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Jhon Stuart Mill


Enviado por   •  1 de Mayo de 2014  •  2.943 Palabras (12 Páginas)  •  329 Visitas

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Cap. 1. Consideraciones preliminares

John Stuart Mill pone de manifiesto la importancia de establecer un supremo criterio distintivo del bien y del mal, lo que equivale a determinar cuál es el sumo bien, fundamento de la moralidad, ya que en las ciencias prácticas las normas se establecen a partir del fin.

Primero se determina qué es el bien; después se verá qué comportamientos son correctos y qué comportamientos son incorrectos, ya que lo correcto no sería otra cosa que la maximización del bien.

Este planteamiento muestra claramente la preocupación del utilitarismo por la fundamentación de las normas éticas. En principio no habría nada que objetar, pero es obligado precisar que una cierta manera de asumir el punto de vista de la fundamentación de las normas éticas presupone una precisa imagen de Dios. Por tanto es éste un problema de importancia capital para la ética. Definir el bien antes y con cierta independencia de lo que en concreto es justo o equivocado es una exigencia aceptable y quizá incluso necesaria desde el punto de vista lógico; pero se debe admitir, al menos por respeto a la común experiencia ética de los hombres, que a veces la persona procede desde lo justo o injusto en concreto hacia la noción general de bien, sin caer por eso en una definición circular del valor ético.

La valoración espontánea racional de comportamientos como el homicidio, el adulterio, etc., no pierde nada de su valor, aun en el caso de que la persona no fuese capaz de fundamentarla de un modo lógicamente perfecto e irreprensible. Rechazar esos juicios éticos por el hecho de que en algún caso particular no estén apoyados suficientemente en un razonamiento lógico impecable, es atribuir a la lógica humana una función de fundamentación ontológica, es decir, admitir que lo que todavía no está suficientemente fundamentado desde el punto de vista de la lógica humana no está fundamentado en absoluto. Implícitamente se niega que Dios sea el supremo Legislador moral. Naturalmente, no se debe caer en el extremo opuesto, es decir, fundamentar toda la moral en el sentimiento subjetivo o personal. Muy otro es el modo en que Santo Tomás entiende la participación humana en la Sabiduría divina.[3]

Stuart Mill considera que el problema del criterio distintivo supremo entre el bien y el mal no ha recibido una respuesta satisfactoria en los demás sistemas éticos (Mill se refiere a la teoría del moral sense y a la ética inductiva). No son capaces estos sistemas de reconducir los principios morales a un primer principio evidente, capaz de resolver los problemas de colisión de deberes que se presentan en la práctica. No consiguen, en definitiva, establecer de modo claro cuál es el primer principio de todo razonamiento moral. Esta deficiencia origina no pocas confusiones que, en la práctica, se ven atenuadas por el hecho de que todos aceptan implícita o inconscientemente un único principio: el principio de la utilidad o felicidad general, en virtud del cual se enjuician las diversas acciones según su previsible repercusión en la felicidad de todos.

Esto es verdad incluso en Kant, gran enemigo del eudemonismo. Según Stuart Mill, cuando Kant afirma que se debe obrar de manera tal que la propia acción pueda ser aceptada por todos los seres racionales, no puede demostrar que exista imposibilidad lógica de aceptar el peor de los comportamientos posibles. Simplemente demuestra que las consecuencias de la difusión de ese comportamiento serían tales como para desanimar a realizarlo (cfr. p. 21). Mill quiere dar a entender que sólo una interpretación utilitarista o consecuencialista del principio kantiano pone de manifiesto la parte de verdad que hay en él.

Cap. 2. Qué es el utilitarismo

Stuart Mill comienza el capítulo II saliendo al paso de dos interpretaciones equivocadas del utilitarismo. La utilidad —afirma Mill— ni puede oponerse al placer ni puede identificarse con el placer grosero. El utilitarismo, o doctrina que pone el fundamento de la moral en la utilidad o principio de la más grande felicidad, afirma que las acciones son buenas en la medida en que otorguen felicidad y son malas en caso contrario. Felicidad es el placer con ausencia de sufrimiento; la infelicidad es lo contrario. El placer y la ausencia de sufrimiento son las únicas cosas deseables: algo es deseable o porque es en sí placentero o porque es un medio de llegar al placer o de evitar el dolor (cfr. p. 23).

Se podría objetar: entonces, se afirma que el hombre es "como un cerdo". Mill responde: cerdos son los que ponen esta objeción, pues piensan que al hablar de felicidad y de placer se hace referencia a los placeres brutales e indignos del hombre. Mi utilitarismo —prosigue Stuart Mill— tiene una idea más elevada de hombre. Principio fundamental de esta doctrina es que ciertos tipos de placeres (los placeres intelectuales y morales) son más deseables y tienen más valor que los demás. Con este criterio Mill se separa de Bentham, que sólo admitía entre los diversos placeres diferencias de tipo cuantitativo.

Para Mill resulta evidente que en la felicidad y en el placer, como en tantas otras cosas, se debe atender sobre todo a la cualidad. Es un hecho que ciertas personas prefieren ciertos tipos de vida. Ningún hombre prefiere ser animal, ni siquiera un animal feliz; ningún sabio prefiere ser un ignorante; ningún hombre generoso prefiere ser un egoísta. Es mejor y es preferible ser un Sócrates insatisfecho que un imbécil satisfecho. Esto es para Mill un hecho indudable. Su explicación quizá sea más difícil, pero no cabe duda que felicidad no se identifica con satisfacción, aunque sólo sea porque el sentimiento de la dignidad personal forma parte de la felicidad humana (cfr. pp. 24-26).

Un segundo principio fundamental del utilitarismo de Mill establece que la utilidad no se refiere sólo a la máxima felicidad del agente, sino a la más grande suma total y general de felicidad (maximización de la felicidad general). Desde este punto de vista, la moral puede definirse como el conjunto de reglas para el gobierno de la vida cuya observación asegurará, en la medida de lo posible, una existencia feliz a la humanidad entera (cfr. p. 28). Nótese que los actuales teólogos consecuencialistas católicos afirman que asumir ese criterio como regla de conducta es la esencia del mandato de la caridad en el cristianismo[4].

El utilitarismo niega que el sacrificio tenga un valor intrínseco. Se admite el sacrificio realizado para procurar un bien mayor para sí o para los demás. En todo caso, se considera que la promoción de la felicidad ajena sólo exige la renuncia a la propia allí donde la organización social es todavía deficiente; con el progreso social, la extensión de la educación

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