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La Idea Del Hombre Y La Historia


Enviado por   •  29 de Noviembre de 2014  •  2.168 Palabras (9 Páginas)  •  319 Visitas

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NTRODUCCIÓN

No hay problema filosófico, cuya solución reclame

nuestro tiempo con más peculiar apremio,

que el problema de una antropología filosófica. Bajo

esta denominación entiendo una ciencia fundamental

de la esencia y de la estructura esencial del

hombre; de su relación con los reinos de la naturaleza

[inorgánico, vegetal, animal] y con el fundamento

de todas las cosas; de su origen metafísico y

de su comienzo físico, psíquico y espiritual en el

mundo; de las fuerzas y poderes que mueven al

hombre y que el hombre mueve; de las direcciones

y leyes fundamentales de su evolución biológica,

psíquica, histórico-espiritual y social, y tanto de sus

posibilidades esenciales como de sus realidades. En

dicha ciencia hállanse contenidos el problema psicoM

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físico del cuerpo y el alma, así como el problema

noético-vital. Esta antropología sería la única que

podría establecer un fundamento último, de índole

filosófica, y señalar, al mismo tiempo, objetivos

ciertos de la investigación a todas las ciencias que se

ocupan del objeto "hombre": ciencias naturales y

médicas; ciencias prehistóricas, etnológicas, históricas

y so-ciales, psicología normal, psicología de la

evolución, caracterología.

En ninguna época han sido las opiniones sobre

la esencia y el origen del hombre más inciertas, imprecisas

y múltiples que en nuestro tiempo. Muchos

años de profundo estudio consagrado al problema

del hombre dan al autor el derecho de hacer esta

afirmación. Al cabo de unos diez mil años de "historia",

es nuestra época la primera en que el hombre

se ha hecho plena, íntegramente "problemático"; ya

no sabe lo que es, pero sabe que no lo sabe. Y para

obtener de nuevo opiniones aceptables acerca del

hombre, no hay más que un medio: hacer de una

vez "tabula rasa" de todas las tradiciones referentes

al problema y dirigir la mirada hacia el ser llamado

"hombre", olvidando metódicamente que pertenecemos

a la humanidad y acometiendo el problema

con la máxima objetividad y admiración. Pero todo

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el mundo sabe lo difícil que es hacer esa "tabula rasa",

pues acaso sea éste el problema en que las categorías

tradicionales nos dominan más enérgica e

inconscientemente. Lo único que podemos hacer

para sustraernos lentamente a su dominio, es estudiarlas

con exactitud en su origen histórico y superarlas,

adquiriendo conciencia de ellas.

Una historia de la conciencia que de si mismo

ha tenido el hombre; una historia de los modos típicos

en que el hombre se ha pensado, se ha contemplado,

se ha sentido y se ha visto a sí mismo en los

diversos órdenes del ser, debería preceder a la historia

de las teorías acerca del hombre -teorías míticas,

religiosas, teológicas, filosóficas. Sin entrar ahora en

esa historia -que ha de formar la introducción a la

Antropología del autor-, haremos resaltar solamente

que la dirección fundamental de esas evoluciones

tan variadas está ya establecida: se orienta hacia una

creciente exaltación de la conciencia que el hombre

tiene de sí mismo, exaltación que se verifica en

puntos señalados de la historia y en forma de renovados

empujones. Los retrocesos, acá y allá, no significan

gran cosa para esa dirección fundamental.

No sólo los llamados primitivos se sentían totalmente

afines y unos con el mundo animal y vegetal

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de su grupo y de su ámbito, sino que incluso una

cultura tan elevada como la de la India se basa en el

indudable sentimiento de la unidad entre el hombre

y todo lo viviente. Los seres-planta, animal, hombre-

hállanse aquí en relación aditiva y de igual a

igual enlazados por esencia en una gran democracia

de lo existente. Como recientemente ha explicado

Ernst Cassirer1 en términos claros y bellos, el hombre

no se destaca netamente sobre la naturaleza, en

vida y sentimiento, en pensamiento y teoría, hasta la

culminación de la cultura griega clásica. En efecto:

la cultura griega, y sólo ella, es la razón del espíritu,

que, como agente específico, conviene sólo al hombre

y lo encumbra por encima de todos los demás

seres, poniéndole con la divinidad misma en una

relación vedada a cualquier otro ser. El cristianismo,

con sus doctrinas del dios hombre y del hombre

como hijo de Dios, representa, en conjunto, una

nueva exaltación de la conciencia que el hombre

tiene de sí mismo: piense el hombre bien o mal de si

mismo, atribúyese aquí, como hombre, una importancia

cósmica y metacósmica, que nunca el griego y

el romano clásicos se hubieran atrevido a atribuirse.

1 Véase el notable capítulo de su obra, sobre el mito, Filosofía de las

formas simbólicas, t. II.

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El comienzo del pensamiento moderno representa

-a pesar de reconocer y rechazar cada día más

el antropomorfismo medieval- un nuevo empujón

hacia adelante en la historia de la conciencia humana.

Es un error muy extendido el creer que, por

ejemplo, la tesis de Copérnico fuera sentida, en la

época en que apareció, como motivo de un descenso

y debilitación de la conciencia humana. Giordano

Bruno, el más grande misionero y filósofo de la

nueva cosmografía, expresa el sentimiento contrario:

Copérnico se ha limitado a descubrir en el

"cielo" una nueva estrella, la Tierra; "luego estamos

ya en el cielo" -cree Bruno poder exclamar, jubiloso-

y no necesitamos, por lo tanto, el cielo de la

Iglesia. Dios no es el mundo, el mundo mismo es

más bien Dios -tal es la tesis nueva del panteísmo

acósmico que defienden un Bruno y un Spinoza-;

falsa es la concepción medieval de un "mundo" que

existe independientemente de Dios, de una creación

del mundo y del alma. Éste -y no un rebajamiento

de Dios en el mundo- es el sentido de la nueva

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