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LA ADMINISTRACIÓN, UNA CUESTIÓN DE PALABRA


Enviado por   •  3 de Septiembre de 2012  •  11.450 Palabras (46 Páginas)  •  1.203 Visitas

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LA ADMINISTRACIÓN, UNA CUESTIÓN DE PALABRA

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Alain Chanlat y Renée Bédard

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“El comercio humano, antes de ser el justificador de los procedimientos contables y de las ciencias de los mercados, es una cuestión de palabra.” PIERRE LEGENDRE

Si pedimos a un dirigente o ejecutivo de empresa describir lo que hace a lo largo de su jornada de trabajo, responderá seguramente que invierte su tiempo en tomar decisiones, planificar, coordinar, controlar, dirigir, y que su éxito depende de la manera como él desempeñe cada uno de estos papeles. Su respuesta concordará sin duda con lo que siempre hemos leído en los libros de administración desde la época de Fayol. Él agregará además, que a menudo debe dedicar una parte importante de su tiempo a arreglar problemas humanos. Sin embargo, un estudio ya clásico de Henry Mintzberg3, que investigaciones posteriores no han hecho más que confirmar, muestra que la esencia de la función del dirigente es la de implicarse en una multitud de intercambios verbales con sus superiores, sus empleados, sus colegas de otras unidades administrativas y una gran cantidad de personas externas a su organización. Cada día se encuentra inmerso en un océano de palabras que acapara las dos terceras partes de su actividad profesional. Bajo esta perspectiva, el uso de la palabra se convierte en el instrumento de gestión por excelencia del dirigente y en el medio privilegiado para entrar en

Traducido del francés por Rodrigo Muñoz G., administrador de negocios de EAFIT y magister en Administración de

la Escuela de Altos Estudios Comerciales de Montreal (Canadá). 2 Alain Chanlat es magister y Ph.D. en Administración de George Washington University. Renée Bédard es Ph.D. en Administración de la Escuela de Altos Estudios Comerciales de Montreal (HEC). Ambos son profesores de administración de esta última escuela.

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2 relación con los demás y obtener resultados de ese intercambio. Pero, ¿qué sabe él de esta actividad, del lugar que ocupa en la vida humana y de las condiciones de su ejercicio para estar en capacidad de gerenciar correctamente por medio de la palabra? Nada o casi nada. No es de extrañar entonces que esos intensos intercambios verbales en el trabajo sean el origen de numerosas y fuertes tensiones psíquicas, generadoras de una gran variedad de sentimientos que desbordan la esfera puramente profesional. ¿Quién podría negar que muchas de las conversaciones de las personas en su vida privada se refieren a los encuentros y experiencias del día, a los hechos de los que se han enterado o a lo que otras personas han dicho de ellos? La importancia que el ser humano otorga a lo largo de su vida, a la manera cómo los demás se dirigen a él, revela implicaciones que superan en mucho “el esquema de la comunicación”, al cual se reduce habitualmente el habla en el medio administrativo: “Mientras la teoría administrativa siga trtando todos los problemas en la doble dependencia teórica y práctica de la racionalidad económica como norma suprema de la empresa, permanecerá incapaz de resolver correctamente el problema de

las relaciones humanas.” . Entonces, es necesario en primer término examinar lo que significa la utilización de la palabra por todo ser humano y describir los límites y las reglas a las cuales debe someterse, así como las posibilidades que ofrece. Seguidamente, será preciso examinar las fuerzas implícitas en la gestión, que oponen obstáculos o facilitan la calidad de los intercambios verbales. Este examen crítico de la situación prevaleciente en los lugares de trabajo, permitirá poner en evidencia las calidades humanas que un dirigente debe poseer y las habilidades que debe desarrollar para estar en capacidad de dialogar. Al final de esta visión panorámica, el lector habrá podido tomar conciencia de hasta qué punto la administración es una cuestión de palabra.

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EL ALCANCE DE LA PALABRA

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MINTZBERG, H. The nature of Managerial Work, New York, Prentice Hall, 1973. CHANLAT, A. y DUFOUR, M. La Rupture entre l’entreprice et les hommes. Montreal, Québec-Amérique, Paris, Editions d’organization, 1985, p. 419.

3 El pensamiento científico ha infringido varias heridas a la imagen narcisista que el hombre se había construido sobre su papel privilegiado en el cosmos. Galileo inicialmente, mostrando que la tierra era un planeta como tantos, hizo perder al hombre su lugar central en el universo. Más tarde, Darwin demostró que la especie humana había emergido del mundo animal y le arrebató de paso el estatus especial que había ocupado hasta entonces en el seno del mundo viviente. Freud le asesta un golpe mortal al demostrar

que sus comportamientos son más a menudo guiados por pulsiones inconscientes que sometidos al imperio de la razón. En los últimos años, los trabajo de etólogos han puesto en evidencia que muchas especies animales utilizan también herramientas, haciendo perder al “homo faber” uno de los rasgos que él creía poseer en exclusiva. Después de esta serie de avatares, ¿cuál especificidad le queda entonces aún al hombre? Pregunta crucial que condiciona toda indagación seria sobre la superioridad del género humano. Quizá la definición más contundente de hombre, es aquella propuesta por Georges Gusdorf: “el hombre es el animal que habla” . Todas las especies animales poseen códigos de señales más o menos elaborados para comunicarse, pero ninguna tiene acceso a un verdadero lenguaje, instrumento de las facultades, específicamente humanas, de la abstracción y la generalización,. El hombre es ante todo un “homo loquens”; construye su mundo a través del lenguaje y el espacio humano es en esencia un universo de palabras. Emile Benveniste constata que “es un hombre hablante el que encontramos en el mundo, un hombre que habla a otro hombre, y el lenguaje entraña la definición misma del hombre” . Con el lenguaje el hombre accede a la facultad de simbolizar, es decir, a la facultad de representar lo real por un “signo” y de comprender ese “signo” como representación de lo real. Es, por consiguiente, la facultad de establecer una relación de “significación” entre dos realidades distintas, una concreta, la otra abstracta. Ahora bien,

es de esta posibilidad de “manejar los signos de la lengua que nace el pensamiento” . Esta conquista decisiva sobre la facultad de abstracción dará al hombre la posibilidad de tomar posesión del universo

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