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Libro Pequeño Vampiro


Enviado por   •  25 de Mayo de 2012  •  26.239 Palabras (105 Páginas)  •  2.399 Visitas

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Angela Sommer—Bodenburg

El pequeño vampiro

Círculo de Lectores

Este libro es para Burghardt Bodenburg, quien, con sus blandos dientes, nunca podría llegar a ser vampiro, y para Ada—Verena Gass, que domina magistralmente la mirada del vampiro, y, además, para Katja, que sabe gritar «¡Iiiih, un vampiro!» de forma tan admirable, ¡y para todos aquellos a los que les gusta tanto como a mí leer historias de vampiros!

Angela Sommer—Bodenburg

A Antón le gusta leer historias emocionantes y espantosas. Especialmente le encantan las historias de vampiros, de cuyas costumbres está totalmente al corriente.

Rüdiger, el pequeño vampiro, es vampiro desde hace por lo menos ciento cincuenta años. El hecho de que sea tan pequeño tiene una razón sencilla: se convirtió ya de niño en vampiro. Su amistad con Antón empezó estando una vez Antón nuevamente solo en casa. Allí estaba de repente el pequeño vampiro sentado en el poyete de la ventana. Antón temblaba de miedo, pero el pequeño vampiro le aseguró que ya había «comido». Realmente, Antón se había imaginado a los vampiros mucho más terribles y, después de que Rüdiger le confesara su predilección por las historias de vampiros y su temor a la oscuridad, le encontró verdaderamente simpático. A partir de entonces la vida bastante monótona de Antón se volvió muy emocionante: el pequeño vampiro trajo consigo también una capa par a él, y juntos volaron hacia el cementerio y la Cripta Schlottertein. Pronto conoció Antón a otros miembros de la familia de vampiros.

Anna la Desdentada es la hermana pequeña de Rüdiger. No le han salido todavía dientes de vampiro, de forma que ella es la única de la familia de vampiros que se alimenta de leche. «¡Pero ya no por mucho tiempo!», matiza ella. También lee historias horripilantes.

Lumpi el Fuerte, hermano mayor de Rüdiger, es un vampiro muy irascible. Su voz, a veces alta, a veces chillona, demuestra que él se encuentra en los años de crecimiento. Lo único malo es que no saldrá nunca de este difícil estado, porque se convirtió en vampiro durante la pubertad.

Los padres de Antón no creen en vampiros. La madre de Antón es maestra; su padre trabaja en una oficina.

Tía Dorothee es el vampiro más sanguinario de todos. Encontrarse con ella después deponerse el sol puede resultar mortalmente peligroso.

El guardián del cementerio, Geiermeier, persigue a los vampiros. Por eso los vampiros han trasladado sus ataúdes a una cripta subterránea. Hasta hoy, Geiermeier no ha conseguido encontrar el agujero de entrada a la cripta.

A los restantes parientes del pequeño vampiro no llega a conocerlos Antón personalmente. Pero ha visto una vez sus ataúdes en la Cripta Schlotterstein.

La cosa en la ventana

Era sábado: el día en que sus padres salían de casa por la noche.

—¿Adónde vais hoy? —quiso saber Antón por la tarde, cuando su madre se estaba poniendo los rulos en el baño.

—Ah —dijo la madre—, primero vamos a cenar y luego, quizás, a bailar.

—¿Cómo quizás? —preguntó Antón.

—No lo sabemos todavía —ijo la madre—. ¿Acaso es tan importante para ti?

—Nooo —gruñó Antón. Prefería no confesar que quería ver la película policiaca que empezaba a las once. Pero su madre ya había sospechado.

—Antón —dijo, volviéndose de tal manera que podía mirarle fijamente a los ojos—, no querrás, por casualidad, ver la televisión...

—Pero, mamá —exclamó Antón—, ¿cómo se te puede ocurrir eso?

Afortunadamente, su madre había vuelto a la tarea de rizarse el pelo, de modo que ya no podía ver cómo el rostro de Antón se ponía colorado.

—Quizá vayamos también al cine —dijo ella—. En todo caso, no volveremos antes de medianoche.

Se había hecho de noche y Antón estaba solo en casa. Estaba en pijama, sentado en la cama; se había subido el cobertor hasta la barbilla y leía La verdad sobre Frankenstein. La historia tenía lugar en una feria anual. Un hombre con un abrigo negro ondeante acababa de salir a escena para anunciar la aparición del monstruo. Entonces sonó el despertador. Molesto, Antón levantó la vista de su libro. ¡Oh! ¡Ya casi las once, quedaba el tiempo justo para encender la televisión!

Antón saltó de la cama y apretó el mando de encendido. Entonces volvió a arrellanarse en su cobertor y esperó a que, lentamente, apareciera la imagen. Pero aún ponían el programa deportivo. La habitación estaba bastante lóbrega y sombría. King—Kong, en el póster de la pared, hacía una mueca horrenda que iba bien con el estado de ánimo de Antón: se sentía salvaje y abandonado como el único superviviente de una catástrofe marítima, náufrago en una isla del sur habitada por caníbales. Y la cama era su madriguera, suave y cálida, y si quería podía esconderse en ella y no dejarse ver. Había un montón de víveres delante de la entrada de la cueva; sólo faltaba el agua de fuego. Antón pensó, anheloso, en la botella de zumo de manzana que había en la nevera, ¡pero hasta allí había un largo camino a través del oscuro pasillo! ¿Debería regresar nadando al barco, pasando al lado de los tiburones sedientos de sangre que sólo esperaban sus víctimas? ¡¡Brrr!! Pero ¿no morían los náufragos mucho más por la sed que por el hambre?

Por tanto, se puso en camino. ¡Odiaba el pasillo, con la lámpara eternamente rota que nadie reparaba! ¡Odiaba los abrigos que se balanceaban en el ropero y que parecían ahogados! Y ahora le daba miedo incluso la liebre disecada del cuarto de trabajo de su madre, a pesar de que otras veces a él le gustara tanto asustar con ella a otros niños.

Finalmente había llegado a la cocina. Sacó de la nevera la botella de zumo de manzana y cortó una gruesa rebanada de queso. Mientras hacía esto, escuchaba para ver si había comenzado la película policiaca. Oyó una voz

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