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Quien Se Llevo Mi Queso


Enviado por   •  15 de Diciembre de 2012  •  4.899 Palabras (20 Páginas)  •  312 Visitas

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En un país muy lejano en el que vivían cuatro personajes. Todos corrían por un laberinto en busca del queso con que se alimentaban y que los hacía felices. Dos de ellos eran ratones, y se llamaban Fisgón y Escurridizo; los otros dos eran personitas, seres del tamaño de los ratones, pero que tenían un aspecto y una manera de actuar muy parecidos a los de los humanos actuales. Sus nombres eran Hem y Haw. Debido a su pequeño tamaño, resultaba difícil ver qué estaban haciendo, pero si mirabas de cerca descubrías cosas asombrosas.

Tanto los ratones como las personitas se pasaban el día en el laberinto buscando su queso favorito. Fisgón y Escurridizo, los ratones, aunque sólo poseían cerebro de roedores, tenían muy buen instinto y buscaban el queso seco y curado que tanto gusta a esos animalitos. Hem y Haw, utilizaban un cerebro repleto de creencias para buscar un tipo muy distinto de Queso, que ellos creían que los haría ser felices y triunfar. Por distintos que fueran los ratones y las personitas, tenían algo en común: todas las mañanas se ponían sus zapatillas deportivas, salían de su casita y se precipitaban oliendo hacia el laberinto en busca de su queso favorito.

El laberinto era un de pasillos y salas, algunas de ellas contenían delicioso queso. Pero también había rincones oscuros y callejones sin salida que no llevaban a ningún sitio. Era un lugar en el que les permitían disfrutar de una vida mejor. Para buscar queso, Fisgón y Escurridizo, utilizaban el sencillo pero ineficaz método del tanteo. Recorrían un pasillo, y si estaba vacío, daban vuelta y recorrían el siguiente. Fisgón olfateaba el aire con su gran hocico a fin de averiguar en qué dirección había que ir para encontrar queso, y Escurridizo se abalanzaba hacia allí. Como imaginarán, se perdían, daban muchas vueltas inútiles y a menudo chocaban contra las paredes. Sin embargo, Hem y Haw, utilizaban un método distinto que se basaba en su capacidad de pensar y aprender de las experiencias pasadas, aunque a veces sus creencias y emociones los confundían. Con el tiempo, siguiendo cada uno su propio método, todos encontraron lo que habían estado buscando: un día, al final de uno de los pasillos, en la Central Q, dieron con el tipo de queso que querían. A partir de entonces, los ratones y las personitas se ponían todas las mañanas sus prendas deportivas y se dirigían a la Central Q. Al poco, aquello se había convertido en una costumbre para todos. Fisgón y Escurridizo se despertaban temprano todas las mañanas, como siempre, y corrían por el laberinto siguiendo la misma ruta. Pero, al cabo de un tiempo, las personitas fueron cambiando de costumbres.

Hem y Haw se despertaban cada día más tarde, se vestían más despacio e iban caminando hacia la Central Q. Al fin y al cabo, sabían dónde estaba el queso y cómo llegar hasta él.

No tenían ni idea de la procedencia del queso ni sabían quién lo ponía allí. Simplemente suponían que estaría en su lugar. Todas las mañanas, cuando llegaban a la Central Q, Hem y Haw se ponían cómodos, como si estuvieran en su casa. Colgaban sus zapatillas, guardaban las zapatillas y se ponían las pantuflas. Como ya habían encontrado el queso, cada vez se sentían más a gusto.

-Esto es una maravilla -dijo Hem-. Aquí tenemos queso suficiente para toda la vida.

Las personitas se sentían felices y contentas, pensando que estaban a salvo para siempre.

Para sentirse más a gusto, Hem y Haw decoraron las paredes con frases e incluso pintaron trozos de queso que los hacían sonreír. Una de las frases decía: Tener queso te hace feliz

En ocasiones, Hem y Haw llevaban a sus amigos a ver los trozos de queso que se apilaban en

La Central Q. Unas veces los compartían con ellos y otras, no. -Nos merecemos este queso -dijo Hem-. Realmente tuvimos que trabajar muy duro y durante mucho tiempo para conseguirlo. -Tras estas palabras, cogió un trozo y se lo

comió. Después, Hem se quedó dormido, como solía ocurrirle. Todas las noches, las personitas volvían a casa cargadas de queso, y todas las mañanas regresaban, confiadas, a por más a la Central Q.

Todo siguió igual durante algún tiempo.

Pero al cabo de unos meses, la confianza de Hem y Haw se convirtió en arrogancia. Se sentían tan a gusto que ni siquiera advertían lo que estaba ocurriendo. El tiempo pasaba, y Fisgón y Escurridizo seguían haciendo lo mismo todos los días. Por la mañana, llegaban temprano a la Central Q y husmeaban, escarbaban e inspeccionaban la zona para ver si había habido cambios con respecto al día anterior. Luego se sentaban y se ponían a mordisquear queso. Una mañana, llegaron a la Central Q y descubrieron que no había queso. No les sorprendió. Como habían notado que las reservas de queso habían ido disminuyendo poco a poco, fisgón y escurridizo estaban preparados para lo inevitable e, instintivamente, enseguida supieron lo que tenían que hacer.

Se miraron el uno al otro, cogieron las zapatillas deportivas que llevaban atadas al cuello, se las calzaron y se las anudaron.

Los ratones no se perdían en análisis profundos de las cosas. Y tampoco tenían que cargar con complicados sistemas de creencias.

Para los ratones, tanto el problema como la solución eran simples. La situación en la Central Q había cambiado. Por lo tanto, Fisgón y Escurridizo decidieron cambiar. Ambos asomaron la cabeza por el laberinto. Entonces, Fisgón alzó el hocico, husmeó y asintió con la cabeza, tras lo cual, Escurridizo se lanzó a correr por el laberinto y Fisgón lo siguió lo más de prisa que pudo. Ya se habían puesto en marcha en busca de queso nuevo.

Ese mismo día, más tarde, Hem y Haw hicieron su aparición en la Central Q. No habían prestado atención a los pequeños cambios que habían ido produciéndose y, por lo tanto, daban por sentado que su queso seguiría allí. La nueva situación los pilló totalmente desprevenidos.

-¿Qué? ¿No hay queso? -gritó Hem-. ¿No hay queso? -repitió muy enojado, como si gritando fuese a conseguir que alguien se lo devolviera-. ¿Quién se ha llevado mi queso? -bramó, indignado. Finalmente, con los brazos en jarras y el rostro enrojecido de ira, vociferó-: ¡Esto no es justo!

Haw sacudió negativamente la cabeza con gesto de incredulidad. Él también había dado por supuesto que en la Central Q habría queso, y se quedó paralizado por la sorpresa. No estaba preparado para aquello. Hem gritaba algo, pero Haw no quería escucharlo. No tenía ganas de enfrentarse a lo que tenía delante, así que desconectó

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