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Bestiarios Y Otros Relatos Sobre Animales: El León Como símbolo Y Personalidad.


Enviado por   •  16 de Noviembre de 2012  •  5.872 Palabras (24 Páginas)  •  690 Visitas

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Un animal feo o aterrador - al igual que un ser humano feo o aterrador - nunca carece totalmente de algunas cualidades atractivas.

(Durrell, 1994, p. 5)

Aún antes de crearse la escritura, los animales ya eran parte de las actividades vitales e imaginativas de los hombres. En las paredes de las cavernas fueron plasmados con todo el realismo del hombre que pretendía cazarlo, alimentarse con su carne y vestirse con su piel. Primero el animal era imaginado, invocado y exorcizado. El instinto acercaba al hombre y al animal, y la magia permitía al hombre dominarlo, atrapar su instinto de supervivencia y matarlo. Durante la era cuaternaria también lo representó en los huesos y en la piedra caliza, como un fetiche o estatuilla mágica.

Con la aparición de las primeras civilizaciones se observa que pronto la figura del animal se volvió muy común en los objetos de uso ritual . Se le representó en los mangos de bastón, en las empuñaduras de cuchillos, se le pintó en las vasijas y se erigieron grandes estatuas con figuras zoomórficas. Las primeras culturas otorgaron carácter divino a ciertos animales. Eran comunes las estatuas y pinturas con motivos zoomorfos. Y, en sus relatos mitológicos, las divinidades estaban relacionadas con fieras o animales domésticos que podían tener proporciones extraordinarias, cualidades fantásticas o podían ser reveladores de un enigma o de un poder especial

Diversos objetos de uso cotidiano tomaban la forma de animales, de manera que lo que se llama arte mobiliar, era ricamente decorado con figuras zoomórficas y a su vez se convertía en objeto de decoración; mientras, objetos de uso ritual también tomaban aspecto animal, demostrando así la intrínseca relación del mundo natural y las creencias religiosas.

Los pueblos que desarrollaron sistemas calendáricos y de adivinación por medio de la observación de los astros, dieron a sus estrellas, a sus planetas, a sus constelaciones y a sus ciclos, años o períodos de tiempo, nombres de animales. Es el caso de algunas culturas pre-colombinas , como los Aztecas, se representó, en el “Calendario” de piedra, al Sol como centro, con el rostro de Tonatiuh, que a los lados tenía las manos con

garras de águila que estrujan los corazones humanos, porque el sol es concebido por los aztecas como un águila que por las mañanas, al ascender al cielo, se llama Cuauhtlehuánitl, “el águila que asciende”, y por la tarde se llama Cuauhtémoc, “el águila que cayó”,... (Caso, 1981, p. 47).

Alrededor de esta figura están los cuatro soles anteriores al actual, uno de ellos el sol de tigre. Los días son representados con signos cuya parte superior es la cabeza de un lagarto. Dos dragones encierran el círculo del calendario, son dos serpientes de fuego que rodean al sol. Los años y las lunas llevan también nombre de animal, como por ejemplo la “Luna con conejo”.

El zodíaco chino está compuesto por doce figuras, todos animales. Se trata de un calendario lunar, que, según la tradición, se remonta al año 2637 a. C. Según la leyenda, Buda llamó a todos los animales a su presencia, cuando decidió abandonar el mundo. Sólo doce de éstos se presentaron y Buda, para premiar su fidelidad, dio el nombre de cada uno de ellos, a cada año, en el orden en el que se presentaron: Rata, Buey, Tigre, Conejo, Dragón, Serpiente, Caballo, Oveja, Mono, Gallo, Perro y Jabalí.

En el horóscopo occidental, sólo siete de los símbolos son animales: el carnero (Aries), el toro (Tauro), el cangrejo (Cáncer), el león (Leo), el escorpión (Escorpio), la cabra montés (Capricornio) y los peces (Piscis). Estos “animales estelares” fueron el producto de la imaginación de los hombres antiguos, quienes, uniendo con líneas imaginarias las estrellas, formaron figuras que les recordaron las formas de estas bestias .

