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EL POEMA DEL MIO CID


Enviado por   •  25 de Abril de 2014  •  1.458 Palabras (6 Páginas)  •  319 Visitas

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EL POEMA DEL MIO CID

De todos los mitos que la literatura castellana aportó a la Universal, sin duda es la del Cid la más trascendente. Convirtiéndose el héroe no solo en un ente de ficción, sino entroncándose como una figura representativa de todo un pueblo y una cultura.

“Mio Cid Rodrigo Díaz en Burgos la villa entró;

hasta sesenta pendones llevaba el Campeador;

salían a verle todos, la mujer como el varón;

a las ventanas la gente burgalesa se asomó.

Con lágrimas en los ojos ¡Qué tal era su dolor!

todas las bocas honradas decían esta razón:

¡oh, Dios qué buen vasallo, si tuviese un buen señor!”

El famoso personaje histórico castellano que llegó a ser el máximo exponente y paladín de la Reconquista hispánica, con plena conciencia de su misión unificadora. El conquistador invulnerable de todas las batallas en que interviniera

“Pero Bermúdez llegó con la bandera en la mano

y la plantó en el castillo conquistado en lo más alto

Habló Mío Cid Ruy Días, el caballero esforzado:

Gracias a Dios de los cielos, gracias a todos sus santos

Alojaremos mejor a jinetes y a caballos”

Él fue el Caudillo predestinado que logró engrandecer su tierra, muchas veces en contra y pesar de sus mismos reyes, transformándose por gracia de la poesía, más profunda y filosófica, que la historia misma en el concepto aristotélico, en el excelso símbolo de una raza, llegando a ser el héroe más universal de España.

“Toda la noche Mío Cid se la pasó en la celada

como así le aconsejó Alvar Fáñez de Minaya:

¡Cid Campeador, que en buena hora ceñiste espada!”

Ya dijo Menéndez Pelayo: “Se levanta eternamente, luminoso con su luenga barba, no mesada nunca por moro, sino por cristiano”. Él junto con sus dos espadas, talismanes de victoria, resulta ser el producto de una misteriosa fuerza que se confunde con la naturaleza y forja el mito.

En el Cantar del Mío Cid se perfila el tipo de un heroísmo que sin despojarse de su valor individual, toma una personalidad propia y luminosa, genial y atractiva, que se convierte en símbolo representativo y en la figura mítica de toda una literatura.

“Preparados están todos cuando esto el Cid hubo hablado

las armas bien empuñadas firmes sobre sus caballos.

Por la cuesta abajo llegan las mesnadas de los Francos

en el hondo de la cuesta y muy cerca del llano

ordenó atacar el Cid Campeador bienhadado;

y así lo cumplen los suyos con voluntad y buen grado.”

Muy por encima de lo que han escrito sus historiadores contemporáneos – tanto los cristianos maravillados como árabes atemorizados – pasando de lado cronicones medievales, la figura egregia del Cid no podrá ser nunca la de un sano ni tampoco la de un rufián forajido, ya que ni lo uno ni lo otro podría ser el resultado de la epopeya genial de un pueblo

“Viérais tantas lanzas todas subir y bajar,

y viérais tantas adargas horadar y traspasar

tantas lorigas romperse y sus mallas quebrantar

y tantos pendones blancos rojos de sangre quedar

y tantos buenos caballos sin sus jinetes marchar

a Mahoma y a Santiago unos y otros claman ya

y por los campos caían tendidos en el lugar

de la batalla los moros unos mil trescientos ya.”

El Campeador transformado en héroe se elevará para siempre, magnífico y sublime y como en la guerra invulnerable a las pasiones partidistas, en las alas eternas de la poesía a lo largo de toda la Edad Media, para convertirse en el personaje principal del Romancero Español.

El Cantar del Mío Cid es el más antiguo documento épico que se conoce, ya que aunque se tiene conocimiento de que existieron cantares o rapsodias en honor del Cid, como bien atestigua un Cantar Latino sobre la Conquista de Almería, es cierto que en la actualidad no se tienen a mano esas primitivas rapsodias que serían el nexo entre el citado Cantar Latino y ese catar de gesta que narra las andanzas del Cid a lo largo de las más gloriosas etapas de su vida.

“Cuando los vio el atalaya, comenzó a tañer la esquila;

prestas están las mesnadas de las gentes de Ruy Díaz;

con denuedo se preparan para salir de la Villa.

Al encontrar a los moros les arremeten aprisa,

echándolos de las huertas aquellas de mala guisa;

quinientos de ellos mataron cuando hubo acabado el día.”

