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Inca Garcilaso


Enviado por   •  12 de Junio de 2012  •  9.990 Palabras (40 Páginas)  •  548 Visitas

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DESARROLLO

Autor:

Inca Garcilaso de la Vega:

Caracteres del Renacimiento en España

Aspectos políticos- sociales

El siglo XVI va a constituirse para toda la Europa culta en el apogeo de una nueva mentalidad gracias al resurgimiento de ideas que desde la Edad Media habían sido casi totalmente desterradas, como el idealismo platónico, o parcialmente adoptadas, como el realismo de Aristóteles.

Los más relevantes pensadores, sin diferencias de nacionalidad o confesión religiosa, volverán a practicar el credo filosófico del idealismo en lo político, lo social y lo artístico, con un sentido de renovación y de nueva vida, impulsado por un grupo florentinos iniciadores del Renacimiento.

La síntesis renacentista concilia la ciencia con la fe, al deslizar su centro de atención hacia el hombre y su mundo cultural y físico.

Humanismo y Renacimiento serán los grandes valores, en la historia del pensamiento occidental, que canalizarán la fusión de tendencias aparentemente contrapuestas. La armonización de los ideales, creencias y conocimientos, reali¬zada con especial sabiduría, permitió el surgimiento de nue¬vos tipos de sociedades, de nuevos juicios y de inimaginables tecnologías. En la literatura se crearon obras perdurables, como las de Fray Luis de León en la lírica, y las de Cer¬vantes en la prosa y el teatro.

La fuerza que caracterizó a los espíritus del Renacimiento, y el afán por mantener un criterio independiente frente a las orientaciones dogmáticas, hizo que se ventilaran nuevas expresiones tanto en lo estético como en el ámbito de lo social. En este sentido, el empobrecido concepto de autori¬dad mantenido en el período anterior —la Edad Media— adquirirá otros matices. El monarca seguirá ejerciendo su poder, pero el absolutismo político, a la luz de las tendencias renacentistas, se transformará en protección orientada hacia el bienestar de todos los súbditos; comienza a aspirarse a la armonía social mostrada en las utopías de Platón y San Agustín.

En la época en que se difunden estas ideas surge la figura de Carlos V, emperador de Alemania, quien al incorporar el reino de España a sus dominios toma el nombre de Carlos I.

El reinado de Carlos I

Durante el reinado de Carlos I, España alcanza un esplendor político sin parangones. La expansión territorial comienza a través de las guerras desatadas contra Fran¬cisco I de Francia, en la segunda década del siglo xv. Cuatro campañas extenuaron a la monarquía francesa hasta que, en 1525, la batalla de Pavía —importante triunfo de las filas españolas— determina la rendición de Francisco I y, como lógica consecuencia, el vencedor extiende sus fronteras políticas. Las intenciones imperialistas de Carlos I se abren hacia distintos frentes: contra los otomanos en el Este, y contra los reformistas en los estados del Norte.

A la hegemonía europea, que el emperador fue paulatinamente conquistando después de prolongadas luchas, se sumaban las expediciones americanas emprendidas por aquellos súbditos más ansiosos de aventuras y riquezas: México y gran parte de Centro y Sudamérica ya pertenecían a la corona española a través de las audaces incur¬siones de Hernán Cortés, Francisco Pizarro y Diego de Almagro.

Un segundo viaje de exploración realizado en 1526 desde Panamá por los dos últimos conquistadores citados los acerca a los dominios incaicos; la posesión definitiva se logrará, sin embargo, cinco años después. Para ese enton¬ces el Tahuantinsuyo, como llamaban los indios al inmenso imperio, acentuaba su decadencia. Las luchas civiles que encendieron las ambiciones de los hermanos Huáscar y Atahualpa, deseosos de asumir individualmente el gobierno absoluto, deterioraron considerablemente la economía y la sociedad incaica que habían conocido épocas de plenitud con monarcas anteriores.

Esa situación permitió a los conquistadores aprovecharse hábilmente de ambos bandos. Atahualpa murió condenado a la hoguera por Pizarro que, ya seguro de su superioridad sobre los indios, llegó por primera vez al legendario Cuzco, capital del agonizante imperio, el 15 de noviembre de 1533. Allí coronó a Manco Inca, otro hermano de Huáscar, después de hacerlo declarar vasallo del rey de España. Pero la adhesión del nuevo gobernante incaico no fue incondicional. Indignado por la explotación despiadada de los indios por parte de los conquistadores, encabezó una rebe¬lión sofocada casi de inmediato.

La ambición de poder y riqueza, incubada desde el principio, fue un elemento catalizador que favoreció la forma¬ción de grupos antagónicos entre los mismos conquistadores. Se enciende un prolongado período de luchas desde 1537 hasta más allá de la segunda mitad del siglo. Estas guerras civiles influyeron profundamente en el proceso de coloni¬zación, y a la vez fomentaron odios y actitudes desleales que solían acompañarse de abultadas recompensas.

A la metrópolis peninsular llegaba parte de las riquezas que los españoles adquirían a través del despojo del oro v la plata descubiertos en templos y palacios de los anti¬guos emperadores incaicos, y de los tributos en especies que cobraban a los indios después de las cosechas. Para controlar con mayor eficacia tanto los ingresos como la conducta excesivamente rigurosa de los colonizadores, Car¬los I creó el Virreinato del Perú en 1542.

Si bien los cambios no fueron totalmente positivos, los virreyes consiguieron pacificar el territorio, completar la evangelización e iniciar obras edilicias que aún se mantienen en Lima y otras ciudades de la república peruana.

La corte de Felipe II

En una pomposa ceremonia realizada en Bruselas, en 1555, Carlos I abdicó el trono en favor de su hijo Felipe II. Este decidió hacer de España un poderoso estado y sólido bastión católico. El absolutismo monárquico, apoyado por las incipientes ideas proclamadas a través de pensadores y hombres de leyes, tiene en el nuevo emperador su más decidido exponente. En efecto, Felipe H sostuvo una cons¬tante y ceñida atención en todos los aspectos del gobierno, especialmente en lo religioso. Para conseguir la unidad es¬piritual de todo su reino, de acuerdo con su concepto de ser un príncipe providencialmente destinado por Dios para apoyar y difundir la primacía de la Iglesia católica, acentuó más aún su vigilancia sobre los posibles "herejes" y los conversos dudosos que existían en buen número entre los moros de las provincias andaluzas.

Felipe II amplió además

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