En los mitos y leyendas, cuentos y relatos, fábulas y alegorías, parábolas, exiemplos y romances, aparecen como personajes, protagónicos o secundarios, animales; en otros, son incluidos como parte del ambiente natural que rodea al hombre, su modo de subsistencia y/o de enriquecimiento. En la mitología griega, los dioses del Olimpo estaban relacionados con ciertos animales, p. e. el dios Zeus tuvo por nodriza a la cabra Amaltea, la cual lo alimentó con su leche, y las abejas del Ida destilaron miel para él. Además, Zeus tenía la proteica cualidad de transformarse en el animal o cosa que deseara, especialmente para de obtener “los favores” de una mujer -diosa o mortal-. Así se transformó en cuclillo o cuco para conquistar a Hera, en toro para raptar a Europa, en águila para amar a Egina, en palomo para tener a Pita y en cisne para llegar hasta Leda. Zeus era simbolizado por el águila. Muchos monstruos y bestias pertenecían al mundo mítico de los griegos: Medusa con sus cabellos de serpientes, Escila con sus seis cuellos y seis cabezas con fauces y dientes de león, Caribdis, la Esfinge, los grifos, las harpías, las sirenas, los centauros, los sátiros, son sólo algunos de esos seres que poblaron el mundo fantástico de lo mitológico. En La Iliada, los dioses toman figuras zoomorfas o son comparados con los animales, en sus atributos más resaltantes, caso de la “ojigarza Atenea”. Entre las aventuras de Odiseo, una de las más interesantes es la que tiene con el cíclope Polifemo, pues la huida es lograda una vez que, habiendo cegado al gigante, él y sus hombres se adhieren a los vientres de los carneros a los que Polifemo deja salir a pastar, aunque los palpa uno a uno para que no se le escapen los cautivos. En algunos relatos los hombres se ven convertidos en animales, como castigo por haber retado a los dioses o haber realizado acciones malvadas, varios ejemplos podemos hallarlos en Las metamorfosis de Ovidio. Esopo creó fábulas en las que la moraleja aparecía al final, como resumen de lo que, con las acciones de los animales, que siempre representaban algún error o defecto humano, quería decir el autor. No sólo los fabulistas de la antigüedad se fijaron en los animales para simbolizar a los hombres y sus defectos, poetas de la llamada Comedia Antigua, como Aristófanes con “Las aves” y “Las ranas”, Eúpolis con “Las cabras” y Crates con “Los animales”, presentan la misma intencionalidad. Aún en nuestros días el animal puede representar esa caricatura, esa crítica, que del hombre, o de la sociedad, quiere hacer el autor. El rinoceronte de Ionesco o Las moscas de Jean Paul Sartre pueden ser algunos modelos.

Con estos ejemplos se ha intentado establecer la presencia de lo animal, de la bestia, en aspectos tan separados de la vida del hombre como lo son su actividad cotidiana, su religiosidad y hasta su personalidad. La intención, en esta oportunidad, es investigar acerca de uno de estos animales, perteneciente al horóscopo occidental, el león, y cómo se presenta en algunos Bestiarios y libros de relatos como El libro de los seres imaginarios de Borges, La oveja negra y demás fábulas de Augusto Monterroso, el Libro de los animales de Wilfredo Machado, el Bestiario de Juan José Arreola, El libro de las bestias de Ramón Llull, las fábulas de Esopo, Iriarte, Samaniego y Fenelón, y algunos otros libros de relatos sobre animales. La referencia obvia es a su carácter de animal (tanto en su aspecto real como imaginario), pero también a su simbología, su relación con el hombre y su carácter mágico, ritual y arquetípico. Sin embargo, lo que más interesará será el tratamiento que ha recibido esta fiera en algunos libros de fábulas y Bestiarios, principalmente en los enumerados anteriormente.

EL LEÓN

Y el león creyendo que su propia imagen era el otro león que buscaba para reñir con él, se echó al agua, y en ella se ahogó, en tanto que la liebre se puso a salvo...

