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La República De Platón: IX Libro.


Enviado por   •  9 de Septiembre de 2011  •  3.219 Palabras (13 Páginas)  •  3.933 Visitas

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La República de Platón: IX Libro.

El noveno libro de la República inicia con el deseo de Glaucón de exponer a profundidad la naturaleza y las diferentes especies de deseos existentes para todo ser humano. Ante esta petición, Sócrates responde que “entre los deseos y los placeres superfluos los hay que son ilegítimos. Estos deseos nacen en el alma de todos los hombres; pero en unos, reprimidos por las leyes o por otros deseos mejores, se desvanecen enteramente, gracias a la razón, o son débiles o son pocos en número; mientras que en otros, por el contrario, estos deseos son más numerosos y al mismo tiempo más fuertes”. Ante esto Sócrates diferencia a dos tipos de personas; a aquellas que mediante la razón dominan los deseos de estos placeres , y por ende resultan los que ven con más claridad la verdad y aquellos que no logran dominar dichas pasiones y deseos, los cuales se acogerían a una alma tiránica, pues se ven sometidos a la búsqueda continua del placer, donde “ningún asesinato, ningún alimento indigno le causa horror; en una palabra, no hay acción, por extravagante y por infame que sea, que no esté pronta a ejecutar”

Ahora bien, luego se describe al hombre democrático como aquel que es educado en su juventud por un padre avaro, que sólo estima los deseos interesados, cuidando poco de satisfacer los deseos superfluos. Al éste hombre democrático encontrarse con hombres frívolos los cuales lo inducen a los placeres superfluos, éste sentirá aversión por las lecciones enseñadas por su padre y se entregaría a la embriaguez y al libertinaje. Sin embargo, debido a que la índole del demócrata era mejor que la de sus corruptores, y viéndose atraído por las dos direcciones opuestas, éste opta por un término medio: el de sucumbir ante la vida tanto de su padre como a la de sus corruptores, siguiendo las dos pero con moderación.

Dichos corruptores, le plantaran al joven un amor que preside a los deseos viciosos, y prontamente, todos los demás deseos se verán opacados por aquellos que llaman a la ambición, y ante eso se crea la tiranía del alma. Así, “escoltado por la demencia, extermina y arroja fuera de sí todos los deseos virtuosos, hasta que, después de haber borrado de su alma todo vestigio de pudor y de templanza, la ce henchida de un furor que no conocía antes.”

Ante esto se concluye que el hombre tirano es aquel quien la educación o la naturaleza o ambas lo han hecho un borracho, un enamorado y un loco.

Posterior a esto, se inicia a examinar el cómo vive el tirano. Se dice que para éste todo se volverá “fiestas, festines, juegos, francachelas y placeres de todo género, a que le arrojara todo el amor tiránico, que ha dejado penetrar en su alma y que dirige todas sus facultades.” Él cual también vería como, día y noche, nacen una multitud de deseos, los cuales no podrán ni ser domados ni saciados, lo cual llevaría a que las rentas de aquella alma tiránica se vieran afectadas gravemente, lo cual lo llevaría a su vez a acudir a préstamos y a disipar su fortuna, siempre, sin haber saciado sus deseos.

Es al quedar en la ruina que el alma tiránica recurrirá a otros medios para financiar sus deseos insaciables, medios como el hurto y el engaño como necesidad, pues si no, se verá despedazado por los más crueles dolores. A su vez, sentimientos de honor y de probidad que le habían sido inculcados en su infancia desaparecerán y serán substituidas por pasiones desenfrenadas, y se harán dueñas de su alma.

Posterior a esto se inicia a analizar que pasaría cuando en un Estado hay muchos ciudadanos de ese carácter, los cuales se aumentarían cada día. La respuesta dada es que en tal caso, y apoyándose mediante un “populacho insensato”, darían al Estado por tirano a “aquel que de entre ellos que tiene más tiranizado a su corazón por las más fuertes e imperiosas de las pasiones.”

Se prosigue afirmando que “El mejor partido que el Estado puede tomar en tal caso, es no oponer ninguna resistencia; porque, si no, al menor movimiento que haga, el tirano cometerá contra su patria las mismas violencias que usó contra su padre y su madre, la maltratará, la entregará al poder de los jóvenes relajados que le rodean y reducirá a la esclavitud más dura a esta patria, a esta madre.”

Sin embargo, Sócrates advierte que no es necesario esperar que un tirano llegue al poder para saber que este padece de esta tendencia, pues su carácter se deja ver en su condición privada de la manera siguiente: “o bien se ve rodeado por una multitud de aduladores, dispuestos a obedecerle en todo; o arrastrándose él mismo, cuando tiene necesidad de los demás, no habrá cosa que no haga para convencerles de su decidido afecto; pero apenas habrá obtenido lo que deseaba, cuando les volverá la espalda.”

Se prosigue afirmando que la condición de hombre tiranizado por sus pasiones es la misma que la de un Estado oprimido por un tirano; pues resulta que en dicho Estado es un Estado esclavo, pues sus ciudadanos resultan sometidos a caprichos del tirano. A su vez se recalca que, al igual que un alma bajo una tiranía, el Estado que se encuentre sometido bajo éste régimen también será esclava, pobre, insaciable y en terror continuo. Sin embargo, se hace la salvedad que el hombre que este regido bajo un alma tiránica no es el peor de ellos; sino que el peor de los hombres es “aquel que, estando ya tiranizado por sus pasiones, no pasa su vida en la esfera privada, sino que su mala estrella le presenta la ocasión de hacerse tirano de un Estado.”

Debido al temor que tiene el tirano de ser herido o despojado de su trono, éste prontamente se encuentra en una prisión, pues se encuentra limitado en sus acciones por su seguridad, y así de esta manera “encerrado en su recinto de su palacio, como una mujer, envidia la felicidad de sus súbditos cuando sabe que hacen algún viaje, y que van a ver cosas que excitan su curiosidad.”

Es por estas razones que el tirano “no es más que un esclavo, esclavo sometido a la más dura y baja de las servidumbres, y el adulador de lo más abyecto de la sociedad. Jamás podrá satisfacer por completo sus pasiones, porque lo que le falta excede a lo que posee; y el que pudiera penetrar en el fondo de su alma, encontraría que es verdaderamente pobre, y vive sobresaltando, y siempre presa de dolores y de angustias; tal es su situación, si es cierto que es parecida a la del Estado de que él es dueño, porque así lo es.”

En este momento, Sócrates le da la opción a Glaucón de decidir entre los cinco caracteres, EL REAL, EL TIMOCRÁTICO, EL OLÍGARQUICO, EL DEMOCRÁTICO Y EL TIRÁNICO, son más dichosos y quiénes son los menos. Ante esto responde Glaucón que “doy

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