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El Ruiseñor Y La Rosa


Enviado por   •  7 de Septiembre de 2011  •  2.231 Palabras (9 Páginas)  •  801 Visitas

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EL RUISEÑOR Y LA ROSA

“Ha dicho que bailaría conmigo si le llevo rosas rojas”, exclamó desolado el joven estudiante, “pero no hay ni una sola rosa roja en todo mi jardín.”

En la encina, desde su nido, oyóle el ruiseñor, y lo miró a través del follaje.

“¡Ni una sola rosa roja en todo mi jardín!”, seguía lamentándose, y sus bellos ojos se llenaron de lágrimas. “¡Ah! ¡De qué cosas tan pequeñas depende la felicidad! Yo he leído todo lo escrito por los sabios, conozco todos los secretos de la filosofía. Y ahora, por la posesión de una rosa roja, siento mi vida destrozada.”

“He aquí, al fin, un verdadero enamorado”, dijo el ruiseñor. “Noche tras noche he cantado sobre él, a pesar de no conocerlo. Noche tras noche he relatado su historia a las estrellas, y ahora lo contemplo. Su cabello es oscuro como la flor del jacinto, y sus labios rojos como la rosa que desea encontrar; pero su ansiedad ha tornado su faz tan pálida como el marfil; y la tristeza le ha dejado su sello en la frente.”

“El Príncipe da un baile mañana en la noche”, murmuró el joven estudiante. “Y mi amada formará parte del cortejo. Si le obsequio con una rosa roja, bailará conmigo hasta el amanecer. Si le llevo una rosa roja, la tendré entre mis brazos, y su cabeza descansará sobre mi hombro, y su mano será aprisionada por la mía. Pero no hay ninguna rosa roja en mi jardín; me sentaré solo y ella pasará ante mí, no me hará caso, y sentiré desgarrarse mi corazón.”

“Aquí, sin lugar a dudas, está el perfecto enamorado” ,dijo de nuevo el ruiseñor. “Lo que yo canto, para él es sufrimiento; lo que para mí es alegría, para él es dolor. Ciertamente el amor es algo maravilloso. Es más valioso que las esmeraldas, y más precioso que los finos ópalos. Ni las perlas ni las granadas pueden comprarlo, porque no está a la venta en los mercados. No puede adquirirse de los mercaderes, ni pesarse en una balanza como el oro.”

“Los músicos estarán en su estrado”, decía el estudiante, “tocando sus instrumentos de cuerda, y mi amada bailará al compás del arpa y del violín. Bailará en forma tan sublime, que sus pies no tocarán el suelo, y los cortesanos con sus vistosos trajes formarán un círculo alrededor de ella. Pero no bailará conmigo, porque no tengo una rosa roja para ofrecérsela”; y se dejó caer sobre la hierba, y ocultando su cara entre las manos, lloró.

“¿Por qué llora?”, Preguntó una pequeña lagartija verde, pasando con su cola levantada junto al ruiseñor.

“De veras, ¿por qué?”, Dijo una mariposa que revoloteaba en un rayo de sol.

“Es cierto, ¿por qué?”, Susurró en voz baja y melodiosa, una margarita a su vecina.

“Llora por una rosa roja”, dijo el ruiseñor.

“¿Por una rosa roja?” , Exclamaron todos. “¡Qué tontería!” Y la lagartija, que era algo cínica, se echó a reír.

Pero el ruiseñor conocía el secreto de la pena del estudiante, y permanecía silencioso, posado sobre la encina, reflexionando sobre el misterio del amor.

De pronto, extendiendo sus alas oscuras para volar, remontó el vuelo. Pasó a través de la arboleda como una sombra, y como una sombra cruzó el jardín.

En el centro del parterre se erguía un rosal precioso, y al vislumbrarlo, voló hacia él enseguida.

“Dame una rosa roja”, dijo suplicante, “y te cantaré la más dulce de mis canciones”.

Pero el rosal sacudió su cabeza.

“Mis rosas son blancas” , contestó. “Tan blancas como la espuma del mar, y más blancas que la nieve en la cumbre de las montañas. Pero ve a mi hermano que crece alrededor del reloj de sol, y quizás pueda darte lo que quieres.”

Entonces el ruiseñor voló sobre el rosal que crecía alrededor del reloj de sol.

“Dame una rosa roja”, imploraba, “y te cantaré la más dulce de mis canciones”.

Pero el rosal sacudió su cabeza.

“Mis rosas son amarillas” , respondió. “Tan amarillas como el cabello de la sirena que reposa en un trono de ámbar, y más amarillas que el narciso que florea en los prados, antes de que el segador llegue con su hoz. Pero ve con mi hermano que crece bajo la ventana del estudiante, y quizás pueda darte lo que deseas.”

Entonces el ruiseñor voló sobre el rosal que crecía bajo la ventana del estudiante.

“Dame una rosa roja”, dijo, “y te cantaré la más dulce de mis canciones”.

Pero el rosal sacudió la cabeza.

“Mis rosas son rojas, tan rojas como la pata de la paloma; y más rojas que los hermosos abanicos de coral que se mecen y mecen, en las profundas cavernas del océano. Pero el invierno ha helado mis venas, y la escarcha ha quemado mis capullos, y la tormenta ha quebrado mis ramas, y no tendré rosas en todo el año.”

Y el ruiseñor insistía:

“Una sola rosa roja es lo que necesito. ¡Sólo una rosa roja! ¿No existe algún medio por el cual pueda conseguirla?”

”Hay una forma en que podrías conseguirla”, contestó el rosal. “Pero es tan terrible, que no me atrevo a decírtelo.”

“Dímelo”, dijo el ruiseñor. “No tengo miedo.”

“Si quieres una rosa roja, la tendrás que formar con música a la luz de la luna, y teñirla con la sangre de tu propio corazón. Tendrás que cantarme con tu pecho apoyado contra una espina. Toda la noche deberás cantarme, y la espina rasgará tu corazón, y la vida de tu sangre correrá por mis venas, y será mía.”

“La vida es un precio muy elevado por una rosa roja”, dije el ruiseñor, “y la vida nos es a todos muy querida. Es agradable posarse en los árboles del bosque, contemplar el sol en su carroza de oro, y la luna en su carroza de nácar. Es dulce el aroma del espino blanco, y dulces son las campánulas azules que se ocultan en los valles, y el brezo que se esparce en las colinas. Sin embargo, el amor es mejor que la vida, y... ¿qué es el corazón de un pájaro, comparado con el corazón de un hombre?”

Entonces extendió sus oscuras alas para volar, y se remontó en el aire. Se deslizó sobre el jardín, como una sombra, y como una sombra cruzó el bosque.

El joven estudiante permanecía tendido

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