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Todas Las Mañanas Del Mundo


Enviado por   •  25 de Mayo de 2015  •  3.445 Palabras (14 Páginas)  •  229 Visitas

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Verdad de la ficción

El comienzo de la novela se remonta a la primavera de 1650. En esa fecha murió Madame de Sainte Colombe, dejando dos hijas, Toinette y Madelaine, de dos y seis años. Su marido, que la amaba profundamente, no encontraba consuelo para su muerte. Fue entonces que compuso "La tumba de los lamentos".

En cambio, la versión cinematográfica se inicia varias décadas más adelante. Marin Marais, maestro ya consagrado, interrumpe su lección en la cámara del rey para confesar a sus sorprendidos alumnos que, en verdad, es un impostor. Sin valor alguno, ambicionó la nada y fue eso lo que obtuvo. "Él era la música", les dice, "yo no soy lo que él deseaba de mí. Yo tenía un maestro y las sombras se lo llevaron. Se llamaba Monsieur de Sainte Colombe". Un maestro que, según su recuerdo, "era solo cólera y austeridad".

A partir de aquí, y a diferencia del recurso al narrador omnisciente del texto literario, el relato fílmico sigue el hilo de la rememoración de Marais; una variante que agrega, como lo veremos más adelante, renovados matices a la narración.

Para Sainte Colombe, el recuerdo de su esposa no se atenuaba. Su figura estaba permanentemente frente a sus ojos, su voz le seguía susurrando al oído. Clausuró su puerta, vendió su caballo y se encerró en la música. En una pequeña cabaña que mandó construir vecina a su casa pasaba hasta quince horas por día ejecutando su instrumento.

Al principio anotaba algunas composiciones en su cuaderno de música rojo. Pero solo cuando estaba obsesionado, como una tentativa para no preocuparse más. Con el tiempo fue tomando cada vez menos notas. No quiso imprimirlas ni someterlas a la opinión del público. "Son meras improvisaciones", aducía para justificarse.

Severo con sus hijas, apenas les dirigía la palabra. Las encerraba en el sótano como penitencia pero no les pegaba. Afirmó siempre amarlas, aunque las veía en raras ocasiones. Era su esposa la que sabía hablarles y hacerlas reír. En cuanto a él, ya no encontraba placer en los libros ni en la compañía de la gente, ni sentía mayor inclinación por el lenguaje. Sentado en su taburete dentro de la cabaña, vivía abrumado por el continuo sentimiento de embarazo.

El embarazo es la sensación que embarga al sujeto cuando no sabe qué hacer de sí mismo, el desconcierto de no encontrar tras qué parapetarse. Sainte Colombe experimenta la extrema dificultad de confrontarse con lo que debiendo estar perdido, sin embargo no falta.

A pesar de todo, enseñó a sus hijas el arte de su instrumento. Los conciertos a tres violas de los Sainte Colombe adquirieron gran renombre. La noticia de su virtuosismo llegó a oídos del rey, quien tuvo curiosidad de escucharlo. El músico rechazó de plano su invitación.

— "Mis únicos amigos son los recuerdos", argumenta ante los emisarios de la Corte.

— "Usted oculta su talento; esconde su nombre entre patos, gallinas y peces", le replican intentando convencerlo.

Sainte Colombe se encoleriza. Fuera de sí, arroja violentamente una silla contra el piso y los echa.

Su existencia transcurre en un absoluto desapego, distante de quienes lo rodean como del lenguaje mismo. Ha quedado fuera de juego. En el tablero del Otro sus piezas ya no encuentran su lugar. Y esto le suscita cólera.

El Otro, que guardaba el objeto causa de su deseo, ha desaparecido en lo real. El objeto, caído del campo del Otro, retorna sobre el sujeto. Por vía del embarazo la causa encuentra una manera de introducir su pregunta. Y cuando este sentimiento se conjuga con la emoción, esa causa se libera; pero por medios que nada tienen que ver con ella.

Sainte Colombe no advierte, sin embargo, de qué se trata. Cuando destroza la silla ante la invitación de su majestad, en realidad no sabe lo que hace. Su reacción más que encaminarlo en su deseo, opera como un contrasentido.

Un destino sombrío

Sainte Colombe no podía dejar de pensar en su esposa y lo abrumaba el dolor de no haber estado presente en el momento de su muerte. Soñaba con ella; recordaba sus consejos, su cuerpo, sus gestos. Vivía un amor que nada disminuía. Todas las noches eran la misma noche, todos los fríos el mismo frío.

Un día tuvo un sueño: "entraba al agua oscura y allí se quedaba. Había renunciado a todas las cosas que amaba en esta tierra". (La película acentúa magistralmente el dramatismo de estas imágenes: solo al final de la secuencia advertirá el espectador que se trata de un sueño). Al despertar, Sainte Colombe tuvo mucha sed; recordó "La tumba de los lamentos" y tuvo el impulso de ir a la cabaña a interpretarla. Fue entonces cuando apareció frente a él el espectro de su esposa, silenciosa y vestida como el día de su muerte. Sainte Colombe la contempló llorando hasta el momento en que se desvaneció.

Las visitas se repitieron. Cada noche a solas con su música Sainte Colombe esperaba a esa sombra para conversar. A un pintor amigo le encargó un cuadro, representando el escritorio junto al que había aparecido el fantasma de su mujer. Cuando estuvo listo, lo colocó en su dormitorio. A nadie habló de aquellas visitas ni de la existencia del cuadro. A partir de entonces, destaca el relato, Sainte Colombe sintió que su cólera lo abandonaba. Muy dentro suyo tuvo el sentimiento de que algo había concluido.

Sainte Colombe se hunde en el vértigo del dolor. Comienza una detallada, minuciosa rememoración de todo lo vivido con la que fue objeto de su amor. Esa pérdida se vuelve para él un agujero intolerante en la existencia. Su universo simbólico se conmueve tratando infructuosamente de repararla.

Su esposa constituía el soporte de su castración. De golpe, la castración retorna sobre él y se produce la revelación de en qué le ha faltado para representar su falta. Función de falta que se traduce en el reproche de haberle faltado en el momento de su muerte. El objeto de la castración recae sobre el sujeto; ya no lo puede guardar en el Otro.

Sainte Colombe no puede soportar la pérdida de esa mujer que albergaba el objeto que le hacía falta. Ahora, su vida transcurre ajena a la dimensión del tiempo; su refugio lo proyecta a un punto muerto del espacio. Su vida austera reitera indefinidamente su exclusión de la escena del Otro. Pasa los días desconociendo que todas las mañanas del mundo son sin retorno.

La pérdida imposible del objeto arrastra al sujeto al pasaje al acto. Es que el sueño de Sainte Colombe ilustra como fantasma de suicidio, imposibilitado de establecer

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