle.

No le contesté. Cerré los ojos, apreté los labios y luché contra las náuseas con todas mis

fuerzas.

—Y ni siquiera era la visión de tu propia sangre —continuó regodeándose.

No sé cómo abrió la puerta mientras me llevaba en brazos, pero de repente hacía calor,

por lo que supe que habíamos entrado.

—Oh, Dios mío —dijo de forma entrecortada una voz de mujer.

—Se desmayó en Biología —le explicó Edward.

Abrí los ojos. Estaba en la oficina. Edward me llevaba dando zancadas delante del

mostrador frontal en dirección a la puerta de la enfermería. La señora Cope, la recepcionista

de rostro rubicundo, corrió delante de él para mantener la puerta abierta. La atónita enfermera,

una dulce abuelita, levantó los ojos de la novela que leía mientras Edward me llevaba en

volandas dentro de la habitación y me depositaba con suavidad encima del crujiente papel que

cubría el colchón de vinilo marrón del único catre. Luego se colocó contra la pared, tan lejos

como lo permitía la angosta habitación, con los ojos brillantes, excitados.

—Ha sufrido un leve desmayo —tranquilizó a la sobresaltada enfermera—. En Biología

están haciendo la prueba del Rh.

La enfermera asintió sabiamente.

—Siempre le ocurre a alguien.

Edward se rió con disimulo.

—Quédate tendida un minutito, cielo. Se pasará.

—Lo sé —dije con un suspiro. Las náuseas ya empezaban a remitir.

— ¿Te sucede muy a menudo? —preguntó ella.

—A veces —admití. Edward tosió para ocultar otra carcajada.

—Puedes regresar a clase —le dijo la enfermera.

—Se supone que me tengo que quedar con ella —le contestó con aquel tono suyo tan

autoritario que la enfermera, aunque frunció los labios, no discutió más.

—Voy a traerte un poco de hielo para la frente, cariño —me dijo, y luego salió

bulliciosamente de la habitación.

—Tenías razón —me quejé, dejando que mis ojos se cerraran.

—Suelo tenerla, ¿sobre qué tema en particular en esta ocasión?

—Hacer novillos es saludable.

Respiré de forma acompasada.

—Ahí fuera hubo un momento en que me asustaste —admitió después de hacer una

pausa. La voz sonaba como si confesara una humillante debilidad—. Creí que Newton

arrastraba tu cadáver para enterrarlo en los bosques.

—Ja, ja.

Continué con los ojos cerrados, pero cada vez me encontraba más entonada.

—Lo cierto

...

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