ClubEnsayos.com - Ensayos de Calidad, Tareas y Monografias
Buscar

Alejandro Magno


Enviado por   •  3 de Julio de 2013  •  4.033 Palabras (17 Páginas)  •  300 Visitas

Página 1 de 17

El Libro de Alexandre.

alejandro Magno nació en el mes de julio del año 356 a.C. en Macedonia, entonces un pequeño reino situado en la parte continental noroeste de la península griega, donde su padre, Filipo, era el rey. A él se debía la sorprendente transformación de su país semibárbaro en una potencia militar temible, que llenó de intranquilidad a los cultos habitantes de la ciudades-estado de la Grecia peninsular, especialmente Tebas y Atenas. Filipo, que en su adolescencia había vivido en Tebas, conoció allí el sistema de la falange tebana, y de regreso a Macedonia la perfeccionó hasta convertirla en la «falange macedónica», formidable máquina humana de guerra.

Dispuesto a hacerse dueño de toda Grecia, Filipo se enfrentó con las ciudades-estado, tomando como pretexto la protección de los santuarios de Apolo y Delfos. También Demóstenes, orador ateniense, le combatió con famosos discursos (Filípicas) en los que alentaba a los griegos contra la supremacía macedónica, pero de nada le sirvió su elocuencia, pues, declarada la guerra, Atenas y Tebas sufrieron una espantosa derrota en la batalla de Queronea (338 a.C.). Filipo reunió después un congreso en Corinto donde fue proclamado con el título de de toda la Hélade. Dos años más tarde (336 a.C.) fue asesinado por un noble macedonio llamado Pausanias.

Muerto Filipo, Alejandro fue rey de Macedonia y de toda Grecia. Tenía veinte de años de edad y reunía en él la elegancia, cultura y sabiduría griegas (su maestro había sido el filósofo Aristóteles), y el coraje y destreza macedonios. Adiestrado en el arte de la guerra por su padre, resultaría un genial estratega. Por otra parte, llevaba en sus venas la sangre ardiente de su madre, Olimpia, princesa del Épiro, bella, inteligente, temperamental y ambiciosa. A la herencia genética de su madre Olimpia, se debía, tal vez, la manifestación de tres cualidades (ansia de gloria), (deseo incontenible por lo misterioso, lo desconocido, lo inexplorado) y (desmesura y ambición insaciables).

Iniciado su reinado, tuvo que enfrentarse con las rebeliones de Tebas y Atenas, sublevadas a la muerte de Filipo. Con Atenas empleó su talento de diplomático, pero con Tebas se comportó inmisericorde, arrasó la ciudad y vendió como esclavos a sus habitantes. Luego, regresó a Macedonia y se dispuso a cumplir su más ferviente deseo: liberar Grecia del yugo persa.

Alejandro deseaba una Grecia libre y señora de sus destinos y para conseguirlo la Hélade no podía ser un conjunto de pequeños estados, era precisa una unión de todos los helenos. Una vez que consiguió esa unión, con la única excepción de los espartanos, Alejandro se dispuso a iniciar su gran aventura.

En la primavera del año 334 a.C. cruzó el Helesponto con un ejército de 35.000 hombres entre infantes y jinetes. Ante las ruinas de Troya hizo un sacrificio a los dioses, conmovido por el recuerdo de aquella guerra inmortalizada por Homero en la Ilíada, que Alejandro conocía de memoria. Cerca de la antigua Ilión tuvo lugar su primera batalla contra los persas, la del río Gránico (334 a.C.). Allí derrotó a Memnón, fue su primera victoria en tierras de Oriente. De ahí en adelante nunca sería vencido.

En Asia Menor comenzó el acoso del poderoso ejército persa, cien veces mayor que el suyo, compuesto por gentes de distintas razas, costumbres y usos, aunque falto de jefes capaces de con trarrestar el genio militar de Alejandro.

En Persia reinaba Darío III Codomano, un hombre débil y bondadoso, prototipo de monarca decadente, irresoluto y cobarde, y Alejandro, después de la batalla del Gránico, se dirigió hacia el sur, bordeando las costas del Egeo. En su marcha fue ocupando las ciudades de Éfeso, Sardes y Mileto, varias de ellas simpatizantes de los griegos. Mientras tanto, Darío reunía un ejército colosal.

En noviembre del 333 a.C., los dos ejércitos se enfrentaron, cerca de Isso, en la costa egea. Las disciplinadas falanges de Alejandro, bien concertadas con los jinetes macedonios, arrollaron por segunda vez al colosal ejército persa.

Presa del pánico, el rey Darío huyó antes de que la batalla estuviese decidida. Tras de sí dejó cientos de carros cargados de riquezas y a su madre, esposa e hijos. Sin embargo, Alejandro se comportó lleno de gentileza y generosidad con las cautivas, pero, cuando más tarde Darío envió emisarios con grandes sumas para el rescate de la familia real persa, Alejandro rechazó el canje, ya que se consideraba el amo de Persia y sólo admitía la sumisión total del imperio.

Prosiguió el avance hacia el sur, Tiro, Sidón y Gaza cayeron en su poder y, finalmente, entró en Jerusalén.

En el otoño del año 332, Alejandro entra en Egipto, donde es recibido como libertador, y en la desembocadura del Nilo funda la primera ciudad que llevará su nombre: Alejandría. Peregrina al oasis de Siwa, donde existía un templo muy venerado consagrado al dios Amón, y allí sus sacerdotes le recibieron con todo honor.

Mientras tanto, Darío había reclutado un numerosísimo ejército y se produjo el nuevo enfrentamiento entre los dos bandos. En la llanura de Gaugamela, cerca de Arbela, en octubre del 330 a.C. se encontraron los dos ejércitos. Alejandro, según su costumbre, rompió las filas enemigas montando en su caballo Bucéfalo; las falanges macedónicas le siguieron, avanzando sobre el ejército persa. Por segunda vez Darío huyó, pero esta vez los nobles persas le asesinaron esperando ganarse con esa traición el favor de Alejandro. Luego las principales ciudades persas abrieron sus puertas al vencedor: Babilonia, Ecbatana y Persépolis.

Empezó entonces una política de unificación de las culturas griega y persa. Alejandro dejó a los gobernantes y príncipes persas en posesión de sus tierras, manifestando su respeto a su religión y costumbres, incluso alentó los matrimonios de sus soldados y generales con mujeres persas, dando él mismo ejemplo al casarse con Roxana, princesa sogdiana, y, más tarde, con Estatira, hija mayor de Darío.

Sin embargo, los soldados de Alejandro empezaban a estar descontentos, ya que, vengada la humillación de Grecia y conquistado el imperio persa, deseaban volver a sus hogares. Los soldados fueron convencidos, pero los hombres más próximos a Alejandro se sentían agraviados y resentidos porque los nobles persas vencidos eran tratados igual que los griegos, además Alejandro había adoptado costumbre e indumentarias persas. El descontento produjo conspiraciones muy graves que cortó con mano dura, ajusticiando los sediciosos.

Finalmente decidió avanzar hasta los límites de la tierra conocida y llegar hasta donde ningún hombre había llegado jamás. En el 327 comenzó su última campaña: la expedición a

...

Descargar como (para miembros actualizados)  txt (23.8 Kb)  
Leer 16 páginas más »
Disponible sólo en Clubensayos.com