ClubEnsayos.com - Ensayos de Calidad, Tareas y Monografias
Buscar

Trabajo, Consumismo Y Nuevos Pobres


Enviado por   •  1 de Julio de 2013  •  1.863 Palabras (8 Páginas)  •  1.627 Visitas

Página 1 de 8

I. La ética del trabajo.

Desde que hizo irrupción en la conciencia europea durante las primeras épocas de la industrialización, la ética del trabajo sirvió para desterrar el difundido hábito de evitar, en lo posible, las aparentes bendiciones ofrecidas por el trabajo en las fábricas. Los obreros tradicionalistas no le encontraban sentido a seguir trabajando o a ganar más dinero una vez cubiertas sus necesidades básicas. El objetivo era enseñarles a aspirar a una vida mejor y a adoptar las mismas actitudes que cuando ejercía espontáneamente su propio trabajo el artesano. El problema central era la necesidad de obligar a la gente al cumplimiento de tareas que otros les imponían y que carecían de sentido para ellos. La solución fue la instrucción mecánica dirigida a habituar a los obreros a obedecer sin pensar. La ética del trabajo era uno de los ejes en ese amplísimo programa moral y educativo, y las tareas asignadas formaban el núcleo de lo que más tarde se llamó progreso civilizado.

Se pensaba que la ética del trabajo resolvería la demanda laboral de la industria naciente y se desprendería de atender las necesidades de quienes, por una razón u otra, no se adaptaban a los cambios y resultaban incapaces de ganarse la vida en las nuevas condiciones. La ética del trabajo afirmaba la superioridad moral de cualquier tipo de vida con tal de que se sustentara en el salario del propio trabajo, por muy miserable que fuera. Así, se esperaba que, cuanto más se degradara la vida de esos desocupados, menos insoportable les parecería la suerte de los trabajadores pobres, los que habían vendido su fuerza de trabajo a cambio de los más miserables salarios. A pesar de limitar la asistencia a los sectores indigentes de la sociedad al interior de los poorhouses (hospicios para pobres) y de la abolición de ayuda externa a los pobres, no había gran diferencia entre el destino que esperaba a los que siguieron las instrucciones de la ética del trabajo y quienes rehusaban de hacerlo.

Para promover la ética del trabajo se recitaron innumerables sermones desde los púlpitos de las iglesias y se multiplicaron las escuelas dominicales para llenar las mentes de los jóvenes con reglas y valores adecuados. Pero en la práctica se redujo a la radical eliminación de opciones para la mano de obra, empujando a los trabajadores a una existencia precaria, manteniendo los salarios a un nivel tan bajo que apenas alcanzara para su supervivencia. La crueldad de las medidas adoptadas era vista como un aspecto indispensable de una cruzada moral; era un precio razonable a cambio de beneficios futuros.

II. Nueva sociedad: comunidad de consumidores

La tendencia a dejar de lado la ética del trabajo se profundizó en los Estados Unidos, y alcanzó un nuevo vigor al comenzar el siglo XX. Éste culminó en el movimiento de gestión científica iniciado por Frederick Winslow Taylor. Para él, el compromiso con el trabajo era estimulado con incentivos monetarios muy calculados. Ahora, en lugar de afirmar que el esfuerzo en el trabajo era el camino hacia una vida moralmente superior, se le promocionaba como un medio para ganar más dinero. Esta transformación provocó una nueva actitud: la tendencia a medir el valor de los seres humanos en función de esas recompensas económicas; y desplazó también las motivaciones hacia el mundo del consumo. La sociedad moderna dejó de ser una comunidad de productores para convertirse en otra de consumidores.

En la sociedad de consumo, la norma que se impone es la de tener capacidad y voluntad de consumir. Al contrario que en la sociedad industrial, en esta nueva comunidad la ausencia de rutina y un estado de elección permanente constituyen las virtudes y requisitos indispensables para convertirse en auténtico consumidor.

La perspectiva de construir, sobre la base del trabajo, una identidad para toda la vida ya quedó enterrada definitivamente para la inmensa mayoría de la gente. Este cambio no fue vivido como una amenaza existencial porque la preocupación sobre las identidades también se modificó. Sea cual fuere la identidad que se desee, deberá tener el don de la flexibilidad, porque las modas culturales irrumpen explosivamente y se vuelven anticuadas en menos tiempo del que les lleva a ganar la atención del público.

Solo colectivamente los productores pueden cumplir su vocación: la producción supone la cooperación entre los agentes y la coordinación de sus actividades. Con los consumidores pasa lo contrario: el consumo es una actividad esencialmente individual ya que es una actividad que se cumple saciando y despertando deseos, que es siempre una sensación privada. La estética del consumo gobierna hoy ahí donde antes lo hacía la ética del trabajo. Al trabajo se le juzga según su capacidad de generar experiencias placenteras; si no la tiene, carece de valor.

La perspectiva ética subraya la diferencia y eleva ciertas profesiones a la categoría de actividades fascinantes y refinadas capaces de brindar experiencias estéticas, al tiempo que niega todo valor a otras ocupaciones remuneradas que sólo aseguran la subsistencia.

La estratificación ya no consiste en limitar el periodo de trabajo al mínimo posible dejando tiempo libre para el ocio, sino en elevar el trabajo mismo a la categoría de entretenimiento máximo y más satisfactorio que cualquier otra actividad. De ahí que el trabajo como vocación se haya convertido en privilegio de unos pocos, ya que implica riesgos enormes y puede terminar en graves desastres emocionales.

III. El Estado Benefactor

En una sociedad de consumo, la vida normal es la de los consumidores, siempre preocupados por elegir entre la gran variedad de oportunidades. Como en cualquier comunidad, los pobres de esta sociedad no tienen acceso a una vida normal. Los ricos se transforman en objetos de adoración

...

Descargar como (para miembros actualizados)  txt (11.5 Kb)  
Leer 7 páginas más »
Disponible sólo en Clubensayos.com