Una de las bestias del zodíaco occidental, es el león, quinto signo que corresponde según Cirlot (1997) “a la fuerza solar, a la voluntad, al fuego y a la luz clara y penetrante que surge por el umbral de Géminis al dominio de Cáncer” (p. 278).

La leyenda lo enlaza con un héroe de la mitología griega, Heracles, al que los latinos llamaron Hércules. Según Grimal (1997) Heracles era perseguido con ensañamiento por Hera. Los manejos de la diosa lograron que éste tuviera que servir a su primo Euristeo, en los llamados “Doce Trabajos”. El primero de ellos fue liberar a la región de Nemea, de un terrible monstruo, hijo de Ortro y Equidna, hermano de la Esfinge de Tebas y nieto de Tifón. Este monstruo era un león que había sido educado por Hera o por Selene y que devoraba a los hombres y los ganados de la región. Vivía en una caverna que poseía dos entradas. Heracles le disparó sus flechas, pero no logró dañarlo. Amenazándolo con su maza lo obligó a entrar a la caverna. Selló las entradas y le dio alcance, ahogándolo entre sus fuertes brazos. Despellejó al animal y se vistió con su piel, y la cabeza se la colocó como casco. Heracles instituyó los juegos Nemeos en honor a Zeus, por haberle permitido salir vencedor de esta prueba y éste, complacido, decidió colocar al león entre las constelaciones para que la hazaña de su hijo fuese recordada siempre.

Según Mansall (1990) en el horóscopo, el signo de Leo tiene polaridad positiva, su elemento es el fuego y sus cualidades son fijas. Su planeta dominante es el sol y sus rasgos esenciales son el orgullo de sí mismo, la generosidad y la gracia, la exigencia consigo mismo, la apariencia extravagante, el amor a la diversión, sentir una gran necesidad de ser aprobados por los demás, tener una conciencia excesiva de sí mismo, la enorme presión y el deseo por mantener el control en todo momento y la necesidad de llegar a ser más. Siempre busca una imagen ideal de sí mismo. Vive en una aparente seguridad. Es voluntarioso, emprendedor y autoritario. En ocasiones carece de psicología y de tacto. Tiene un alto sentido de la organización y detesta la mezquindad. Pero otorga demasiada importancia a la estima que puedan proporcionarle los demás. Desea, sobre todo, y como consecuencia de sus actos, poder estimarse a sí mismo. Estos rasgos de la personalidad del león serán apreciados en el tratamiento que de esta bestia hacen los autores en las distintas obras seleccionadas.

Cirlot (1997) indica, acerca de la simbología del león, que éste está asociado con el oro y con el sol. Es “el símbolo arquetípico del valor, la nobleza y el espíritu emprendedor. Pero le gusta la comodidad tanto como a cualquier otro felino y se pasa gran parte del tiempo roncando en su guarida” (Enciclopedia de las cosas que nunca existieron, 1998, p. 31). Reina sobre los meses de verano, cuando la luna está en la posición más alta en el cielo.

En la Antigüedad varios pueblos le rindieron culto. En Egipto se pensaba que el león presidía las inundaciones del río Nilo, pues este fenómeno natural ocurría paralelamente a la entrada del sol en el signo zodiacal de Leo. Pero, en casi todas las culturas regidas por la adivinación y la contemplación de los astros, el león aparece relacionado con el sol, lo cual es continuado por la tradición medieval. El león es señalado como “Rey de los animales”, y sus oponentes son: el águila, señora del cielo, y el toro, que es representante de lo lunar. El león simboliza lo masculino, pertenece al elemento tierra, mientras el león alado es signo de fuego. Sin embargo ambos simbolizan lo solar. El león joven simboliza al sol naciente. El viejo, al ocaso. El león victorioso, la virilidad. El león salvaje, según Jung, el peligro de las pasiones que se esconden en el inconsciente.

Acosta (1995) señala que según San Isidoro, el nombre en griego del león, significaría “rey”, lo que explicaría, aparentemente, la asociación que se establece entre el león y el poder real.

