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LA RELACIÓN AUTOR-LECTOR EN LOS PRÓLOGOS DE MUSEO DE LA NOVELA DE LA ETERNA DE MACEDONIO FERNÁNDEZ


Enviado por   •  29 de Mayo de 2012  •  2.317 Palabras (10 Páginas)  •  924 Visitas

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LA RELACIÓN AUTOR-LECTOR EN LOS PRÓLOGOS DE MUSEO DE LA NOVELA DE LA ETERNA DE MACEDONIO FERNÁNDEZ

Novela cuya existencia fue novelesca por tanto anuncio, promesa y desistimiento de ella, y será novelesco un lector que la entienda. Tal lector se hará célebre, con la calificación de lector fantástico. Será muy leído, por todos los públicos de lectores, este lector mío.

Macedonio Fernández. Museo de la Novela de l Eterna.

Desde luego, yo no soy ese lector al que Macedonio hace referencia en el epígrafe. Desde luego, no seré leído ni mucho menos célebre. Mi objetivo es más bien modesto. Entender a Macedonio tal vez no lo sea. Por eso, tan sólo intentaré describir las categorías que él mismo crea en los prólogos a “Primera Novela Buena”.

Escribiré este ensayo basándome únicamente en los prólogos con los que Macedonio introduce su obra Museo de la Novela de la Eterna. Por lo tanto, entraremos en el juego de las múltiples categorías de lectores que ensaya Macedonio. Yo mismo, quizás no sepa en qué categoría de lector estaré ubicado, según los esquemas caprichosos de mi autor a analizar.

Desde el inicio de esta obra, Macedonio prologa y prologa. Y en cada nuevo prólogo, desafía al lector. Lo desafía a tenerle paciencia, puesto que no es fácil ser un lector macedoniano. Trepado en un novelesco pedestal, un pedestal inventado, juega con los ánimos, con las emociones, con la posibilidad de que su lector abandone definitivamente o definitivamente se introduzca de lleno en la obra. Y el autor sabe que es nuevo en esto. Que nadie más lo hizo o intentó hacer. Por ello, es un crecimiento, una evolución. Para ambos, para Autor y para Lector.

Autor y Lector son complementos, alter egos, otredades que se unen, se atraen y repelen al tiempo. Macedonio sabe que no habría novela sin él. Y él sabe que no sería personaje sin Macedonio. El prólogo, especie de género redescubierto por este autor, puede amoldarse a todos los géneros restantes. Puede ser prosa literaria, quizás un cuento (como la Historia de la Cocinera), un poema o prosa lírica (Descripción de La Eterna). Puede ser un ensayo explicativo (Prólogo de la Indecisión, Prólogo Metafísico), o un diálogo (Un Personaje antes de estrenarse), una carta, casi siempre dirigida a su lector y, en su totalidad, el conjunto de los prólogos podría ser una novela autónoma a la de la Eterna.

Macedonio describe a su lector como a un personaje principal en su prosa. Le dedica líneas y líneas para crearlo, recrearlo, pensarlo, digerirlo, destruirlo y reivindicarlo. Lo categoriza, le da múltiples posibilidades. De este modo, surge una reciprocidad, un juego, propio de este autor. Macedonio engaña al lector: “Ahora no podré más tenerte contento. Te he adelantado ya todas las postergaciones que logré combinar; no tengo más prólogo hasta después de la novela. Cuánto me oprime el empeño artístico en que me he comprometido.” Un lector engañado, pues Macedonio amaga una y otra vez terminar la introducción para dar comienzo a la novela en sí, y a la vez, subrepticiamente, va creando otra novela a espaldas del lector: “La prólogo-novela, cuyo relato se hace a escondidas del lector en los prólogos”.

Estimula y presiona al lector, porque el seguimiento de sus palabras, su obra, tiene que hacerse orgánicamente, con todos los sentidos puestos a prueba, y que genere las más variadas reacciones: “Novela de lectura de irritación: la que como ninguna habrá irritado al lector por sus promesas y su metódica de inconclusiones e incompatibilidades; y novela...(que) producirá un interesamiento en el ánimo del lector; que lo dejará aliado a su destino”.

Sorprende y a la vez emociona una preocupación tan profunda por lograr un contacto, una comunicación, una afluencia de sentidos, entre dos “elementos” opuestos y complementarios, como lo son tanto el autor como el lector. Existe una necesidad muy fuerte por llegar a su lector. Del mismo modo que un héroe no es tal sin su villano, sin su opuesto, el Autor “macedoniano” no puede existir, no se puede redescubrir sin el lector “macedoniano”: “Invito al lector a no detenerse a desenredar absurdos, cohonestar contradicciones, sino que siga el cauce de arrastre emocional que la lectura vaya pronunciando minúsculamente en él”.

Entonces, con esta presencia casi exclusiva del lector, y teniendo en cuenta la suerte de novela oculta en los prólogos, éste aparece como un personaje principal, un protagonista de esta obra extraña de Macedonio. Esta cuestión lleva a una contradicción: el lector se convierte en un personaje de ficción: “Yo quiero que el lector sepa siempre que está leyendo una novela, y no viendo un vivir, no presenciando ‘vida’. En el momento en que el lector caiga en la Alucinación, ignominia del arte, yo he perdido, no ganado Lector. Lo que yo quiero es muy otra cosa, es ganarlo a él de personaje, es decir, que por un instante crea él mismo no vivir. Esta es la emoción que me debe agradecer y que nadie pensó procurarle”. Con esto Macedonio logra el desdoblamiento del lector: el lector-real, y el lector-personaje.

Pero es algo más complejo, ya que el Autor los unifica y los parte a la vez: “Creo haber individualizado a quien me dirijo: al lector, y haberle conseguido la adjetivación total de su ser, después de tanta fragmentaria, y algunas falsas. ‘Querido’ lector no adjetiva a éste sino al Autor”.

El autor busca una experiencia única para el Lector. Por primera vez, el Lector dialoga consigo mismo, se lee a sí mismo y se lee participando en la Acción. Se permite opinar, enamorarse, vivir y no vivir, ser consciente en un estado de inconsciencia: “Adiós, también aquí, te diré, lector, no porque tú puedas jamás olvidarme, no lo podrás, es la novela que no puede olvidarse, sino porque soy una pobre novela, ardiente, pero flaca en sueño trémulo”

El Autor logra entender al Lector y ruega una experiencia única para éste, porque él muchas veces fue un lector decepcionado, alguien que no pudo comulgar como hubiera querido con la obra que tuvo en sus manos, y eso es lo que persigue para quien justamente lo convierte en novelista, aquel que lee: “ El autor profesa en este párrafo de novelista profesional, pero tiene derecho a rogar al lector crea un poco en los milagros de novelas, al menos como yo he consentido en creer durante muchos años, como lector de considerable número de ellas menos explicables y congruentes que la mía”

Pareciera que Macedonio, en muchas de sus lecturas, se sintió abandonado por el autor, desamparado, sin consuelo ni ayuda de ningún tipo, como si existiera un abismo

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