Ensayo Sobre La Ceguera
Enviado por mrcase96 • 10 de Junio de 2014 • 4.354 Palabras (18 Páginas) • 119 Visitas
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Se iluminó el disco amarillo. De los coches que se acercaban,
dos aceleraron antes de que se encendiera la
señal roja. En el indicador del paso de peatones apareció
la silueta del hombre verde. La gente empezó a cruzar
la calle pisando las franjas blancas pintadas en la capa
negra del asfalto, nada hay que se parezca menos a la
cebra, pero así llaman a este paso. Los conductores, impacientes,
con el pie en el pedal del embrague, mantenían
los coches en tensión, avanzando, retrocediendo,
como caballos nerviosos que vieran la fusta alzada en el
aire. Habían terminado ya de pasar los peatones, pero
la luz verde que daba paso libre a los automóviles tardó
aún unos segundos en alumbrarse. Hay quien sostiene
que esta tardanza, aparentemente insignificante, multiplicada
por los miles de semáforos existentes en la ciudad
y por los cambios sucesivos de los tres colores de
cada uno, es una de las causas de los atascos de circulación,
o embotellamientos, si queremos utilizar la expresión
común.
Al fin se encendió la señal verde y los coches
arrancaron bruscamente, pero enseguida se advirtió
que no todos habían arrancado. El primero de la fila de
en medio está parado, tendrá un problema mecánico,
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se le habrá soltado el cable del acelerador, o se le agarrotó
la palanca de la caja de velocidades, o una avería
en el sistema hidráulico, un bloqueo de frenos, un fallo
en el circuito eléctrico, a no ser que, simplemente, se
haya quedado sin gasolina, no sería la primera vez que
esto ocurre. El nuevo grupo de peatones que se está
formando en las aceras ve al conductor inmovilizado
braceando tras el parabrisas mientras los de los coches
de atrás tocan frenéticos el claxon. Algunos conductores
han saltado ya a la calzada, dispuestos a empujar al
automóvil averiado hacia donde no moleste. Golpean
impacientemente los cristales cerrados. El hombre que
está dentro vuelve hacia ellos la cabeza, hacia un lado,
hacia el otro, se ve que grita algo, por los movimientos
de la boca se nota que repite una palabra, una no, dos,
así es realmente, como sabremos cuando alguien, al fin,
logre abrir una puerta, Estoy ciego.
Nadie lo diría. A primera vista, los ojos del hombre
parecen sanos, el iris se presenta nítido, luminoso,
la esclerótica blanca, compacta como porcelana. Los
párpados muy abiertos, la piel de la cara crispada, las
cejas, repentinamente revueltas, todo eso, cualquiera
lo puede comprobar, son trastornos de la angustia.
En un movimiento rápido, lo que estaba a la vista desapareció
tras los puños cerrados del hombre, como si
aún quisiera retener en el interior del cerebro la última
imagen recogida, una luz roja, redonda, en un semáforo.
Estoy ciego, estoy ciego, repetía con desesperación
mientras le ayudaban a salir del coche, y las
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lágrimas, al brotar, tornaron más brillantes los ojos que
él decía que estaban muertos. Eso se pasa, ya verá, eso
se pasa enseguida, a veces son nervios, dijo una mujer. El
semáforo había cambiado de color, algunos transeúntes
curiosos se acercaban al grupo, y los conductores, allá
atrás, que no sabían lo que estaba ocurriendo, protestaban
contra lo que creían un accidente de tráfico vulgar,
un faro roto, un guardabarros abollado, nada que
justificara tanta confusión. Llamen a la policía, gritaban,
saquen eso de ahí. El ciego imploraba, Por favor,
que alguien me lleve a casa. La mujer que había hablado
de nervios opinó que deberían llamar a una ambulancia,
llevar a aquel pobre hombre al hospital, pero el
ciego dijo que no, que no quería tanto, sólo quería que
lo acompañaran hasta la puerta de la casa donde vivía,
Está ahí al lado, me harían un gran favor, Y el coche,
preguntó una voz. Otra voz respondió, La llave está
ahí, en su sitio, podemos aparcarlo en la acera. No es
necesario, intervino una tercera voz, yo conduciré el
coche y llevo a este señor a su casa. Se oyeron murmullos
de aprobación. El ciego notó que lo agarraban por
el brazo, Venga, venga conmigo, decía la misma voz.
Lo
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