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El libro de Amaya‑Amador


Enviado por   •  21 de Octubre de 2012  •  Ensayos  •  1.184 Palabras (5 Páginas)  •  515 Visitas

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Esta novela, como todas las de Ramón Amaya‑Amador, no es un ensayo estetizante. En la misma no se encontraran esfuerzos por crear un lenguaje novedoso, al estilo del que emplea el cubano Carpentier o el peruano Salazar Bondy. Todo lo contrario. El autor trabaja aquí con un vocabulario coloquial: el que se escucha en los mercados, las calles y los hogares más humildes de Honduras. Pero Amaya‑Amador hace eso, no porque se proponga elevar a una jerarquía estética dicho lenguaje, sino simple y sencillamente porque cuenta los hechos tal como éstos se dieron en la realidad, con el objeto de que sean conocidos así y no de otra manera. Los hechos, por lo tanto, no son utilizados como pretextos para comunicar propósitos que son única y exclusivamente del autor. En esta novela, como en la mayor parte de las que escribió el célebre hijo de Olanchito, los hechos valen por sí mismos y no son llamados a desempeñar el modesto papel de sirvientes de la docta creación literaria.

Tampoco hay en la obra ninguna novedad en cuanto a forma y estructura, al estilo de Lezama Lima o Cortázar. Amaya‑Amador no era un académico de las letras. Los ejercicios formales no figuraron jamás en sus preocupaciones de escritor. Por eso, si bien se mira, sus obras son algo así como rápidos cronicones sobre los hechos vividos personalmente o los conocidos en el contacto estrecho con los hombres, las mujeres y los niños de nuestra Patria. Para él lo importante no era cómo relatar sucesos reales o verosímiles, sino los sucesos mismos. ¿Con qué propósito? Simple y sencillamente para fijarlos como vivencias del pueblo al que perteneció y de la época en que le tocó vivir. Si alguna definición literaria se puede formular acerca de Ramón Amaya‑Amador, ninguna quizá le corresponda mejor que la de "cronista literario del pueblo hondureño".

Como hemos dicho, Cipotes es la crónica de la vida azarosa de los lustrabotas del Parque Central, sin más pretensiones que dejar constancia de una realidad existente en Honduras a lo largo de un determinado período de su evolución histórica. De esa manera, en un porvenir no muy lejano, cuando, por el advenimiento de una verdadera revolución social, hechos como los descritos sólo sean un triste recuerdo, las nuevas generaciones podrán conocer el pasado doloroso de donde proceden. Se trata, pues, de algo así como de una fotografía o una pintura sobre el drama de los niños que lustran zapatos en la Plaza Morazán, trabajo que aún ejercen, pero que dejarán indudablemente de hacerlo cuando el pueblo hondureño, dirigido por su clase obrera, imponga un nuevo orden social. Precisamente uno de los personajes de la obra, afirma indignado: "¡Maldita injusticia, que nos ahoga por todas partes! ¡No es posible que esto sea eterno! ¡La quebraremos!"

El libro de Amaya‑Amador nos pinta un hecho brutal, frecuentemente olvidado en la sociedad donde vivimos: los niños que se dedican a ese trabajo van a él no porque lo deseen o porque les agrade arrodillarse frente a quienes llevan zapatos lujosos, mientras ellos andan con los pies desnudos. En realidad, como dice el autor: "dentro de cada caja de lustrar zapatos hay una tragedia humana". En efecto, por lo general se trata de familias que pierden el padre, bien porque muere en un accidente de trabajo, en una riña callejera o porque simplemente abandona el hogar. A partir de ese momento, los niños ya no pueden ir a la escuela y deben incorporarse a cualquier actividad para aportar algunos centavos a la casa. Lustrar

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