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DISCURSO SOBRE LA NO VIOLENCIA


Enviado por   •  3 de Octubre de 2014  •  1.391 Palabras (6 Páginas)  •  484 Visitas

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No hubo en todo el siglo XX un discurso a favor de la no violencia más contundente que éste de Mahatma Gandhi (1869-1948). Pero también será difícil encontrar algún alegato con tanta contundencia y con un manejo tan sutil de la ironía para denunciar la terrible situación humanitaria de millones de indios bajo el dominio del Imperio Británico. Las autoridades británicas arrestaron al líder indio acusándolo de sedición y el 23 de marzo de 1922 lo condenaron a seis años de cárcel. En su alegato, Gandhi sometió al juez a una disyuntiva de hierro: o le imponía la pena más dura o renunciaba. Hijo de un político y de una mujer volcada a la religión, Mohandas Karamchand «Mahatma» (alma grande) Gandhi creció en un hogar en el que prevalecía el vaisnavismo (la adoración al dios Vishnu). Pero según los cánones de su sociedad, Gandhi no fue sólo virtud. Tuvo un período de juventud en el que fue ateo, cometió pequeños hurtos, fumó y hasta comió carne. Su experiencia de tres años en Inglaterra, donde estudió desde 1888, y de más de una década en Sudáfrica, donde padeció la crueldad del racismo, fue la cuna de la revolución que emprendió a su regreso a su patria. La India libre llegaría en 1947. Cuando Gandhi tenía 78 años, el 30 de enero de 1948, un fanático lo asesinó de tres disparos en el pecho en un jardín de Nueva Delhi, en momentos en que iba a realizar sus oraciones vespertinas.

La no violencia es el primer precepto de mi fe. Y es el último precepto de mi fe. Pese a ello, tenía que tomar una decisión: o bien me sometía a un sistema que en mi opinión había causado un daño irreparable a mi país o bien me arriesgaba a que la furia de mi pueblo se desatara cuando entendiera la verdad que salía de mis labios.

Sé que mi pueblo ha enloquecido en algunas ocasiones. Lo siento muchísimo, y por ello estoy aquí, para someterme no a un castigo menor, sino a un castigo en toda la regla.

No pido clemencia, no apelo a ninguna circunstancia atenuante. Así pues, estoy aquí para prestarme a cumplir la pena más alta que pueda serme infligida por lo que según la ley es un delito deliberado y por lo que a mí me parece el deber civil supremo.

Lo único que puede hacer, Señoría, es, como diré a continuación en mi declaración, o renunciar a su cargo o infligirme la pena más dura si cree que el sistema y la ley que usted contribuye a aplicar son buenos para el pueblo. No espero que se produzca esa clase de conversión.

Sin embargo, puede que cuando haya acabado con mi declaración, usted se haya hecho una idea de lo que arde en mi pecho y ha dado alas al más loco riesgo que un hombre en su sano juicio puede correr.

(A continuación, Gandhi lee su declaración ante el Tribunal.)

Pocos son los habitantes de la ciudad conscientes de cómo las multitudes prácticamente desahuciadas por la hambruna en la India se están consumiendo hasta la inexistencia. Pocos son conscientes de que su miserable bienestar es fruto de la comisión que reciben a cambio del trabajo realizado para el explotador extranjero, y que los beneficios y la comisión se obtienen de las masas.

Pocos se dan cuenta de que el gobierno establecido por ley en la India británica sigue en vigencia gracias a esa explotación de las masas. No hay sofisticación ni malabarismo con las cifras que sirva de explicación convincente para la obviedad, para los esqueletos que se ven a simple vista en muchas aldeas.

No me cabe ninguna duda de que tanto Inglaterra como los habitantes de las ciudades indias tendrán que responder, si es que hay un Dios en las alturas, por este crimen contra la humanidad que tal vez no tenga precedentes en la Historia.

En este país, la misma ley se ha puesto al servicio del explotador extranjero. Mi experiencia en casos políticos en la India me lleva a la conclusión de que en nueve de cada diez ocasiones los condenados eran totalmente inocentes. Su delito fue amar a su país.

En los tribunales

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