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De la señora Moore y el eco en las cuevas de Marabar


Enviado por   •  30 de Noviembre de 2014  •  Ensayos  •  4.273 Palabras (18 Páginas)  •  182 Visitas

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De la señora Moore y el eco en las cuevas de Marabar

Rice, Anne Pandora

— 2 —

... pero el eco comenzó a minar de una forma indescriptible su dominio

sobre su vida. El eco, que se producía en un momento en que ella se

sentía fatigada, había murmurado: «Pathos, piedad, coraje [...], existen,

pero son idénticos, al igual que la podredumbre. Todo existe, nada

posee valor.»

E. M. FORSTER, Pasaje a la India

Vosotros creéis que existe un Dios. Hacéis bien: los demonios también

lo creen, y tiemblan.

Epístola General de Santiago, 2,19

Qué ridículo y qué extraño es aquel que se asombra de lo que ocurre en

la vida.

MARCO AURELIO, Meditaciones

Otra parte de nuestra misma creencia sostiene que muchas criaturas se

condenarán; por ejemplo los ángeles que cayeron en desgracia debido

al orgullo y que se convirtieron en demonios; y los hombres de la tierra

que mueren alejados de la fe de la santa Iglesia, concretamente los

paganos; y también aquellos que están bautizados pero llevan una vida

impía, y mueren sin amor; todos ellos se abrasarán en las llamas eternas

del infierno, como nos enseña la santa Iglesia. Por consiguiente, me

pareció imposible que todo saliera bien, tal como nuestro Señor me

estaba demostrando ahora. Yo no tenía una respuesta a esta revelación,

salvo ésta: «Lo que a ti te parece imposible, para mí no lo es. Cumpliré

mi palabra a rajatabla, y haré que todo salga bien.» Eso fue lo que me

reveló la gracia de Dios...

JULIAN DE NORWICH, Revelaciones del amor divino

Rice, Anne Pandora

— 3 —

1

No han pasado veinte minutos desde que me dejaste aquí, en el café, desde

que respondí «no» a tu petición; jamás escribiría para ti la historia de mi vida

mortal, jamás te contaría cómo me había convertido en un vampiro, cómo

había conocido a Marius pocos años después de que él hubiera perdido su vida

mortal.

Ahora estoy aquí con tu libreta abierta ante mí, utilizando una de las plumas

afiladas y eternamente cargadas de tinta que me dejaste, deleitándome con la

sensual sensación que me produce contemplar cómo la tinta negra se fija sobre

el costoso papel inmaculadamente blanco.

Nada más natural, David, que me dejaras algo elegante, una hoja que invita a

ser escrita. Esta libreta encuadernada en cuero negro y acharolado, adornada

con suntuosas rosas, sin espinas pero provista de hojas, un diseño que en

última instancia significa sólo diseño pero que demuestra una autoridad. Lo que

esté escrito debajo de esta recia y bella encuadernación contará, afirma esta

cubierta.

Las gruesas hojas tienen unas rayas azul pálido; eres muy práctico, muy

meticuloso, y probablemente sabes que ya casi nunca tomo la pluma para

escribir.

Hasta el sonido de la pluma posee su encanto, ese sonido rasposo como el de

las mejores plumas de ave en la antigua Roma que utilizaba para escribir en un

pergamino una carta a mi padre, cuando anotaba en un diario mis

lamentaciones...

Ah, ese sonido. Lo único que falta aquí es el olor de la tinta, pero tenemos una

estupenda pluma de plástico que no se secará hasta dentro de varios

volúmenes, con la que trazaré una marca negra tan hermosa y profunda como

quiera.

Estoy pensando en tu petición de que escriba mi historia. Creo que acabarás

por conseguirlo. Presiento que comienzo a ceder a tus deseos, casi como

cuando una de nuestras víctimas humanas se doblega ante nosotros,

comprobando, mientras fuera sigue lloviendo, mientras persiste la ruidosa

cháchara en el café, que quizás esto no resulte tan traumático como había

supuesto —el hecho de remontarme dos mil años—, sino casi un placer, como

el beber sangre.

Rice, Anne Pandora

— 4 —

En estos momentos persigo una víctima que no me resultará fácil de vencer: mi

pasado. Es posible que esta víctima huya de mí a una velocidad equiparable a

la mía. Sea como fuere, busco una víctima a la que jamás me he enfrentado.

Existe en ello la emoción de la caza, lo que el mundo moderno llama

investigación.

¿Cómo se explica si no el que contemple estos tiempos con tanta nitidez? Tú

no me has administrado una poción mágica para estimular mis pensamientos.

Para nosotros sólo existe una poción: la sangre.

«Lo recordarás todo», dijiste en cierto momento cuando nos dirigíamos hacia el

café.

Tú, que eres tan joven entre nosotros pero que eras tan viejo como mortal, y

tan erudito. Quizá sea natural que te hayas empeñado en recopilar nuestras

historias.

Pero ¿por qué tratar de explicar aquí esta curiosidad que te devora, este valor

frente a la verdad manchada de sangre? ¿Cómo has logrado convencerme de

que acceda a remontarme dos mil años exactamente, para referir mis días

mortales en la tierra, en Roma, y cómo me uní a Marius, y las escasas

probabilidades que tenía de vencer contra la Suerte?

¿Cómo es posible que unos orígenes que han permanecido enterrados durante

tanto tiempo, y que siempre me he negado a reconocer, afloren de golpe en mi

mente? Se abre una puerta. Brilla una luz. Pasa.

Me reclino en la silla del café.

Me pongo a escribir, pero me detengo y echo un vistazo a mi alrededor para

observar a las personas de este café de París. Veo los monótonos tejidos

unisex de esta época, la lozana joven americana con sus prendas militares

verde oliva, con todas sus pertenencias en una mochila que lleva colgada al

hombro; veo al viejo francés que acude aquí desde hace décadas con el simple

afán de contemplar las piernas y los brazos desnudos de las jóvenes, para

alimentarse de sus gestos como si fuera un vampiro, para esperar el exótico y

mágico momento en que una mujer se reclina en la silla y rompe a reír,

cigarrillo en mano, y el tejido de su blusa de fibra sintética se tensa sobre sus

pechos y se le marcan los pezones.

Ah, los viejos. Es un hombre de pelo canoso y lleva un abrigo caro. No

representa una amenaza para nadie. Vive sumido por completo en su mundo.

Esta noche regresará a su

modesto pero elegante apartamento, que mantiene desde la última gran guerra

mundial, y se entretendrá mirando

...

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