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Miguel Hidalgo Y La Virgen De Guadalupe


Enviado por   •  20 de Octubre de 2014  •  1.376 Palabras (6 Páginas)  •  339 Visitas

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Durante muchos años el pionerismo de la televisión mexicana iba paralelo a la industria del cine nacional; cada fecha memorable exhibía películas alusivas a la celebración del momento, así cada cinco de mayo veíamos en horario familiar o en las carteleras de segunda y tercera corrida de las salas la cinta “Mexicanos al grito de Guerra”, de Ismael Rodríguez, y el 15 o16 de septiembre “La virgen que forjó una patria”, de Julio Bracho. Era una forma de exaltar valores de unificación ritual no siempre justificados por la vida política y social cotidianos.

Con su película Bracho intentaba ser fiel a la formación de una tradición historiográfica iniciada por los liberales moderados del siglo XIX, siguiendo sobre todo el relato de obras como México a través de los siglos; pero con este director la película articula dos intencionesconciliatorias como resabio del combate inacabado de la cristiana, así Bracho explica la indisoluble unión de formación del estado mexicano y la fe católicaguadalupana.

El relato inicia con el cuento de la conspiración de Querétaro por Miguel Hidalgo (Julio Villarreal), al que nos presenta conforme a la pintura ochocentista de Joaquín Ramírez y con brillantes diálogos de René Capistrán traza cómo un cura liberal y algo descreído que justifica el apodo de “zorro” con que Allende (Ernesto Alonso) y Aldama (Víctor Urruchúa) identifican con su rectoría en la Universidad de San Nicolás.

Las tertulias de la conjura las presenta Bracho con técnicas de teatro de cámara resolviendo todo en diálogos para explicar los fundamentos liberales de un levantamiento encaminado a despojar a los europeos del dominio sobre Nueva España, estableciendo una diferencia civilizatoria entre el viejo mundo y la América con sus criollos, indios y mestizos, concepto que repite obstinadamente en labios del cura de Dolores.

En su puesta en pantalla Bracho muestra la inevitabilidad de dar continuidad a la iconografía fílmica mexicana, sus personajes sufren de la rigidez ridícula con quepelículas anteriores, como “¡Viva México! O el grito de Dolores”, de Miguel Contreras Torres, y quizá la casi desconocida “El grito de dolores” o sea “La independencia de México”, del yucateco Jesús Haro, aunque la familiaridad icónica más directa es con la cinta de Contreras Torres quien puntillosamente vistió a sus personajes según el arte neoclásico de la reforma y estableció un modelo visual que aún hoy predomina respecto de nuestros héroes “que nos dieron patria”.

Solo que el director sufrió los efectos delstar system mexicano, el Allende con Alonso padece una rigidez en la actitud y en el habla que le da apariencia de petrimete insufrible, como casi toda la actuación fílmica del que llegaría a ser el “señor telenovela” y recibe esa importancia en las solapas del DVD de la colección México en pantalla, originada en Televisa; en cambio la Josefa Ortiz de Domínguez de Fanny Schiller compite con decoro ante la imagen preestablecida por Sara García en la visión de Contreras Torres, aunque desde luego será Julio Villarreal quien se robe las escenas con su excelente cura de Dolores.

La narración rompe para devolver a este personaje su dignidad clerical, aunque muy tendiente al liberalismo de la época cuando Villarreal nos explica el porqué del estandarte con la virgen de Guadalupe dando paso a otra película dentro de esta misma: el relato del milagro del Tepeyac encabezado por Ramón Novaro, Domingo Soler y Gloria Marín, con una de las puestas en pantalla más dignas y mejor filmada del proceso de conquista y fundación de la mexicanidad más allá de las versiones tradicionales manejadas oficialmente por la cultura criolla y europeizante.

Porque hay dos historias básicamente de este periodo precolombino: la del mestizaje como maldición (después multitratada por Octavio Paz en sus ensayos sobre la chingada y la madre violada) y la de redención indígena a través de la virgen morena. Con Cuautlatoa-Juan Diego, Bracho y Capistrán nos enfrentan al desconcierto indígena frente al símbolo de Cristo, con el surgimiento de un rencor racial por encima de los brutales hechos de una conquista que confronta el interés económico inmediato y la preservación de la autoridad en el espíritu de las leyes, y por otro lado la pérdida de identidad europea con el

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