Aunque el león sea un símbolo solar, presenta cierta ambigüedad, pues su carácter luminoso o lumínico, lo asocia con las fuerzas del bien, con lo diurno, con el poder y la majestad; sin embargo, como fiera que es, también se le asocia a la muerte, al mal, al adversario que debe ser vencido por el héroe, porque, en caso contrario, éste le puede devorar. Se le relaciona también, con el excesivo orgullo, la arbitrariedad y el poder desmedido.

En la simbología bíblica, aparece como imagen del demonio en varios libros como en los Jueces, los Salmos e Isaías, lo que recoge también San Agustín. Sin embargo, es también el símbolo de Cristo para los cristianos, y así lo demuestran varios escritos medievales sobre animales, caso de los Fisiólogos y los Bestiarios. El león es uno de los integrantes del Tetramorfos y aparece como compañero y símbolo de San Marcos. Destaca Borges (1985) que cada uno de los ángeles que aparecen en la visión de Ezequiel, tenían cuatro rostros: de hombre, de león, de buey y de águila. Según San Juan, en su Revelación, también cuatro animales-ángeles, rodeaban “El Trono” y el primero era semejante a un león, aunque tenía ojos adelante y atrás, en su cabeza, por lo que se asemejaría también al monstruo Argos de la mitología griega. Los evangelistas tomaron estos cuatro ángeles como sus símbolos, tocándole a Marcos el león, según San Gerónimo, porque destacó la dignidad real del Redentor.

Interesantes resultan también, los temores que tiene el león: al gallo, especialmente si es blanco (símbolo de la muerte de Cristo), y al carro. Entre sus enemigos, según los Fisiólogos, Bestiarios y algunas leyendas medievales, se encuentran el dragón o serpiente flamígera, la serpiente, el escorpión y el leontófono (animal fantástico que Plinio describe brevemente en su Historia natural). A veces aparece asociado y enfrentándose, al unicornio. Contrariamente, le es sumamente beneficioso el mono, pues cuando el león se siente enfermo, la carne de éste le cura de inmediato. Jamás come de la comida que otros han cazado, ni tampoco se alimenta de la carne del día anterior.

Según la alquimia, el león es el símbolo del azufre, aunque también existe un león rojo identificado con el oro, que, a su vez, es denominado “el león de los metales”.

Otros animales fantásticos y míticos, se le asemejan, o lo tienen como parte del híbrido que ellos conforman. La esfinge presenta cuatro naturalezas: rostro de humano (se le atribuía el de una mujer), cuerpo de toro -aunque, según Grimal (1997), su pecho era de león-, garras y cola leoninas y alas de águila o de ave de rapiña. En la Esfinge de Gizeh se aprecia monumentalmente, el rostro humano en un cuerpo de león.

La quimera tiene la parte anterior de su cuerpo, como un león, la central como de cabra y la final de serpiente. Se interpreta esto como cabeza de león, cuerpo de cabra y cola de serpiente, pero Hesíodo describe tres cabezas, una de cada animal. El grifo posee cabeza y torso de inmensa águila y un gran cuerpo de león, con una fuerza descomunal. El mantícora es descrito como un león rojo con rostro de hombre y tres filas de dientes, lo que lo asemeja al monstruo Escila de la mitología griega. Por último está el mirmecoleón, que es león en su parte anterior y hormiga en la posterior. Según los Bestiarios medievales, el padre era un león y la madre una hormiga. Hijo de esta dispar unión, su parte anterior es carnívora, como el padre. La posterior es herbívora, como la hormiga, y detesta la carne. Al no poder conciliar estas dos naturalezas, el león-hormiga muere de inanición irremediablemente.

El león es, como se ha podido apreciar, una figura con muchas y ricas significaciones: figura regia y de poder, pero también con ciertos rasgos de cobardía; figura solar y viril, pero también asociada al mal. Los distintos autores han tomado esta simbología del león, sumados a los rasgos propios de su animalidad, y dándole una personalidad propia a esta figura.

