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EL PRÍNCIPE NICOLÁS MAQUIAVELO


Enviado por   •  9 de Septiembre de 2015  •  Apuntes  •  3.417 Palabras (14 Páginas)  •  177 Visitas

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EL PRÍNCIPE

NICOLÁS MAQUIAVELO

A pesar que pueda haberse dicho todo cuanto humanamente es posible decir respecto a Maquiavelo, también es cierto que apenas ahora se está haciendo un juicio equilibrado y sereno sobre el personaje y la obra. Esto podría parecer extraño, puesto que han pasado siglos y grandes estudiosos que han dedicado obras y obras de análisis al material dejado por el florentino; sin embargo, la vigencia de los problemas descritos en El Príncipe, por ejemplo, siguieron muchos años después de la muerte del pensador, por lo que sus escritos fueron tomados como instrumento de batalla y de combate entre sus adversarios y sus correligionarios, por lo que siempre despertaba ánimos encontrados entre sus lectores; sólo existen algunos casos, fuera de Italia, que pudieron dejar a un lado este aspecto emotivo y realizaron biografías con mucho esmero y dedicación, como Hegel y Macaulay.

¿Por qué rodea siempre a la figura de Maquiavelo esa sombra de negatividad, disgusto con la Iglesia y hasta pactos diabólicos? Nos comenta el propio autor, en Istorie fiorentine, libro que escribe por encomienda del papa Clemente VII, su postura contra el poder político de la Iglesia. Buen cristiano (no santo) fue siempre Maquiavelo. Nunca se metió con el dogma y hasta tiene un opúsculo intitulado Exhortación a la penitencia; sin embargo, esto no le impide reconocer, en el terreno político y en lo que concierne a su patria, que el pontificado romano, por haberse propasado indebidamente de lo espiritual a lo temporal, usurpando un ámbito que de ningún modo le competía, “ha tenido y tiene a Italia desunida y enferma”[1].  Después de su muerte (1527), el Cardenal Pole abre la larguísima lista de escritos que lo atacarán por parte de la Iglesia, puesto que afirman que sus obras están escritas con el dedo del diablo (digito diaboli); así también, en plena Contrarreforma, los jesuitas queman en la plaza pública sus libros y su efigie, argumentando que fue un hombre astuto y pérfido, coadjutor de los demonios e incomparable artífice de maquinaciones diabólicas (homo vafer ac subdolus, diabolicarum cogitationum faber optimus, cacodaemonis auxiliator).

También los protestantes, tan antimaquiavelistas como los católicos, se apoderan de él para atribuir a su perniciosa influencia no sólo la moral jesuítica, sino en general todo aquello que padecen ellos, los protestantes, en las guerras de religión. En el mismo siglo XVIII, aparece el Anti-Machiavel de Federico II de Prusia, retocado y publicado por Voltaire; califica el gobernante a Maquiavelo como consejero de políticos ladrones y asesinos,  aunque la historia confirma que Federico II ha sido uno de los políticos más maquiavélicos, en el peor sentido de la palabra, que han existido.  También Benito Mussolini, en pleno siglo XX, utiliza al florentino para justificar el Estado totalitario: en su Preludio al Machiaveli, declara Mussolini que el Príncipe debería ser el manual por antomasia del estadista, y entrando en su análisis, cree poder definir su filosofía en el “pesimismo agudo de Maquiavelo en lo que concierne a la naturaleza humana”. Pero después de esta aseveración, válida y correcta como veremos más adelante,  Il duce continúa diciendo que él por su parte no sólo acepta la antropología maquiavelina, sino que tiene que agravarla más aún, en cuanto que el pueblo, para él, no cuenta prácticamente para nada en la organización, no menos aún en la actividad del Estado.  

Como podemos apreciar, por tanto, este recorrido intelectual nos ha llevado a ver por qué se le sigue relacionando con ciertas actitudes negativas, pero, intentaremos ahora establecer la parte positiva y fundamental (bien podría ser considerado esto una apología) de la obra política de Maquiavelo.

VIDA Y OBRA

Nicolás Maquiavelo fue un escritor extraordinariamente fecundo, y en todos los muchos y variados géneros que cultivó –con la sola excepción de sus poesías, decididamente mediocres – de suprema excelencia. En los escritos políticos: el Príncipe y los Discorsi, está su genio, y en los demás, campea prodigiosamente su talento.  Como historiador, comparte con su contemporáneo Francesco Guicciardini el honor de haber superado definitivamente la crónica medieval para fundar la historiografía moderna. Como escritor de cancillería, los abundantísimos informes de sus diversas legaciones son hasta hoy modelos perfectos de correspondencia diplomática. Como literato profesional, es una obra maestra su Diálogo de la Lengua. Como género mixto de historia y novela, es de gran mérito la Vida de Castruccio Castracani. En la novela pura está la deliciosa fábula de Belfagor Arcidiavolo. Como dramaturgo, bastaría la Mandrágora para conquistarle la más esclarecida nombradía en la historia del teatro universal (Voltaire coloca a esta comedia por encima de las mejores piezas de Aristófanes).

El hombre y sus acciones y pasiones, fue, en suma, el gran tema central en la meditación de Maquiavelo; y si no perseveró más en el género dramático –un entretenimiento para él, en fin de cuentas – fue por la simple razón de que lo que ante todo le absorbía era el homo politicus, o como él decía, el ragionar dello Stato; y no hemos acabado aún en este abreviadísimo inventario de los escritos maquiavelianos, porque todavía hay que hacer mención del Arte de la guerra, que hoy sólo tiene valor histórico, pero que fue usado en realidad durante algunas guerras; de todo esto (y más) eran capaces aquellos uomini universali del Renacimiento, ideal que también encontramos en el autor que ahora revisamos.

En la dedicatoria del Príncipe a Lorenzo de Médicis (el nieto homónimo del Magnífico), dice Maquiavelo que el conocimiento que ha alcanzado de las acciones de los grandes hombres –y cuyo recuento ofrece al magnate florentino este escrito – ha resultado de “la larga experiencia de las cosas modernas y la continua lectura de las antiguas”[2] Con lo primero quiere aludir Maquiavelo a la experiencia de los negocios públicos que adquirió en sus años de trabajo en la Cancillería florentina; y con lo segundo a su frecuentación de los grandes clásicos griegos y latinos, de los historiadores, principalmente.

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