Desfila a lo largo de todo el Cantar, bajo la triunfante marcha de sus rudos versos y épica balbuciente, la egregia figura del héroe castellano, con una elevación moral que de manera constante e insobornable en sus acciones y empresas, nos dejaran a la vista del lector al Cid, como una persona humana y sutil, aureolada de una personalidad que lo transfigura e idealiza, convirtiéndolo en el arquetipo de la Epopeya Nacional.

“… Pueda ver el día en que pueda pagarte con algo.

Vengo Cid Campeador y buenas noticias traigo;

para vos seiscientos marcos y yo treinta he ganado

mandad recoger la tienda y con toda prisa veámonos

que en San Pedro de Cárdena oigamos cantar el gallo…”

El carácter del Campeador, que resuma de todo el poema ha de quedar indeleble, ya para siempre, en el acervo épico de Castilla, a través de los siglos, gracias a la impresionante fuerza poética que el primitivo juglar que lo compusiera logró infundirle.

La historia del Caballero como héroe, con su espíritu encarna de protagonista poético el prototipo medieval del Ideal Caballeresco. España estaba con el Campeador, como Aquiles fue el héroe de Grecia y Roldan el heroico y esforzado caballero francés. El Cid encarnaba todas las virtudes y hasta todos los defectos de su raza.

“Habó entonces Mío Cid, el que en buena ciñó espada

¡Martín Antolinez, vos que tenéis ardida lanza

si yo vivo he de doblaros, mientras pueda la soldada!

¡Gastado ya tengo ahora todo mi oro y mi plata;

bien lo veis, buen Caballero, que ya no me queda nada!”.

Con los epítetos épicos, se realza la valentía y el arrojo que el Cid infunde a sus caballeros, dando a la historia una ambientación majestuosa. El Cid es ya para el mundo del espíritu, el héroe que encarna. Se trata de un protagonista poético, prototipo del ideal caballeresco según se concibió en la Edad Media.

Surge el temple moral del héroe en quien se entroncan y juntan los más nobles atributos del alma castellana. Su llana y familiar cortesía ingenua, nos brinda la grandeza sin énfasis y la imaginación más sólida que brillante, la piedad más activa que contemplativa y la ternura conyugal más honda que expresiva.

“Alegre se puso el Cid como nunca estuvo tanto

porque de lo que más ama las noticias le han llegado.

A doscientos caballeros que salgan les ha ordenado

a recibir a Minaya y a las damas Hijasdalgo;

él se quedará en Valencia, cuidándola y aguardando,

que bien sabe que Alvar Fañez todo lo lleva cuidado.”

La lealtad al Monarca y la entereza para querellarse de sus desafueros por aquel realismo puro y sencillo de sus actos heroicos y humanos, en las que se van reflejando y dibujando, todas las virtudes caballerescas que constituyen el genio moral y poético de la Raza Hispana.

Desde que se conocen los ardores sentimentales del Romanticismo que a mano de uno o de muchos juglares, desarrollaron temas épicos y poéticos, destaca la persistencia del Cid como héroe literario.

“Sobre el caballo Babieca el Campeador montó:

aquí os lo digo, ante el Rey Don Alfonso, mi Señor;

quien fuera ir a las bodas a recibir algún Don

puede venirse conmigo, no habrá de pesarle, no”.

La voz de los juglares castellanos difundía por las aldeas y palacios las hazañas de aquel Campeador invencible, cuyos hechos rebasaban la historia, para ascender al ámbito de la hermosa y delicada poesía.

Se persignaba la casa y a Dios se fue a encomendar

y muy contento se encuentra del sueño que fue a soñar

otro día, de mañana empiezan a cabalgar

es día postrer del plazo, sabed que no quedan más.

Hacia la Sierra de Miedes se marchan a descansar

Al lado diestro de Atieza que es tierra de moros ya

Así nacía uno de aquellos “Cantares de Gesta” que transmitido de unos juglares a otros, se iba refundiendo a lo largo de su difusión oral, que heredaban las sucesivas generaciones, para las que la figura del héroe adquiría proporciones épicas.

Este relato de gesta que constituye el más antiguo documento conocido de la Leyenda del Campeador, fue un cantar vivo desde mediados del Siglo XII, en la tradición oral de los juglares que recorrían de cabo a rabo las áridas tierras castellanas. Ellos no tuvieron que hacer ningún esfuerzo para darle ambientación histórica, ya que los hechos y personajes que cantaban, estaban todavía presentes en la Tradición de la sociedad que los escuchaba.

“Mis caballeros, poned a recaudo las ganancias;

y guarneceos aprisa con vuestras mejores armas,

porque el Conde Don Ramón darnos quiere gran batalla.

Y de moros y cristianos trae gentes muy sobradas

Y si no nos defendemos podrían vencer nos por nada.

Nos seguirían si marchamos aquí sea la batalla

Cinchad fuertes los caballos y vestíos de las armas.”

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