Esopo, en la antigua Grecia, nos presenta varias fábulas en las que es personaje principal. Para comentar se eligió La liebre y el león. Según esta fábula, el león ve una liebre dormida y cuando se preparaba a atacarla, ve un ciervo que le apetece más por ser más grande. Emprende la persecución, pero el ciervo es más rápido y se le escapa. Entre tanto, la liebre ha despertado y huye. El león deja de perseguir al ciervo, corre tras la liebre, pero ya está cansado y ésta se le escapa también. El mismo león se dice que tiene su merecido, pues dejó escapar la presa por ser ambicioso. La moraleja, al final del texto, dice “Quien mucho abarca poco aprieta”. En esta fábula se presenta una característica propia del león como bestia: su carácter carnicero y cazador, a la que se le suma un rasgo de la personalidad que no es propia del animal, su ambición. Este elemento pertenecería a la personalidad del hombre, y la intencionalidad del autor es hacer ver a éste la moraleja final: el mal que proviene de una ambición desmedida y de no saber apreciar lo que se tiene. Ésta es la estructura de casi todas las fábulas y relatos antiguos, el león es un pretexto para demostrar un defecto humano, generalmente vinculado con el exceso de poder, el orgullo, la ambición desmedida o la impulsividad. Estos rasgos se relacionan con el aspecto del león regio, señor de los animales, pero también carnívoro y más fuerte que la mayoría de las bestias.

Varios héroes y caballeros medievales de los siglos XII y XIII, están asociados a la figura del león como símbolo de su poder, valor y bravura. Tres de ellos son: El Cid Campeador quien tenía un león enjaulado, Ewayne o Yvain, de la corte del rey Arturo -quien se hacía llamar el Caballero del León porque, habiendo encontrado a uno de estos felinos en una de sus aventuras, lo ayudó y éste, agradecido, lo siguió fielmente en sus siguientes andanzas-, y Ricardo Corazón de León.

Ramón Llull escribe en la España de finales de la Edad Media, El Libro de las Bestias, en este libro se relata la elección del rey por parte de los animales. El León era el favorito, pero otros deseaban tal potestad, entre ellos el Buey, el Oso, el Leopardo y la Onza. Finalmente, es elegido rey el León. Su gran enemigo velado, el Zorro, se mantiene cerca, esperando la oportunidad de hacerlo caer, pues sabía que éste era un poco indeciso, como el mismo León lo dice: “Y como a un rey cuéstale mucho dirigirse a sí mismo, y a la vez gobernar al pueblo de que es rey, ruégoos me deis consejeros que me ayuden a llevar la carga, eligiéndolos tales, que sean la salvación mía y la de mis súbditos” (p. 17). El Zorro trata de traicionar al rey, utilizando a otros animales para él mantenerse al margen. Es de notar que los animales comunican lo que piensan, de una manera directa o indirecta, por medio de “exiemplos”. Varios de estos relatos tratan de lo que hacen los hombres, de esta manera los animales dan su opinión por medio de relatos sobre los seres humanos. Es notable este juego en el que ya no es el hombre el que da su opinión por medio de un relato de animales, sino una bestia el que opina a través de un relato sobre los hombres. La personalidad del Zorro, que llegó a convertirse en el portero del rey, es envidiosa y comienza a planificar la perdición del rey, envenenando la índole infiel del León y pintándole a la esposa del Leopardo como una criatura sin par. Al caer en la tentación se inicia un gran problema para el León, pues otra de sus características es no reconocer que ha fallado, mucho menos frente a sus súbditos. La traición del Zorro y de sus secuaces, el Conejo y el Pavón, fue descubierta. El León “dio un rugido espantoso, que recordándoles la superior pujanza del real poderío, influyese en su ánimo amedrentado mucho más que cuanto pudiera tenerles callados o remisos el temor al Zorro” (p. 85), y éstos confesaron. El León sin más, le quitó la vida al Zorro. Llull nos presenta una sociedad similar a la de los humanos, en la que un traidor puede manipular el ánimo de otros y, si la persona que ostenta el poder no tiene fuerza de voluntad y mayor seguridad en sí mismo, puede ceder a estas manipulaciones y engaños. La referencia al poder real y la confianza a veces ciega que los reyes depositaban en sus ministros y consejeros, es directa. La intencionalidad de Llull es bastante expresa y atiende a las necesidades de la sociedad de la época, camino al Renacimiento y a una visión de mundo distinta de la medieval.

