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Una vida bajo la tiranía


Enviado por   •  25 de Noviembre de 2014  •  Tesina  •  1.163 Palabras (5 Páginas)  •  177 Visitas

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OPINIÓN

La sangre. Una vida bajo la tiranía (1)

14/07/2012 12:00 AM - PEDRO CONDE STURLA

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Por Pedro Conde Sturla

Wlises Heureaux.

Wlises Heureaux. (El Caribe )

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Desde un punto de vista histórico y social, una de las más jugosas y truculentas novelas de la literatura dominicana es “La sangre” de Tulio M. Cestero (1887-1955), que publicara en 1914 con el subtítulo “Una vida bajo la tiranía”. Su interesente bibliografía incluye, además, “Impresiones de viaje: Ciudad Romántica” (1911), “Hombres y Piedras” (1915) y “César Borgia” (1935).

La celebre novela “La sangre”, comparte con el “Enriquillo” de Galván la gloria de contarse entre las obras capitales del parnaso criollo y de la república de las letras americanas en su género (romanticismo y modernismo), no sólo por la excelencia de su estilo y realización, sino por su condición y carácter de fundadora de ideología (falso concepto de la realidad en la acepción marxista, conjunto de ideas, creencias, imágenes, representaciones, sublimaciones que proporcionan una representación ficticia de la realidad y del modo en que se desenvuelve la vida social de los seres humanos). No en balde Manuel Arturo Peña Batlle -numen prolífico del trujillismo- creía “firmemente que ‘La sangre’ era la mejor novela dominicana”. Opinión parecida, aunque por razones diferentes, sostenían Pedro y Max Henríquez Ureña.

En sus líneas generales, “La sangre” es la historia del revolucionario Antonio Portocarrero y un poco también la historia de la “ciudad romántica” de Santo Domingo, la ciudad colonial, desde el primer gobierno de Lilís (1862) hasta la Convención Dominico-Americana (1907). Más que una vida bajo la tiranía, como se subtitula la obra, es una verdadera novela de las revoluciones. Y más que eso, todo un ensayo de interpretación de la historia dominicana en términos de sociología y sicología social. Desde este punto de vista, “La sangre” es lo que suele llamarse una novela histórica y también una apasionada tesis política.

La narración, hasta el capítulo XII ofrece una visión retrospectiva de los acontecimientos, en flash back, utilizando un procedimiento que sería típico de los más renombrados realizadores cinematográficos, como el Orson Welles de “Ciudadano Kane”.

El año de inicio de la novela es 1899 y faltan horas para que se produzca el ajusticiamiento del tirano Lilís (Ulises Hilarión Heureaux Lebert) a manos de Mon Cáceres y Jacobito de Lara en el poblado de Moca.

Desde su celda en la Torre del Homenaje de la Fortaleza Ozama, donde ha ido a parar por decimaquinta vez durante latiranía, Antonio Portocarrero rememora y reevalúa diversas etapas de su existencia. La infancia inolvidable en el “riente valle nativo” de Peravia, concita sus mejores recuerdos. Allí fue dichoso “jugando a los matrimonios” con la hija de la vecina, haciendo travesuras: acechando a las lavanderas en los ríos, librando batallas a guayabazos, echando carreras en burros, dejándose llevar a misa por “las alegres campanas de la iglesia”, persiguiendo a las mariposas de San Fernando, que en una época inundaban el país y ya no existen más que en un nostálgico poema de Federico Jovine Bermúdez.

Y fue dichoso a pesar del casi diario “castigo” de asistir a la escuela:

“¡Dichosa edad! Cumplidos los ocho años, sufrió los primeros cambios desagradables en su vida. Terciada al busto la saqueta de tela con el libro primero de mantilla, pizarra, cuaderno de escritura, tintero, pluma y clarión, tomó el camino de la escuela de varones”.

Los recuerdos de

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