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El Almohadon De Plumas


Enviado por   •  29 de Septiembre de 2013  •  1.084 Palabras (5 Páginas)  •  299 Visitas

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EL ALMOHADON DE PLUMAS

Su luna de miel fué un largo escalofrío. Rubia, angelical y tímida, el

carácter duro de su marido heló sus soñadas niñerías de novia. Lo

quería mucho, sin embargo, a veces con un ligero estremecimiento

cuando volviendo de noche juntos por la calle, echaba una furtiva

mirada a la alta estatura de Jordán, mudo desde hacía una hora. El,

por su parte, la amaba profundamente, sin darlo a conocer.

Durante tres meses--se habían casado en abril--vivieron una dicha

especial. Sin duda hubiera ella deseado menos severidad en ese rígido

cielo de amor, más expansiva e incauta ternura; pero el impasible

semblante de su marido la contenía en seguida.

La casa en que vivían influía no poco en sus estremecimientos. La

blancura del patio silencioso--frisos, columnas y estatuas de

mármol--producía una otoñal impresión de palacio encantado. Dentro, el

brillo glacial del estuco, sin el más leve rasguño en las altas

paredes, afirmaba aquella sensación de desapacible frío. Al cruzar de

una pieza a otra, los pasos hallaban eco en toda la casa, como si un

largo abandono hubiera sensibilizado su resonancia.

En ese extraño nido de amor, Alicia pasó todo el otoño. No obstante,

había concluído por echar un velo sobre sus antiguos sueños, y aún

vivía dormida en la casa hostil, sin querer pensar en nada hasta que

llegaba su marido.

No es raro que adelgazara. Tuvo un ligero ataque de influenza que se

arrastró insidiosamente días y días; Alicia no se reponía nunca. Al

fin, una tarde pudo salir al jardín apoyada en el brazo de él. Miraba

indiferente a uno y otro lado. De pronto Jordán, con honda ternura, le

pasó la mano por la cabeza, y Alicia rompió en seguida en sollozos,

echándole los brazos al cuello. Lloró largamente todo su espanto

callado, redoblando el llanto a la menor tentativa de caricia. Luego

los sollozos fueron retardándose, y aún quedó largo rato escondida en

su cuello, sin moverse ni decir una palabra.

Fué ese el último día que Alicia estuvo levantada. Al día siguiente

amaneció desvanecida. El médico de Jordán la examinó con suma

detención, ordenándole calma y descanso absolutos.

--No sé--le dijo a Jordán en la puerta de calle, con la voz todavía

baja.--Tiene una gran debilidad que no me explico, y sin vómitos,

nada... Si mañana se despierta como hoy, llámeme en seguida.

Al otro día Alicia seguía peor. Hubo consulta. Constatóse una anemia

de marcha agudísima, completamente inexplicable. Alicia no tuvo más

desmayos, pero se iba visiblemente a la muerte. Todo el día el

dormitorio estaba con las luces prendidas y en pleno silencio.

Pasábanse horas sin oir el menor ruido. Alicia dormitaba. Jordán vivía

casi en la sala, también con toda la luz encendida. Paseábase sin

cesar de un extremo a otro, con incansable obstinación. La alfombra

ahogaba sus pasos. A ratos entraba en el dormitorio y proseguía su

mudo vaivén a lo largo de la cama, mirando a su mujer cada vez que

caminaba en su dirección.

Pronto Alicia comenzó a tener alucinaciones, confusas y flotantes al

principio, y que descendieron luego a ras del suelo. La joven, con los

ojos desmesuradamente abiertos, no hacía sino mirar la alfombra a uno

y otro lado del respaldo de la cama. Una noche se quedó de repente

mirando fijamente. Al rato abrió la boca para gritar, y sus narices y

labios se perlaron de sudor.

--¡Jordán! ¡Jordán!--clamó, rígida de espanto, sin dejar de mirar la

alfombra.

Jordán corrió al dormitorio, y al verlo aparecer Alicia dió un alarido

de horror.

--¡Soy yo, Alicia, soy yo!

Alicia lo miró con extravío, miró la alfombra, volvió a mirarlo, y

después de largo rato de estupefacta confrontación,

...

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