Del siglo XVII es el francés Jean de La Fontaine. Uno de sus escritos es la fábula La corte del león en la que se narra la invitación que el príncipe león hizo a sus vasallos para mostrar su magnificencia, pero su palacio era un verdadero cementerio y el hedor que expelía hizo al oso taparse las narices. Sin más el león le dio muerte por considerarlo un gesto intolerable. El mono, creyendo que con adulaciones obtendría mejores resultados, consiguió igualmente la muerte. Tocó el turno a la raposa, y ésta excusándose por un fuerte resfrío, dijo que no sentía olor alguno en el palacio y así logró salvar la vida. Al final dice La Fontaine (1997): “Esta enseñanza puede que os importe; / No seáis ni bajos lisonjeros, / Ni en extremo sinceros, / Si queréis agradar en una corte” (p. 90). El rey león se nos presenta nuevamente, muy impulsivo, prácticamente infantil; no acepta críticas y es además violento. La intencionalidad de La Fontaine es representar estos rasgos de la corte de su época, con reyes excesivamente sensibles y afectados, alejados de la realidad que vivía su pueblo, la gente de su reino, por estar rodeados de cortesanos lisonjeros, que, justamente por esta hipersensibilidad del soberano, podían caer en desgracia con suma facilidad.

Samaniego, autor español del siglo XVIII, en su fábula El león, el lobo y la zorra, nos presenta la rivalidad existente entre estos dos últimos. El león envejecido, tiene a sus cortesanos al pie de su cama. El lobo propone a la zorra como médico de cabecera con la pretensión de comérsela, pero la zorra previendo esto, le dice al rey que su mal es sólo la vejez y que podrá recuperar su fuerza si se pone la piel de un lobo. De esta manera el lobo muere por la rapidez con la que la zorra intuyó sus intenciones. Es la fuerza enfrentada a la astucia. Nuevamente se nos presenta al león como un personaje muy dependiente de las manipulaciones y las palabras con doble intención de los que le rodean, especialmente la zorra, como ya Llull lo había presentado.

Monterroso, escritor guatemalteco de la contemporaneidad, en El Conejo y el León, cuenta que “Un célebre Psicoanalista” presenta al león como “el animal más infantil y cobarde de la Selva”, porque, según él y como lo hace ver en “su famoso tratado”, “ruge y hace gestos y amenaza al Universo movido por el miedo” (p. 11). Es notable la ironía de la inversión de los papeles, pues ya no son los otros (animales más pequeños y hombres) los que temen al león por sus rugidos y zarpazos, sino el león el que teme a los otros, y su modo de defenderse es el rugir y el dar manotadas. Desde el punto de vista del psicoanálisis, la actitud del león es defensiva. Es notable que casi todas las fábulas comentadas presentan a un león manipulado por los otros animales (“el león no es tan fiero como lo pintan”).

