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Cuento Y Biografia


Enviado por   •  14 de Noviembre de 2013  •  3.860 Palabras (16 Páginas)  •  179 Visitas

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Abuelita

Hans Christian Andersen

Abuelita es muy vieja, tiene muchas arrugas y el pelo completamente blanco, pero sus ojos brillan como estrellas, sólo que mucho más hermosos, pues su expresión es dulce, y da gusto mirarlos. También sabe cuentos maravillosos y tiene un vestido de flores grandes, grandes, de una seda tan tupida que cruje cuando anda. Abuelita sabe muchas, muchísimas cosas, pues vivía ya mucho antes que papá y mamá, esto nadie lo duda. Tiene un libro de cánticos con recias cantoneras de plata; lo lee con gran frecuencia. En medio del libro hay una rosa, comprimida y seca, y, sin embargo, la mira con una sonrisa de arrobamiento, y le asoman lágrimas a los ojos. ¿Por qué abuelita mirará así la marchita rosa de su devocionario? ¿No lo sabes? Cada vez que las lágrimas de la abuelita caen sobre la flor, los colores cobran vida, la rosa se hincha y toda la sala se impregna de su aroma; se esfuman las paredes cual si fuesen pura niebla, y en derredor se levanta el bosque, espléndido y verde, con los rayos del sol filtrándose entre el follaje, y abuelita vuelve a ser joven, una bella muchacha de rubias trenzas y redondas mejillas coloradas, elegante y graciosa; no hay rosa más lozana, pero sus ojos, sus ojos dulces y cuajados de dicha, siguen siendo los ojos de abuelita.

Sentado junto a ella hay un hombre, joven, vigorosos, apuesto. Huele la rosa y ella sonríe - ¡pero ya no es la sonrisa de abuelita! - sí, y vuelve a sonreír. Ahora se ha marchado él, y por la mente de ella desfilan muchos pensamientos y muchas figuras; el hombre gallardo ya no está, la rosa yace en el libro de cánticos, y... abuelita vuelve a ser la anciana que contempla la rosa marchita guardada en el libro.

Ahora abuelita se ha muerto. Sentada en su silla de brazos, estaba contando una larga y maravillosa historia.

-Se ha terminado -dijo- y yo estoy muy cansada; dejadme echar un sueñito.

Se recostó respirando suavemente, y quedó dormida; pero el silencio se volvía más y más profundo, y en su rostro se reflejaban la felicidad y la paz; se habría dicho que lo bañaba el sol... y entonces dijeron que estaba muerta.

La pusieron en el negro ataúd, envuelta en lienzos blancos. ¡Estaba tan hermosa, a pesar de tener cerrados los ojos! Pero todas las arrugas habían desaparecido, y en su boca se dibujaba una sonrisa. El cabello era blanco como plata y venerable, y no daba miedo mirar a la muerta. Era siempre la abuelita, tan buena y tan querida. Colocaron el libro de cánticos bajo su cabeza, pues ella lo había pedido así, con la rosa entre las páginas. Y así enterraron a abuelita.

En la sepultura, junto a la pared del cementerio, plantaron un rosal que floreció espléndidamente, y los ruiseñores acudían a cantar allí, y desde la iglesia el órgano desgranaba las bellas canciones que estaban escritas en el libro colocado bajo la cabeza de la difunta. La luna enviaba sus rayos a la tumba, pero la muerta no estaba allí; los niños podían ir por la noche sin temor a coger una rosa de la tapia del cementerio. Los muertos saben mucho más de cuanto sabemos todos los vivos; saben el miedo, el miedo horrible que nos causarían si volviesen. Pero son mejores que todos nosotros, y por eso no vuelven. Hay tierra sobre el féretro, y tierra dentro de él. El libro de cánticos, con todas sus hojas, es polvo, y la rosa, con todos sus recuerdos, se ha convertido en polvo también. Pero encima siguen floreciendo nuevas rosas y cantando los ruiseñores, y enviando el órgano sus melodías. Y uno piensa muy a menudo en la abuelita, y la ve con sus ojos dulces, eternamente jóvenes. Los ojos no mueren nunca. Los nuestros verán a abuelita, joven y hermosa como antaño, cuando besó por vez primera la rosa, roja y lozana, que yace ahora en la tumba convertida en polvo.

FIN

Hans Christian Andersen

Nació en Odense, Dinamarca, el 2 de abril de 1805. Su familia era pobre y humilde. Con 14 años parte solo, casi sin medios, a Copenhague con la idea de probar suerte en el Teatro, su gran pasión junto a los libros y las historietas.

Tras tres largos años de penuria tuvo la suerte de que se cruzara en su camino el canciller Jonas Collin, el cual dándose cuenta de su talento le envía a una escuela de Slagelse para que reciba una instrucción formal.

Según palabras del propio Andersen, los años pasados en esta escuela fueron los más sombríos de su vida. Es en esta época cuando escribe su primera obra; En 1827 imprime de forma anónima El niño moribundo. Desde entonces comienza a cosechar éxitos literarios; sus poemas se publican en algunos de los principales diarios de la época y presenta su primer trabajo en prosa -Caminata desde el canal de Holinen hasta la punta oriental de Amager-y su primera obra de teatro y Amor en la torre de San Nicolás.

Entre 1833 y 1834 visita Francia e Italia. En 1835 publica el primer fascículo de los Cuentos de hadas, contados para los niños. Tan grande es la aceptación que tienen los cuentos que a esta primera colección siguen otras muchas, casi una por año, con obras tan conocidas como La sirenita, La pequeña vendedora de fósforos, Pulgarcita, El Patito Feo o La Reina de las Nieves.

Sin duda, sus cuentos, traducidos a más de 120 idiomas, han dado a Hans Christian Andersen una fama universal entre niños y adultos.

UNA EPOPEYA RECOMENDADA: EL PARAÍSO PERDIDO

"Canta, Musa Celestial, la primera desobediencia del hombre y el fruto de aquél árbol prohibido, cuyo gusto mortal trajo al mundo la muerte y todas nuestras desgracias, con la pérdida del Edén”…

“De una sola ojeada y atravesando con su mirada un espacio tan lejano como es dado a la penetración de los ángeles, vio aquel lugar triste, devastado y sombrío; aquel antro horrible y cercado, que ardía por todos lados como un gran horno. Aquellas llamas no despedían luz alguna; pero las tinieblas visibles servían tan sólo para descubrir cuadros de horror, regiones de pesares, oscuridad dolorosa, en donde la paz y el reposo no pueden habitar jamás, en donde no penetra ni aun la esperanza”.

“El abismo no tiene límites ni vacío, porque Yo soy el abismo; lo infinito está lleno de mí. Pero Yo, a quien nada puede contener, me retiro y no extiendo por todas partes mi bondad, que es libre de obrar o de no obrar: el Hado y la Necesidad en Mí no influyen: mi voluntad es el Destino”.

“Faltaba la obra maestra, el fin de todo lo que se había hecho; un ser que no anduviese encorvado, ni que fuera irracional como las demás criaturas, sino que, dotado de la santidad de la Razón, pudiera erguir derecha su estatura, y elevar su frente serena… Hagamos ahora al Hombre a nuestra imagen y semejanza, y tenga dominio sobre los peces del mar, y sobre las aves

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