Adición al ensayo del pan

CARTA A SALVADOR NOVO

Apreciable maestro, me resultó de mucho agrado la lectura de su Antología del pan, y coincido con usted que el pan es “tan antiguo como el hombre mismo”, porque desde hace más de seis mil años que el desarrollo tecnológico de los antiguos egipcios, les permitió el descubrimiento la utilidad de la levadura para la cocción de éste manjar.

El tema del pan me apasiona por mi filiación de tacubayo. Resulta que con la llegada de los españoles a la Cuenca de México, trajeron consigo la añoranza por la comida de la Madre Patria, incluyendo su gusto por los derivados del trigo. Para la molienda del cereal en harina, Hernán Cortés ordenó que en la zona de Atlacuihuayan (nombre náhuatl de Tacubaya) se construyeran los primeros molinos de este Continente, por ser una zona regada por numerosos ríos que bajaban de los cerros del lado poniente del lago de Texcoco (Río Becerra, Río Tacubaya, Río San Fernando, Río de la Piedad, etc.). De la fuerza motriz del agua de Tacubaya nació la tradición panera de nuestra tierra. De allí pal´real, hemos incorporado a la tradición del maíz la de la harina, suma y síntesis del sincretismo cultural que nos caracteriza como nación.

Y es que la bondad del migajón la llevamos infiltrada en la médula de nuestros tuetanitos. Cosa muy notoria en el lenguaje. Desde el cotidiano albur hasta el sofisticado refrán. Porque ¿quién no ha alardeado su fálica virilidad con la dimensión de un virote; o tanteado la beldad femenina con un exquisito biscocho o una soberbia panocha? Dese infantes sabemos que los maderos de San Juan, piden pan y no les dan, y adultos aprendemos que llegamos a este valle de lágrimas con nuestra torta bajo el brazo, y que si a alguien no le gusta nuestra andar que con su pan se lo coma.

Como buen mexicano, me despido de usted con una canción y deseándole se saboree su rico pan de muerto: “Concha divina, preciosa chilindrina, te trenzas pueblerina, me gustas a la mar”.

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