En El sabio que tomó el poder, el León es el rey y el Mono, envalentonado por sus ínfulas de ser el ancestro del hombre, llega a ser el secretario del rey. Pronto se percata de la injusticia que significaba que el León fuera el regente sólo por ser más fuerte y le propone un cambio de papeles. El Mono asume su potestad y el León es su secretario, pero, a todo lo que el nuevo rey proponía, el León respondía con un zarpazo. Pronto el Mono, malherido, ruega a su secretario que vuelvan a sus antiguas condiciones y así pudo salvar la vida. Si se observa la figura del león, éste, en realidad, no hace más acciones que bostezar aburrido, distraído, y dar un zarpazo. Es mostrado como un rey bastante desidioso, al que su fuerza mantiene en el poder. Es nuevamente el miedo, pero en el sentido tradicional, el que caracteriza al león: son los otros los que le temen porque el león no mide su fuerza ni su poder. En otro sentido, complementario, el rey no necesita ser inteligente ni versado, debe ser fuerte, poderoso, pero sí necesita consejeros como el Mono para que puedan equilibrar su gran poder y sus excesos, defecto o característica que aparece brevemente en El Búho que quería salvar a la humanidad, en el que se relata que el Búho se desvela meditando, entre otras cosas, “sobre las evidentes maldades que hacía el León con su poder” (p. 31). El león es el pretexto para reflexionar acerca del poder, tópico que se esconde tras el símbolo del león.

En El camaleón que finalmente no sabía de qué color ponerse, la presencia del león se hace más relajada y “humorística”: “Sólo el León que por entonces era el Presidente de la Selva se reía de unos y otros, aunque a veces socarronamente jugaba también un poco lo suyo, por divertirse.” (p. 36). En este relato es evidente la crítica a la hipocresía y a las máscaras, especialmente las usadas en la política. Precisamente son estos juegos de “quitaipón” de los hipócritas, que son la mayor parte de la sociedad, los que causan la confusión y obligan a una reglamentación poco menos que absurda. El León, ya no el rey de la Selva (la monarquía), sino el Presidente (democracia), lo que lo acerca a nuestro mundo contemporáneo y quizás a una evolución en el tipo de sociedad -irónicamente sigue siendo el gobernante del mundo de los animales-, no está exento de esa hipocresía social, aunque puede verla con cierto distanciamiento y puede burlarse un poco de los demás.

No siempre se encuentra una versión jocosa o divertida del león como la del relato anterior, lo que hace original esta visión de la fiera, pues, generalmente es descrito como un “monstruo”, como lo llaman a sus espaldas, la Vaca, la Cabra y la Oveja, en La parte del León. Los tres herbívoros, que se habían asociado al León para vivir tranquilamente, matan a un Ciervo y lo dividen en partes iguales. Al final se pelean por la parte del León, pues todas quieren quedarse con ella para el invierno, como les había enseñado la Hormiga (alusión a la fábula de Esopo). El León, sin preocuparse en lo más mínimo, se las comió a las tres. Dos aspectos se desprenden de la lectura: la imagen del león es la de un ser sin razonamiento alguno, totalmente irracional, categórico y de acción rápida y violenta, o más bien impulsiva, pura fuerza bruta. De nada sirven las declamaciones y declaraciones de derechos, que gritan las más débiles bestias, es el poderoso el que las domina y se las come “de una sentada” (p. 77). Además del humor negro y la ironía, se puede percibir cierto desaliento en este relato: el más débil o el más pequeño puede asociarse con el más fuerte, pero que ni se le ocurra retarlo o tratar de compararse con él, porque puede ser aplastado, así sea el más pequeño el que tenga la razón de su parte. Es una manera de ver la injusticia, pero también la bobería de aquéllos que, siendo menos fuertes (política, económica y/o militarmente) se asocian o se enfrentan con los que han desarrollado mucho más poderío.

