ClubEnsayos.com - Ensayos de Calidad, Tareas y Monografias
Buscar

La Historia Del Loco


Enviado por   •  14 de Octubre de 2013  •  3.577 Palabras (15 Páginas)  •  806 Visitas

Página 1 de 15

LA HISTORIA

DEL LOCO

John Katzenbach

Traducción de Laura Paredes

J o h n K a t z e n b a c h L a h i s t o r i a d e l l o c o

2

Querido lector,

En algún momento, a mitad del libro que estoy escribiendo, me viene de repente a la cabeza la idea

del siguiente proyecto; desconectada, inconexa y, a veces, sin venir a cuento. De modo extraño, las ideas

se me ocurren tal como a Francis Petrel, el protagonista y curioso narrador de La historia del loco.

Francis está, por supuesto, como una cabra. Pero yo, por fortuna, no.

El gran desafío al que se enfrentan todos los escritores de novelas de suspense consiste en cómo

distinguirse. A veces, da la impresión de que vivimos en un mundo donde la verdad está hecha a la medida

de la conveniencia; lo que hoy parece un hecho mañana puede convertirse en una pregunta. Se parece un

poco al mundo del hospital psiquiátrico donde mi personaje está recluido. Un lugar de delirios, fantasías y

alucinaciones, donde, en el fondo, algo muy malvado amenaza los delgados hilos de la vida.

—Por qué son tan distintos sus libros? —preguntó el mismo alumno. —No sé —contesté—. No me

gusta contar la misma historia una y otra vez.

Por lo menos, La historia del loco es diferente: la historia de un asesinato que transcurre en un

hospital a finales de la década de 1970 y que está narrada veinte años después, con lo que eso conlleva,

por un esquizofrénico que lo presenció todo. ¿Y qué es lo que recuerda? Atrapado en un mundo de sueños

alocados y pensamientos díscolos, Francis Petrel es el héroe más insólito que he creado, porque debe

luchar contra un asesino implacable a la vez que lucha contra sí mismo.

Espero que La historia del loco le resulte una lectura tan absorbente como su escritura lo fue para mí.

Atentamente,

JOHN KATZENBACH

J o h n K a t z e n b a c h L a h i s t o r i a d e l l o c o

3

ÍNDICE

Primera parte ........................................................................................4

EL NARRADOR POCO FIABLE ......................................................4

Segunda parte.....................................................................................66

UN MUNDO DE HISTORIAS .........................................................66

Tercera parte ....................................................................................236

PINTURA AL LÁTEX BLANCA ..................................................236

J o h n K a t z e n b a c h L a h i s t o r i a d e l l o c o

4

PRIMERA PARTE

EL NARRADOR POCO FIABLE

Ya no oigo mis voces, de modo que ando un poco perdido. Sospecho que sabrían contar mucho

mejor esta historia. Por lo menos, tendrían opiniones, sugerencias e ideas definidas sobre lo que debería ir

al principio, al final y en medio. Me indicarían cuándo añadir detalles, cuándo omitir información superflua,

qué es importante y qué es trivial. Después de tanto tiempo, no recuerdo muy bien las cosas y me resultaría

muy útil su ayuda. Pasaron muchas cosas, y me cuesta saber dónde situar qué. Y a veces no estoy seguro

de que algunos incidentes que recuerdo con claridad ocurrieran de verdad. Un recuerdo que parece sólido

como una piedra, acto seguido me resulta tan vaporoso como una neblina. Ése es uno de los principales

problemas de estar loco: nunca estás seguro de las cosas.

Durante mucho tiempo creí que todo había empezado con una muerte y terminado con otra, como un

buen par de sujetalibros, pero ahora ya no estoy tan seguro. Quizá lo que realmente puso todo en

movimiento tantos años atrás, cuando yo era joven y estaba loco de verdad, fue algo más insignificante o

más efímero, como unos celos ocultos o una rabia reprimida, o más universal y permanente, como la

posición de las estrellas en el cosmos, la fuerza de las mareas o el movimiento rotatorio del planeta. Sé que

algunas personas murieron, y yo tuve la suerte de no unirme a ellas, lo que fue una de las últimas

observaciones que hicieron mis voces antes de abandonarme para siempre.

Ahora, en lugar de su agotadora cacofonía, tengo medicamentos para prevenir su regreso. Una vez al

día tomo diligentemente un psicotrópico, una pastilla oblonga de color azul que me deja la boca tan seca

que, cuando hablo, sueno como un viejo fumador empedernido o como un sediento desertor de la Legión

Extranjera que ha cruzado el Sahara y suplica un sorbo de agua. Le sigue de inmediato un elevador del

ánimo de sabor amargo para combatir la esporádica depresión perversa y suicida en la que, según dice mi

asistente social, es probable que me suma en cualquier momento con independencia de cómo me sienta.

De hecho, creo que podría entrar en su despacho dando botes de alegría y exaltación por el rumbo positivo

de mi vida, y ella seguiría preguntándome si he tomado la dosis diaria. Esta pastillita cruel me estriñe y me

hincha por retención de líquidos, como si llevara puesto un manguito de medir la tensión arterial ceñido en

la cintura en lugar del brazo izquierdo. Así que tengo que tomar un diurético y también un laxante para

aliviar esos síntomas. El diurético me provoca una migraña terrible, como si alguien especialmente cruel me

golpeara la frente con un martillo; combato ese efecto secundario con analgésicos con codeína mientras

corro hacia el lavabo para resolver el otro. Y, cada dos semanas, me inyectan un potente agente

antipsicótico en el ambulatorio, donde me bajo los pantalones ante una enfermera que siempre sonríe de la

misma forma y me pregunta en un tono idéntico cómo estoy, a lo que yo contesto que bien, tanto si lo estoy

como si no, porque tengo bastante claro, incluso a través de las diversas nieblas de la locura, de cierto

cinismo y de los fármacos, que le importa un comino pero lo considera parte de su trabajo. El problema es

que el antipsicótico, que me impide toda clase de conducta maligna o despreciable, o al menos eso me

dicen, también me produce un ligero temblor en las manos, como si fuera un nervioso defraudador que se

enfrenta a un inspector de Hacienda. También me provoca un ligero rictus en las comisuras de los labios, de

modo que tengo que tomar un relajante muscular para impedir que la cara se me convierta en una máscara

que asuste a los niños del vecindario. Todos estos mejunjes me recorren

...

Descargar como (para miembros actualizados)  txt (22 Kb)  
Leer 14 páginas más »
Disponible sólo en Clubensayos.com