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Mito Del Eterno Retorno


Enviado por   •  3 de Septiembre de 2012  •  16.067 Palabras (65 Páginas)  •  833 Visitas

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EL MITO DEL ETERNO RETORNO

CAPÍTULO PRIMERO : ARQUETIPOS Y REPETICIÓN

EL PROBLEMA

En la mentalidad “primitiva” o arcaica, los objetos del mundo exterior, tanto, por lo demás, como los actos humanos propiamente dichos, no tienen valor intrínseco autónomo.

Una piedra será sagrada por el hecho de que su forma acusa una participación en un símbolo determinado, o también porque constituye una hierofanía, manifestación sagrada, posee mana, conmemora un acto mí¬tico, etcétera.

El objeto aparece entonces como un receptáculo de una fuerza extraña que lo diferencia de su medio y le confiere sentido y valor. Esa fuerza puede estar en su substancia o en su forma; transmisi¬ble por medio de hierofanía o de ritual.

Esta roca se hará sagrada porque su propia existencia es una hierofanía: incomprensible, invulnerable, es lo que el hombre no es. Resiste al tiempo, su realidad se ve duplicada por la perennidad. He aquí una piedra de las más vulgares: será convertida en “preciosa”, es decir, se la impregnará de una fuerza mágica o reli¬giosa en virtud de su sola forma simbólica o de su origen: “piedra de rayo”, que se supone caída del cie¬lo; perla, porque viene del fondo del océano. Será sa¬grada porque es morada de los antepasados.

Pasemos ahora a los actos humanos, naturalmen¬te a los que no dependen del puro automatismo; su significación, su valor, no están vinculados a su mag¬nitud física bruta, sino a la calidad que les da el ser reproducción de un acto primordial, repetición de un ejemplo mítico. La nutrición no es una simple opera¬ción fisiológica; renueva una comunión. El casamiento y la orgía colectiva nos remiten a prototipos míticos; se reiteran porque fueron consagrados en el origen, “en aquellos tiempos”, por dioses, “ante-pasados” o héroes.

En el detalle de su comportamiento consciente, el “primitivo”, el hombre arcaico, no conoce ningún acto que no haya sido planteado y vivido anteriormente por otro, otro que no era un hombre. Lo que él hace, ya se hizo. Su vida es la repetición ininterrumpida de gestas inauguradas por otros.

Esa repetición consciente de hazañas paradigmáti¬cas determinadas denuncia una ontología original, estudio de lo que hay. El producto bruto de la Naturaleza, el objeto hecho por la industria del hombre, no hallan su realidad, su identi¬dad, sino en la medida en que participan en una realidad trascendente. El acto no obtiene sentido, realidad, sino en la medida en que renueva una acción primordial.

LOS MITOS Y LA HISTORIA

Cada uno de los ejemplos citados en el presente capítulo nos revela la misma concepción ontológica “primitiva”; un objeto o un acto no es teoría real más que en la medida en que imita o repite un arquetipo, cosas que existen eternamente en el pensamiento divino.

Así, la realidad se adquiere exclusivamente por repeti¬ción o participación:, todo lo que no tiene un modelo ejemplar está “desprovisto de sentido”, es decir, carece de realidad. Los hombres tendrán, pues, la tendencia a hacerse arquetípicos y paradigmáticos. Esta tendencia puede parecer paradójica, en el sentido de que el hom¬bre de las culturas tradicionales no se reconoce como real sino en la medida en que deja de ser él mismo (para un observador moderno) y se contenta con imitar y repetir los actos de otro.

En otros términos, no se reco¬noce como real, es decir, como “verdaderamente él mismo” sino en la medida en que deja precisamente de serlo. Sería, pues, posible decir que esa ontología “primitiva” tiene una estructura platónica, y Platón podría ser considerado en este caso como el filósofo por exce¬lencia de la “mentalidad primitiva”, o sea como el pensador que consiguió valorar filosóficamente los modos de existencia y de comportamiento de la hu¬manidad arcaica. Evidentemente, la “originalidad” de su genio filosófico no desmerece por ello, pues el gran mérito de Platón sigue siendo su esfuerzo por justifi¬car teóricamente esa visión de la humanidad arcaica, empleando los medios dialécticos que la espiritualidad de su tiempo ponía a su disposición.

Pero nuestro interés no se dirige a ese aspecto de la filosofía platónica; apunta a la ontología arcaica. Reconocer la estructura platónica de esa ontología no nos llevará muy lejos. Mucho más importante es la segunda conclusión que se desprende del análisis de los hechos citados en las páginas precedentes, a saber, la abolición del tiempo por la imitación de los arque¬tipos y por la repetición de las hazañas paradigmáticas.

Un sacrificio, por ejemplo, no sólo reproduce exac¬tamente el sacrificio inicial revelado por un dios ab origine, al principio, sino que sucede en ese mismo momento mítico primordial; en otras palabras: todo sacrificio repite el sacrificio inicial y coincide con él. Todos los sacrificios se cumplen en el mismo instante mítico del Comienzo; por la paradoja del rito, el tiem¬po profano y la duración quedan suspendidos. Y lo mismo ocurre con todas las repeticiones, es decir, con todas las imitaciones de los arquetipos; por esa imita¬ción el hombre es proyectado a la época mítica en que los arquetipos fueron revelados por vez primera.

Percibimos, pues, un segundo aspecto de la ontología primitiva; en la medida en que un acto (o un objeto) adquiere cierta realidad por la repetición de los gestos paradigmáticos, y solamente por eso, hay aboli¬ción implícita del tiempo profano, de la duración, de la “historia”, y el que reproduce el hecho ejemplar se ve así transportado a la época mítica en que sobrevi¬no la revelación de esa acción ejemplar.

La abolición del tiempo profano y la proyección del hombre en el tiempo mítico no se producen natu¬ralmente, sino en los intervalos esenciales, es decir, aquellos en que el hombre es verdaderamente él mis¬mo: en el momento de los rituales o de los actos im-portantes (alimentación, generación, ceremonia, caza, pesca, guerra, etcétera). El resto de su vida se pasa en el tiempo profano y desprovisto de significación: en el “devenir”. Los textos brahmánicos ponen muy cla¬ramente de manifiesto la heterogeneidad de los dos tiempos, el sagrado y el profano, de la modalidad de los dioses ligada a la “inmortalidad” y de la del hom¬bre ligada a la “muerte”. En la medida en que repite el sacrificio arquetípico, el sacrificante en plena ope¬ración ceremonial abandona el mundo profano de los mortales y se

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