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El Horror Economico


Enviado por   •  9 de Julio de 2014  •  2.520 Palabras (11 Páginas)  •  297 Visitas

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Vivimos en medio de una falacia descomunal, un mundo

desaparecido que se pretende perpetuar mediante políticas

artificiales. Un mundo en el que nuestros conceptos del trabajo y por

ende del desempleo carecen decontenido y en el cual millones de

vidas son destruidas y sus destinos aniquilados. Se sigue

manteniendo la idea de una sociedad caduca, a fin de que pase

inadvertida una nueva forma de civilización en la que sólo un sector

ínfimo, unos pocos, tendrá alguna función. Se dice que la extinción

del trabajo es apenas coyuntural, cuando en realidad, por primera

vez en la historia, el conjunto de los seres humanos es cada vez

menos necesario.

Descubrimos —dice la autora— que hay algo peor que la explotación

del hombre: la ausencia de explotación; que el conjunto de los seres

humanos es considerado superfluo, y que cada uno de los que

integran ese conjunto tiembla ante la perspectiva de no seguir

siendo explotable.

El libro de Forrester tiene la virtud de instalar el debate en

un terreno que no es el económico ni el político (técnico uno,

institucional el otro) sino en el espacio público. Los problemas del

desempleo, la marginación, las crecientes desigualdades sociales y

culturales, sugiere la autora, no deben ser tratados sólo entre

especialistas: deben discutirse en la sociedad. Esta obra se dirige a

cada uno de nosotros. Y lo hace, además, con una franqueza casi

brutal. Forrester termina con la retórica engañosa según la cual las

dificultades del presente son en realidad los obstáculos

que deben superarse con vistas a un futuro mejor.

Novelista y crítica literaria francesa, Viviane Forrester (1925) ha

conmovido con este ensayo al mundo de las ideas. Con más de 300

000 ejemplares vendidos en Francia y traducciones a 12 idiomas, El

ha llegado a ser, en pocos meses, un fenómeno de

trascendencia internacional. Sus lectores constituyen una comunidad

alerta para la cual la indiferencia dejó de ser posible y en la que

horror económico renace la solidaridad fundada en el respeto.

I

Vivimos en medio de una falacia descomunal: un mundo

desaparecido que nos empeñamos en no reconocer como tal

y que se pretende perpetuar mediante políticas artificiales.

Millones de destinos son destruidos, aniquilados por este

anacronismo debido a estratagemas pertinaces destinadas a

mantener con vida para siempre nuestro tabú más sagrado:

En efecto, disimulado bajo la forma perversa de "empleo",

el trabajo constituye el cimiento de la civilización occidental,

que reina en todo el planeta. Se confunde con ella hasta el

punto de que, al mismo tiempo que se esfuma, nadie pone

oficialmente en tela de juicio su arraigo, su realidad ni menos

aún su necesidad. ¿Acaso no rige por principio la distribu-

ción y por consiguiente la supervivencia? La maraña de tran-

sacciones que derivan de él nos parece tan indiscutiblemente

vital como la circulación de la sangre. Ahora bien, el traba-

jo, considerado nuestro motor natural, la regla del juego de

nuestro tránsito hacia esos lugares extraños adonde todos

iremos a parar, se ha vuelto hoy una entidad desprovista de

Nuestras concepciones del trabajo y por consiguiente del

desempleo en torno de las cuales se desarrolla (o se pretende

desarrollar) la política se han vuelto ilusorias, y nuestras lu-

chas motivadas por ellas son tan alucinadas como la pelea de

Don Quijote con sus molinos de viento. Pero nos formulamos

siempre las mismas preguntas quiméricas para las cuales, co-

mo muchos saben, la única respuesta es el desastre de las vi-

das devastadas por el silencio y de las cuales nadie recuerda que

cada una representa un destino. Esas preguntas perimi-

das, aunque vanas y angustiantes, nos evitan una angustia

peor: la de la desaparición de un mundo en el que aún era po-

sible formularlas. Un mundo en el cual sus términos se basa-

ban en la realidad. Más aún: eran la base de esa realidad. Un

mundo cuyo clima aún se mezcla con nuestro aliento y al cual

pertenecemos de manera visceral, ya sea porque obtuvimos

beneficios en él, ya sea porque padecimos infortunios. Un

mundo cuyos vestigios trituramos, ocupados como estamos

en cerrar brechas, remendar el vacío, crear sustitutos en tor-

no de un sistema no sólo hundido sino desaparecido.

¿Con qué ilusión nos hacen seguir administrando crisis al

cabo de las cuales se supone que saldríamos de la pesadilla?

¿Cuándo tomaremos conciencia de que no hay una ni muchas

crisis sino una mutación, no la de una sociedad sino la muta-

ción brutal de toda una civilización? Vivimos una nueva era,

pero no logramos visualizarla. No reconocemos, ni siquiera

advertimos, que la era anterior terminó. Por consiguiente, no

podemos elaborar el duelo por ella, pero dedicamos nuestros

días a momificarla. A demostrar que está presente y activa, a

la vez que respetamos los ritos de una dinámica ausente. ¿A

qué se debe esta proyección de un mundo virtual, de una so-

ciedad sonámbula devastada por problemas ficticios... cuan-

do el único problema verdadero es que aquéllos ya no lo son

sino que se han convertido en la norma de esta época a la vez

inaugural y crepuscular que no reconocemos?

Por cierto, así perpetuamos lo que se ha convertido en un

mito, el más venerable que se pueda imaginar: el mito del

trabajo vinculado con los engranajes íntimos o públicos de

nuestras sociedades. Prolongamos desesperadamente las

transacciones cómplices hasta en la hostilidad, rutinas pro-

fundamente arraigadas, un estribillo cantado desde antaño

en familia... una familia desgarrada, pero atenta a ese re-

cuerdo compartido, ávida de los rastros de un denominador

común, de una suerte de comunidad aunque sea fuente y se-

de de las peores discordias, las peores infamias. ¿Cabría de-

cir, de una suerte de patria? ¿De un vínculo orgánico tal que

cualquier desastre es preferible a la lucidez, a la comproba-

ción de la pérdida, cualquier riesgo es más aceptable que la

percepción y conciencia de la extinción del que fuera nues-

tro medio?

A partir de ahora nos corresponden los medicamentos

...

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