El escritor W. Machado presenta en su relato El león bastardo, una personalidad de león original, se trata de un león romántico, que gusta de apartarse de la manada, al atardecer, y caminar melancólico por la llanura. Es un león que se refugia en una cueva para realizar actos quizás poco comprendidos por su grupo: pinta y se dedica a representar escenas de cacería en las paredes cavernosas. Pinta caballos, bisontes, mamuts y, de vez en vez, cazadores humanos con lanzas que persiguen leones, cuando en la realidad del relato son los leones los que cazan a los hombres. Este relato juega por medio de la ironía, a cambiar “la historia de la prehistoria”. No son ahora los hombres los que cazan a las bestias, más bien la raza humana es vista por los animales como una indefensa manada que se empezaba a reproducir “como ratas” (1994, p. 62). Es una perspectiva diferente de cómo es el orden de las cosas. Esa inversión puede tener un sentido crítico, además de irónico. La inversión de lo real puede hacernos pensar cómo sería nuestra vida si fuese otra especie la que nos cazara o la que se divirtiera a nuestras expensas. Se puede señalar también que el león ostenta un poder diferente de como había sido presentado por los otros Bestiarios y libros de animales. Aún siendo el más poderoso de los seres, inclusive más que el hombre que es mostrado como una criatura débil, el león reconoce la existencia de seres superiores, omnipresentes: los dioses. El hombre había encontrado en el fuego el origen de las divinidades, pero el león mismo, cuando pintaba al mamut tenía de éste una visión de algo sacro. No es un relato que represente al león como tradicionalmente se hacía. Se aparta de la manada, recuerda que ha matado algún hombre, junto a los otros, para divertirse, pero teme a la muerte o por lo menos al “cráneo que miraba a la noche desde las órbitas vacías” (p. 61). Quizá por esta tendencia del león a distanciarse de su grupo y a tener rasgos marcados de raciocinio, es llamado “león bastardo”. Bastardo significa ilegítimo, pero también espurio. Es decir que el león puede ser un hijo ilegítimo de su manada, lo que parece al ser distinto a los otros, a pesar de ser su Señor. Pero, si se entiende bastardo como corrompido y falso, entendemos por qué el león llama a los humanos del futuro de esta manera. Es un juego de temor e irrespeto, rabia y admiración, que el león no puede explicarse ni aceptar. En el lector se produce una sonrisa sardónica al imaginar al león pintando en las cuevas de Lascaux o de Altamira.

Como se ha podido apreciar en la mayor parte de los relatos comentados, el león es presentado en su doble faceta de animal fiero, rey de la selva o del bosque, que rige la vida y la sociedad de los otros animales, cuya majestad es envidiada por otras bestias, aunque su poder pareciera ser indiscutible y providencial; pero, es, además, manipulable porque gusta de escuchar palabras lisonjeras y se deja llevar por las opiniones de los otros, sin percibir, o sin percatarse, del poder que le otorga a malintencionados ánimos como el caso del zorro o del mono que son presentados como animales mucho más astutos que el león y capaces de jugar con su nobleza (o ingenuidad). Es, además, un ser cómodo que cuando “está despierto es una criatura magnífica, con sus ojos amarillos echando llamas como el sol y su melena brillando como si fueran sus rayos; pero no le gusta esforzarse y pronto vuelve bostezando hacia las sombras” (Enciclopedia de las cosas que nunca existieron, 1998, p. 31). Sin duda, la naturaleza creó un espécimen lleno de belleza, pero también de gran peligrosidad; tan antiguo, tan temible y tan venerado, que su efigie se encuentra en las muestras artísticas y culturales de las más antiguas civilizaciones. Es elevado a la categoría real y está ligado a la vida y a la muerte. Es una criatura a la que se le teme porque su instinto la lleva a atacar al hombre, sin embargo, su hermosura y ese mismo temor, lo han llevado a convertirla en deidad o en portadora de la voluntad de los dioses. Es una relación de veneración y odio a la vez.

Los Bestiarios, los libros de fábulas y otros libros de animales, presentan al animal en su aspecto simbólico, en su forma arquetipal, e inclusive en su cariz esotérico, tres tópicos que en la antigüedad formaban un mismo elemento. El león es un símbolo real, pero para un rey, qué deporte más regio podía haber que la cacería de leones, como lo hizo el legendario rey Asurbanipal. El león es también signo del mal. ¿Qué otra fiera más simbólica podían elegir los romanos para sacrificar a los primeros cristianos, considerados entonces como una secta peligrosa, en los circos?

En la figura del león se condensan dos rasgos de la psiquis, el orgullo que procede de su necesidad de ser el centro del universo, como si fuera el Sol, y una gran necesidad de ser aprobado por el entorno social, lo que resulta paradójico, pues en este tipo de carácter el que ostenta el poder lo delega en otros, prácticamente sin darse cuenta.

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