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La Rebelión de Los Colgados (película)


Enviado por   •  6 de Mayo de 2013  •  1.832 Palabras (8 Páginas)  •  614 Visitas

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La Rebelión de Los Colgados (película)

Los siguientes fragmentos los seleccioné de la novela "La Rebelión de los colgados". No tienen desperdicio.

Los indios no ignoraban que la vida en la finca les sería menos dura; pero preferían quedarse en su tierra árida, seca (...), y vivir su vida precaria, con la agonía constante de ver destruidas sus cosechas, a perder la libertad, aun cuando a cambio de su servidumbre se les hubiera ofrecido el Edén. Preferían morir de hambre libres, independientes, a engordar bajo las órdenes de un amo. Si se les hubiese preguntado el porqué de su elección, habrían contestado lo mismo que la vieja negra de Luisiana, esclava en su juventud, antes de la guerra de secesión. Entonces eran sus amos quienes debían de preocuparse por su existencia; ella comía tanto como quería. Ahora vivía en una choza miserable y lavaba la ropa de sus vecinos para poder vivir, sin saber jamás si podría comer al día siguiente, si se vería obligada a robar para vivir y si la meterían en la cárcel. Un día en que le preguntaron: "Pero vamos a ver, vieja, ¿es que no vivías mejor cuando eras esclava?", contestó: "Sí, antes vivía mejor; pero ahora soy feliz, porque no es el estómago lo único que hace feliz al hombre."

No debía culparse a los rebeldes por sus ideas de muerte y destrucción. Jamás se les había dado libertad de expresión y toda posibilidad de comunicación y de consulta les había sido negada. Nunca nadie se había aproximado a ellos para hablarles de economía o de política. No había periódico que se atreviera a criticar los actos del dictador, ni a los trabajadores llegaba nunca libro alguno que pudiera darles una idea de cómo mejorar su situación sin recurrir a la destrucción y a la matanza.

Los que no pertenecían al grupo del dictador debían escuchar y callar. Los obreros, los campesinos, las gentes humildes se hallaban privadas de todo derecho y tenían un solo deber: obedecer. La obediencia ciega les era inculcada a fuerza de fuetazos y llegaba a formárseles una segunda naturaleza. En dondequiera que los derechos se encuentren sólo en manos de unos cuantos y las obligaciones pesen sobre la masa a la que no le sea dado ni levantar la voz para criticar, acabará por reinar el caos inevitablemente.

No era sólo el dictador el que decretaba. Los grandes industriales, los banqueros, los señores feudales, los terratenientes tenían determinados deberes para asegurar la dominación del dictador. Pero esos grandes personajes tenían algunas veces algo que decretar y no lo hacían por sí mismos, sino que obligaban al Caudillo, al dictador, a decretar lo que les venía en gana. De esa manera podían encadenar al pueblo apoyando sus actos en las leyes. De haber decidido por sí mismos, el pueblo se habría enterado de que la única función del Caudillo era llenar los bolsillos de los poderosos, en tanto que dictando al dictador lo que debía decretar, los derechos de éste se decían expedidos en interés del Estado, y era así como muchos patriotas cándidos y sinceros eran engañados.

Si los muchachos hubieran propuesto a los patronos discutir sus diferencias pacíficamente, éstos les habrían dado su respuesta envuelta en plomo, pues el solo hecho de que un asalariado propusiera el examen y la discusión de su situación era considerado ya como un crimen contra el Estado. Y un crimen también era el de permitir a los trabajadores hacer cualquier proposición. El único derecho de los trabajadores era el de trabajar duro y obedecer. Eso era todo. Lo demás era cosa del dictador y de su camarilla, a quienes pertenecía por entero el derecho a mandar y de criticar.

Así pues, no era salvajismo el que impulsaba a los indios al asesinato y al pillaje. Sus hechos no podían ser tomados como hechos de crueldad porque sus adversarios, sus opresores, eran cien veces más salvajes y más crueles cuando de salvaguardar sus intereses se trataba.

Los periódicos proclamaban que la viejo no lo tirarían tan fácilmente, pues millares de criaturas favorecidas por él y entusiastas lo impedirían. Esas entusiastas criaturas no defendían al Caudillo, sino a sus frijoles, y cuando de defender los frijoles se trata, el ardor es más grande que cuando se trata de defender a un dictador. Y cuando el dictador busca a sus amigos, encuentra vacíos los rincones que ocupaban sus cantores.

Después de leer los diarios, Martín Trinidad comentó:

- En el fondo, nada de esto nos interesa, nadie se ocupa de nosotros y no hay quien esté de nuestro lado para ayudarnos. Así, pues, para conquistar nuestra tierra y nuestra libertad es necesario que luchemos solos. Si en final de cuentas queda uno de nosotros y ése puede cultivar en paz su tierra, nuestra lucha no habrá sido inútil. Nosotros no hemos venido al mundo para obedecer, para ser sumisos y recibir malos tratos. No, muchachos, nosotros vivimos en la tierra para ser libres; pero si queremos ser libres debemos ganar nuestra libertad todos los días. El que se siente a descansar sobre su libertad de un momento, en menos de una semana se verá privado de ella. Yo sé lo que les digo, camaradas, la libertad puede perderse el mismo día que se celebre su conquista. No piensen que serán libres por el hecho de que su libertad se escriba en letras de molde y sea consagrada por la ley, por la Constitución o por lo que ustedes quieran.

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