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Mini-ficciones basadas en cuentos de Horacio Quiroga


Enviado por   •  23 de Noviembre de 2023  •  Trabajos  •  2.096 Palabras (9 Páginas)  •  57 Visitas

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LA GUERRA DE LOS YACARÉS

El motín del pantano

Las aguas del río Paraná bañaban lentamente las costas del territorio misionero. A esa hora del mediodía, con el sol en lo alto calentando la húmeda selva, los yacarés salían a tomar el sol sobre los bancos de arena blanquecina. Entre ellos destacaba Caçongo, un enorme yacaré de temibles fauces que reinaba sobre ese tramo del río. Los demás yacarés le debían pleitesía y le cedían los mejores lugares de asoleamiento. Ninguno se atrevía a contradecir o desafiar a Caçongo. Pero ese día, mientras el viejo yacaré se hundía perezosamente en el agua para encontrar alivio del calor, un joven yacaré llamado Maraká nadó hasta situarse en su lugar favorito. Era un acto de insurrección que no pasaría desapercibido...

Cuando Caçongo emergió de las aguas y vio a Maraká ocupando su lugar, sus fauces se abrieron amenazadoras en señal de furia. Pero Maraká no se amedrentó. Permaneció impasible, desafiando con su postura al líder. Los demás yacarés contuvieron el aliento, expectantes por la reacción de Caçongo. Nunca antes alguien había osado rebelarse contra su autoridad. Sin mediar palabra, el enorme yacaré se lanzó sobre Maraká para hincarle sus colmillos. Pero el ágil joven logró escabullirse, hundiéndose rápidamente en el río. Desde ese día, Maraká desafió constantemente la jerarquía de Caçongo al usurpar sus lugares de descanso y alimentación. El viejo yacaré intentaba atraparlo una y otra vez, pero Maraká era escurridizo como una anguila. La situación fue tensando la convivencia en la colonia. Los demás yacarés tomaron partido por uno u otro bando, fragmentándose. Las luchas y escarmientos se volvieron moneda corriente. El río, antes pacífico hogar, se había convertido en un campo de batalla. La guerra por el dominio del Paraná estaba desatada. Caçongo y Maraká se enfrentarían hasta que solo uno pudiera reinar en aquellas aguas tormentosas.

La guerra entre Caçongo y Maraká se prolongó por largas e interminables semanas. El río Paraná fue testigo de cruentas batallas entre los bandos. Muchos yacarés resultaron gravemente heridos, e incluso algunos perdieron la vida en el violento conflicto. Caçongo, a pesar de su enorme tamaño y fuerza, no lograba someter a su ágil contrincante. Maraká había demostrado ser un líder astuto, ganándose el apoyo de la mayoría de los yacarés jóvenes. La lucha llegó a su punto álgido cuando ambos líderes se enfrentaron en una épica batalla a muerte en medio de las aguas. Los feroces mordiscos y coletazos resonaron por todo el pantanal durante largo tiempo. Al final, en un descuido del viejo Caçongo, Maraká logró propinarle una certera dentellada en el cuello que acabó con la vida del antiguo líder. Su enormidad se hundió lentamente en las profundidades del río, tiñéndolo de carmesí. Tras la muerte de Caçongo, Maraká asumió el control total de los yacarés, guiándolos hacia una nueva era de cambios. La paz volvió a reinar en esa parte del Paraná, pero a un alto costo de vidas que nadie podría olvidar.

EL LORO PELADO

El extraño loro carmesí

El sol abrasador del verano golpeaba implacable sobre la pequeña choza del borde del monte. Pablo, un niño de ojos vivaces, se abanicaba con las manos mientras ojeaba aburrido uno de los libros escolares que su maestra le había encargado leer durante las vacaciones. De pronto, un grito agudo resonó entre los árboles. Pablo levantó la vista intrigada. Provenía de la selva, no muy lejos de allí. Impulsado por la curiosidad, el niño marcó la página y cerró el libro. Se calzó sus botas de monte y se internó caminando entre los tacuarales. Al adentrarse en la espesura, Pablo escuchó de nuevo el mismo chillido. Parecía el graznido de un ave atrapada. Siguiendo el sonido llegó a un pequeño claro, donde una brillante mancha roja entre las ramas llamó su atención. Al acercarse, descubrió con asombro un hermoso loro con el pecho emplumado de vivo carmesí. Pero le faltaban todas las plumas de la cabeza y el cuello, dejando ver su arrugada piel rosada. El pobre loro estaba atrapado en una trampa para monos entre las ramas.

-Pobrecito, te han dejado pelado -murmuró Pablo, y lentamente trepó al árbol para liberar al singular loro...

Tras liberar con cuidado al loro de la trampa, Pablo lo llevó a su choza y le buscó un lugar cómodo donde reposar. El ave parecía tranquila y agradecida con el niño por haberlo rescatado. Pasaron los días y el loro se fue recuperando en casa de Pablo. Incluso comenzó a imitar algunas palabras que escuchaba del niño. Pero el plumaje de su cabeza no volvía a crecer. Una mañana, mientras Pablo estaba distraído barriendo el patio, el loro aprovechó para escapar volando por la ventana abierta. El niño salió rápidamente a buscarlo, pero el loro ya se había perdido de vista internándose en la espesura de la selva. Pablo se sintió muy triste por la partida del loro. Pasó el resto del día caminando por el monte intentando encontrarlo, pero no hubo rastros de él. Al volver a la choza al atardecer, se encontró con una sorpresa. Posado en el marco de la ventana estaba nuevamente el loro pelado. Parecía estar esperando el regreso de Pablo. El niño se acercó lentamente y notó que traía algo en el pico. Era una brillante pluma roja que dejó caer suavemente sobre la mano de Pablo.

-Has vuelto... y me has traído un regalo -dijo el niño sonriendo.

El loro graznó alegremente y se posó en el hombro del Pablo. A partir de ese día, se convirtió en su inseparable compañero y en una viva muestra de que la amistad puede ir más allá de las apariencias.

Los días pasaron y la amistad entre Pablo y el loro pelado se hacía cada vez más fuerte. El ave lo acompañaba a todas partes y el niño compartía con él los escasos alimentos que encontraba en la selva. Sin embargo, el invierno estaba próximo y Pablo sabía que no podría seguir viviendo en la rústica choza con las temperaturas gélidas de la montaña. Tendría que volver al pueblo para asistir a la escuela y pasar la estación fría. La idea de separarse del loro entristecía profundamente al niño. No podía llevarlo con él, pues en el pueblo seguramente lo capturarían o lastimarían. Llegó el día de la despedida. Pablo acarició las brillantes plumas rojas del pecho del loro y lo llevó de vuelta a la selva.

-Tendrás que aprender a valerte por ti mismo de nuevo, amiguito. Yo no podré cuidarte este invierno cuando los vientos gélidos soplen entre los árboles. Pero volveré a buscarte cuando la primavera vuelva a florecer el monte -dijo con tristeza. El loro frotó suavemente su cabeza desplumada en la mejilla de Pablo, como entendiendo sus palabras. Luego emprendió el vuelo, alejándose entre los tacuarales hasta perderse en la espesura.

El niño se quedó observando cómo se alejaba su compañero con lágrimas en los ojos. Aunque le dolía despedirse, sabía que era lo mejor. Cuando volviera meses después, esperaba encontrar al loro pelado convertido en un fuerte y vivaz centinela de la selva misionera.

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