Sobre El Miedo Y La Ansiedad

SOBRE EL MIEDO Y LA ANSIEDAD

Dra. María Elena Sánchez

Médico Psiquiatra – Psicoterapeuta

¿Quién de nosotros no ha estado alguna vez en situaciones en las que nos hemos sentido abrumados por sensaciones desagradables e imprecisas de inquietud, agobio, zozobra y aprensión? Y cuando a estas sensaciones internas se agregan síntomas difusos como palpitaciones, boca seca, opresión torácica, falta de aire, sudoración en manos, cosquilleo en el estómago, frío en pies y manos, vértigo, tensión muscular…

Ay, entonces pensamos que algo muy malo está pasando en nuestros cuerpos y hasta en nuestra mente, pues experimentamos un fuerte sobresalto, una suerte de desespero inexplicable que nos hace temer por nuestro futuro inmediato.

Tales síntomas y sensaciones son producto tanto del miedo como de la ansiedad, emociones que son provocadas por nuestro sistema interno de vigilancia y alarma, la amígdala cerebral. El miedo se produce cuando percibimos un peligro real y objetivo ante un estímulo externo conocido. La ansiedad se presenta cuando percibimos un peligro potencial o percibimos estímulos ambiguos. La amenaza procede del mundo interno, es subjetiva. La ansiedad advierte de un peligro inminente y nos permite tomar acciones para manejar la situación.

La amígdala cerebral se activa ante la percepción de peligro o de amenaza, desencadenando una serie de mecanismos neuroquímicos y neurohormonales que disparan una reacción psico-fisiológica esencial para la supervivencia: la llamada reacción de alarma que alerta ante el peligro. Esta reacción, autónoma e involuntaria, nos pone en estado de alerta total y produce la energía necesaria para ejecutar las acciones inmediatas que nos permitirán escapar del peligro como luchar o huir o incluso quedarnos paralizados (en el miedo) o tomar medidas para detener la amenaza o disminuir sus consecuencias (en la ansiedad).

En un instante, la alarma en el cerebro involucra a todo el cuerpo: el ritmo cardiaco y la respiración se aceleran, aumenta la presión arterial, la sudoración y el lagrimeo; se erizan los vellos, se dilatan las pupilas, se agudizan los sentidos y funciones psíquicas como la atención, la concentración y la percepción del entorno también se incrementan. Nuestro cuerpo se prepara así para afrontar el peligro a la vez que intenta recabar toda la información posible para decidir el mejor curso de acción según sea la situación.

Si un animal salvaje nos ataca de pronto, nuestro cuerpo reacciona con la alarma y nos defendemos. Si alguien nos amenaza con un arma y creemos que nos va a matar, reaccionamos igual. Si cualquiera nos juega una broma pesada y nos da un susto de muerte, la reacción es la misma. Y si pensamos en algo horrible que puede pasarnos, o recordamos un evento catastrófico… aún si sólo imaginamos una escena donde nos anuncian una muy, pero muy mala noticia… la alarma se dispara y experimentamos igual los síntomas y sensaciones internas referidas. Y esto sucede porque para el cerebro, la percepción de peligro o de amenaza

...