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Inteligencia Emocional En La Educación


Enviado por   •  13 de Febrero de 2013  •  3.841 Palabras (16 Páginas)  •  349 Visitas

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¿Qué se siente ser feliz?

¿Cómo sabes que lo que sientes es felicidad y no enojo?

¿Por qué deberíamos emplear tiempo en hablar de emociones cuando pareciera que lo más importante es lo que los alumnos saben?

¿Será que el compromiso de la educación es con el conocimiento y no con la felicidad personal o la armonía social?

Sucede que no importa cuánto sepa un alumno, las emociones descontroladas pueden tener más impacto en su vida y rebasar su conocimiento. En otras palabras, un alumno que tiene dificultades para controlar sus emociones (particularmente ante las múltiples situaciones de frustración que se enfrentan en la vida escolar) o que con frecuencia malinterpreta las emociones de los demás e incluso las suyas, no estará a salvo sólo por lo que sabe, una vez que salga del entorno académico (e incluso mientras siga dentro).

Sin duda, la educación se ha percibido por mucho tiempo como un ambiente “emocionalmente neutro”, más bien frío, cuya tarea es sólo transferir datos. No obstante, los estudios recientes indican que los niños no sólo aprenden por lo que se les dice, sino también por lo que ven y sienten por sí mismos. Howard Gardner puso el ejemplo al colocar la conciencia intrapersonal y las relaciones interpersonales en el mismo nivel que las habilidades lógico-matemáticas y verbal-lingüísticas. Daniel Goleman consideró este nuevo enfoque y analizó lo que él llama una Inteligencia Emocional.

Según Daniel Goleman, la Inteligencia Emocional (IE) se manifiesta en cinco áreas:

El autoconocimiento:

La capacidad de identificar los propios sentimientos, usándolos para tomar decisiones y resolver problemas, obteniendo satisfacción personal.

El control de las emociones:

La habilidad de controlar impulsos, calmar la ansiedad y encauzar la rabia. (Muchas veces, el hecho de odiar una actitud de una persona acaba confundiéndose con el odio hacia esa persona).

La auto motivación:

La capacidad de preservar y conservar un optimismo sereno, incluso en condiciones relativamente adversas.

La empatía:

La habilidad de ponerse en el lugar del otro, entendiendo o percibiendo sus sentimientos e intenciones no verbalizadas.

La capacidad de relacionarse bien:

La habilidad de “lidiar” con las reacciones emocionales de otras personas e interactuar con ellas.

Mucho se ha hablado desde entonces sobre IE, pero podría decirse que todo inicia con el respeto: respeto hacia mí como docente y respeto hacia mis alumnos, y entre ellos.

“Cuando tenía siete años, me desorientaba tener una maestra a quien yo no le caía bien. Nunca comprendí del todo cuál era el problema. No entendía qué había hecho mal o qué pasaba conmigo. Entre otras circunstancias, mi maestra de segundo grado insistía en llamarme Francis, aunque nadie me llamaba así. Además, pronunció mal mi apellido durante todo el año. Cualquiera que fuera el motivo, yo me sentía desvalorizado; pasé el año intentando desaparecer.”

La IE en el aula comienza con reconocer que el alumno es un ser individual y único; implica reconocer quién es y sus características especiales, y tenerlas en cuenta. El nombre de un niño es parte importante de su identidad y debe ser tratado con respeto. Poner sobrenombres a los alumnos será siempre contraproducente, incluso si ellos parecen no tener problema con ello.

Ahora bien, una vez que yo he hecho mi parte, debo ayudarlos a que aprendan a manejar sus sentimientos. Las cinco áreas que describe Goleman pueden trabajarse como se sugiere a continuación. Entender e interpretar adecuadamente las emociones propias y las de los demás es el primer paso necesario. Pida a sus alumnos que listen y clasifiquen por intensidad todas las emociones que conozcan. Es probable que varios de ellos no sean capaces de reconocer lo que sienten porque ignoran la palabra para describirlo. Cuando el rango de vocabulario no es muy amplio, en ocasiones los alumnos asignan las mismas descripciones a varias emociones diferentes; incluso puede ocurrir que los alumnos digan que experimentan emociones que no existen (por ejemplo, sentir “sinceridad”). Aprender nuevas formas de nombrar las emociones les permitirá identificar las diferencias sutiles. El aprendizaje por reflejo también suele ser útil en este nivel (¿qué piensas que siente el personaje de la historia en este momento?), ya que desarrolla la empatía de los alumnos y les permite conocer mejor la forma en que reaccionan ellos y en que podrían reaccionar otros ante las situaciones.

Ahora bien, no todo está en conocer una lista de palabras. Incluso cuando los alumnos conocen los diferentes sentimientos posibles, las emociones pueden llegar a ser abrumadoras. ¿Qué hacer cuando se experimentan sentimientos intensos o cuando las acciones o actitudes de otros afectan la forma en que nos sentimos? Ayude a los alumnos a no permitir que sus emociones los rebasen. El llanto, por ejemplo, puede fácilmente salir de control. La tendencia general es ofrecer un “distractor” para que el niño olvide por qué llora. Sin embargo, ayudarlo a entender la verdadera motivación del llanto le permitirá a él o ella controlarlo en un momento futuro. Invite a los niños a verbalizar sus emociones y analizarlas. En la mayoría de los casos, eso le permitirá a usted saber cómo abordar la situación más apropiadamente. Si la situación que el niño describe es grave o si usted no está en condiciones de abordarla, lo mejor es no abrir cajas de Pandora y referir al alumno a la persona apropiada.

El trabajo con emociones suele incluir lidiar con situaciones de frustración. Los alumnos deben aprender que está bien quererse a sí mismos, incluso cuando se está trabajando en mejorar lo que no nos gusta de nosotros, y que vale la pena esforzarse por lograr las cosas que se desean, a pesar de la adversidad que se enfrente. Note las variaciones abruptas en el desempeño escolar; hacerlo permitirá a los alumnos saber que usted está al tanto y que su interés en ellos va más allá del aula.

El respeto por uno mismo y por los demás necesita ser practicado no sólo en el currículum formal sino también en lo cotidiano. Sea consistente en lo que se enseña y en lo que se favorece en las actividades escolares no formales. Ofrezca oportunidades constantes para que los alumnos analicen sus emociones y ayúdelos a que, por sí mismos,

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