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Doña Barbara


Enviado por   •  25 de Noviembre de 2012  •  995 Palabras (4 Páginas)  •  423 Visitas

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En la parte más desierta y bravía del cajón del Arauca estaba situado el hato de Altamira, primitivamente unas doscientas leguas de sabanas feraces que alimentaban la hacienda más numerosa que por aquellas soledades pacía y donde se encontraba uno de los más ricos garceros de la región.

Lo fundó, en años ya remotos, don Evaristo Luzardo, uno de aquellos llaneros nómadas que recorrían –y todavía recorren– con sus rebaños las inmensas praderas del cajón del Cunaviche, pasando de éste al del Arauca, menos alejado de los centros de población. Sus descendientes, llaneros genuinos de «pata-en-el-suelo y garrasí» que nunca salieron de los términos de la finca, la fomentaron y ensancharon hasta convertirla en una de las más importantes de la región; pero multiplicada y enriquecida la familia, unos tiraron hacia las ciudades, otros se quedaron bajo los techos de palma del hato, y a la apacible vida patriarcal de los primeros Luzardos sucedió la desunión, y ésta trajo la discordia que había de darles trágica fama.

El último propietario del primitivo Altamira fue don José de los Santos, quien por salvar la finca de la ruina de una partición numerosa, compró los derechos de sus condueños, a costa de una larga vida de trabajos y privaciones; pero, a su muerte, sus hijos José y Panchita –ésta ya casada con Sebastián Barquero– optaron por la partición, y al antiguo fundo sucedieron dos: uno propiedad de José, que conservó la denominación original, y el otro, que tomó la de La Barquereña, por el apellido de Sebastián.

A partir de allí, y a causa de una frase ambigua en el documento, donde al tratarse de la línea divisoria ponía: «hasta el palmar de La Chusmita», surgió entre los dos hermanos la discordia, pues cada cual pretendía, alegando por lo suyo, que la frase debía interpretarse agregándosele el inclusive que omitiera el redactor, y emprendieron uno de esos litigios

Doña Bárbara:: II. El descendiente del Cunavichero Rómulo Gallegos

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que enriquecen a varias generaciones de abogados y que habría terminado por arruinarlos, si cuando les propusieron una transacción, la misma intransigencia que iba a hacerles gastar un dineral por un pedazo de tierra improductiva, no les dictara, en un arrebato simultáneo:

–«O todo o nada.»

Y como no podía ser todo para ambos, se convino en que sería nada, y cada cual se comprometió a levantar una cerca en torno al palmar, viniendo así a quedar éste cerrado y sin dueño entre ambas propiedades.

Mas no paró aquí la cosa. Había en el centro del palmar una madrevieja de un caño seco, que durante el invierno se convertía en tremedal, bomba de fango donde perecía cuanto ser viviente la atravesase, y como un día apareciera ahogada allí una res barquereña, José Luzardo protestó ante Sebastián Barquero por la violación del recinto vedado, se ofendieron en la disputa, Barquero blandió el chaparro para cruzarle el rostro al cuñado, sacó éste el revólver y lo derribó del caballo con una bala en la frente.

Sobrevinieron

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