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Max Weber: "el Político"


Enviado por   •  5 de Febrero de 2014  •  3.787 Palabras (16 Páginas)  •  304 Visitas

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Myriam Ibarra

Universidad Autónoma de Nuevo León

Facultad de Filosofía y Letras

Colegio de Sociología

El político y el científico

Max Weber

Enero 31, 2014

Apuntes

El político

*No dejó jamás de subrayar que la política no tenía nada que hacer en las aulas, repitió continuamente que las virtudes del político son incompatibles con las del hombre de ciencia.

*No se puede ser al mismo tiempo hombre de acción y hombre de estudio sin atentar contra la dignidad de una y otra profesión, sin faltar a la vocación de ambas. Pero pueden adoptarse actitudes políticas fuera de la universidad, y la posesión del saber objetivo, aunque no indispensable, es ciertamente favorable para una acción razonable.

*la ciencia que él concibe es aquella que es susceptible de servir al hombre de acción, del mismo modo que la actitud de éste difiere en su fin, pero no en su estructura, de la del hombre de ciencia. El hombre de acción es el que, en una coyuntura singular y única, elige en función de sus valores e introduce en la red del determinismo un hecho nuevo.

La política como vocación

¿Qué entendemos por política? Por política entenderemos solamente la dirección o la influencia sobre la dirección de una asociación política, es decir, en nuestro tiempo, de un Estado. Dicho Estado solo es definible sociológicamente por referencia a un medio específico que él, como toda asociación política, posee: la violencia física. “Todo Estado está fundado en la violencia”.

Política es la aspiración a participar en el poder o a influir en la distribución del poder entre los distintos Estados o, dentro de un mismo Estado, entre los distintos grupos de hombres que lo componen.

Quien hace política aspira al poder; al poder como medio para la consecución de otros fines (idealistas o egoístas) o al poder “por el poder” para gozar del sentimiento de prestigio que él confiere.

El Estado es aquella comunidad humana que, dentro de un determinado territorio (el “territorio” es elemento distintivo), reclama (con éxito) para sí el monopolio de la violencia física legitima. Lo específico de nuestro tiempo es que a todas las demás asociaciones e individuos solo se les concede el derecho a la violencia física en la medida en que el Estado lo permite. El Estado es la única fuente del “derecho” a la violencia.

La violencia no es naturalmente, ni el medio normal ni el único medio de que el Estado se vale, pero sí es su medio específico.

El Estado, como todas las asociaciones políticas que históricamente lo han precedido, es una relación de dominación de hombres sobre hombres, que se sostiene por medio de la violencia legítima (es decir, de la que es vista como tal). Para subsistir necesita que los dominados acaten la autoridad que pretenden tener quienes en ese momento dominan.

Existen tres tipos de justificaciones internas, de fundamentos de la legitimidad de una dominación. En primer lugar la legitimidad del eterno ayer, de la costumbre. Es la legitimidad tradicional, como la que ejercían los patriarcas y los príncipes patrimoniales de viejo cuño.

En segundo término, la autoridad de la gracia “carismática” personal y extraordinaria, la entrega puramente personal y la confianza, igualmente personal, en la capacidad para las revelaciones, el heroísmo u otras cualidades de caudillo que un individuo posee. Es el de los Profetas o, en el terreno político, los jefes guerreros elegidos, los gobernantes plebiscitarios, los grandes demagogos o los jefes de los partidos políticos.

Por último, la legitimidad basada en la legalidad, en la creencia en la validez de preceptos legales y en la competencia objetiva fundada sobre normas racionalmente creadas, es decir, en la orientación hacia la obediencia a las obligaciones legalmente establecidas; una dominación como la que ejercen el moderno servidor del Estado y todos aquellos titulares de poder se asemejan a él.

Cuando se cuestionan los motivos de legitimidad de la obediencia nos encontramos siempre con uno de estos tres tipos “puros”. Estas ideas de la legitimidad y su fundamentación interna son de suma importancia para la estructura de dominación.

La dominación producida por la entrega de los sometidos al carisma puramente personal del caudillo. En ella arraiga, en su expresión más alta, la idea de vocación. La entrega al carisma del profeta, del caudillo en la guerra, o del gran demagogo en la Ecclesia o el Parlamento, significa, en efecto, que esta figura es vista como la de alguien que está internamente llamado a ser conductor de hombres, los cuales no le prestan obediencia porque lo mande la costumbre o una norma legal, sino porque creen en él. Y él si no es un mezquino, vive para su obra.

El caudillaje político surge primero en la figura del demagogo libre, aparecida en el terreno del Estado-Ciudad. Lo decisivo en esta empresa es el género de medios auxiliares que los políticos tienen a su disposición. Toda empresa de dominación que requiera una administración continuada necesita la orientación de la actividad humana hacia la obediencia a aquellos señores que se pretenden portadores del poder legítimo y también el poder de disposición, gracias a dicha obediencia, sobre los bienes que, sean necesarios para el empleo del poder físico: el equipo de personal administrativo y los medios materiales de la administración.

El cuadro administrativo que representa hacia el exterior a la empresa de dominación política, no está vinculado con el detentador del poder por esas ideas de legitimidad sino por dos medios que afectan directamente al interés personal: la retribución material y el honor social.

Para el mantenimiento de toda dominación por la fuerza se requieren ciertos bienes materiales externos. Todas las organizaciones estatales pueden ser clasificadas en dos grandes categorías según el principio que obedezcan. En unas el equipo humano con cuya obediencia ha de contar el titular del poder posee en propiedad los medios de administración, consistan éstos en dinero, edificios, material bélico, parque de transporte, etc.; en otras, el cuadro administrativo está separado de los medios de administración, en el mismo sentido en que hoy en día el proletario o el empleado están separado de los medios materiales de producción dentro de la empresa capitalista.

A la asociación política en la que los medios

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